domingo, 25 de marzo de 2012

El oficio crítico


Cada persona nace con una vocación, con un destino. La de Sergio Velarde (1976), amigo mío, es, qué duda cabe, el teatro. Conozco a Sergio poco más de 9 años y he seguido su trayectoria como actor, llegando a ser, incluso, el protagonista de una obrita mía que se escenificó en el 2008. Pues bien, Sergio no solo hace teatro (que dejó hace un año por motivos personales), sino que también hace crítica teatral. Reconozco que no le di importancia a esta faceta de él (estudió Periodismo en la Bausate y Meza) pero ahora que acabo de terminar de leer su libro de críticas El oficio crítico, caigo en la cuenta que en estos años ha ido madurando y perfeccionando su estilo.

A través de las páginas de El oficio crítico, que es una compilación de sus mejores críticas desde el 2004 hasta el 2011, uno hace un nostálgico viaje por aquellas obras, básicamente de teatro independiente, que destacaron en su momento y merecen recordación o aquellas que resultaron fallidas pero tuvieron destellos de interés. De las primeras se me vienen a la mente: “Función velorio” (de Aldo Miyashiro), “Azul resplandor” (Eduardo Adrianzen), “Palintrópolis” (Grupo Cuer2), “El orquestador” (Daniel Manchego), “Lecciones de fe” (Claudia Sacha), “N.A. Ninguna de las anteriores” (Mario Ballón), etc.

Por si fuera poco, Velarde no solo hace un recorrido por las obras de teatro independiente, sino también por el teatro que hacen los directores e instituciones reconocidas por el medio: Alberto Isola, Chela de Ferrari, etc.; además de un breve vistazo a las propuestas infantiles.

Sergio, en estos años, ha perseverado en este incomprendido pero fundamental oficio de crítico. Gracias a su esfuerzo sus críticas han ido mejorando con los años. Se nota que se ha ido preparando con los años, de manera teórica como práctica y esto ha enriquecido sus opiniones y argumentos. Y gracias a este libro ha logrado rescatar del olvido muchos montajes, directores y actores casi desconocidos que no merecen el olvido y sí un espacio en la historia del teatro en el Perú. Finalmente, otra prueba de amor al teatro por parte de Sergio se ve en su blog (http://eloficiocritico.blogspot.com/), en el que –recién me percató- hay críticas, cada semana, de alguna obra y entrevistas a diversos actores. ¡Felicitaciones y siga en su terca y solitaria vocación!

Sugerencia: Mi único “pero” es que no descuide la crítica del teatro que hacen las más prestigiosas instituciones (Universidad Católica, Usil, etc.). Son fundamentales las críticas serias y agudas de un crítico independiente, que destaque los aciertos y desaciertos de nuestros reconocidos directores y actores. Estos son buenos, pero no todo lo que hacen es excelente, como nos pintan los medios. Un crítico teatral debe tratar de abarcar toda la movida teatral y no solo una parcela. Hay que buscar, por tanto,la integración y no la fragmentación.

http://eloficiocritico.blogspot.com/

domingo, 18 de marzo de 2012

El artista


Vi “El artista”(2011), del director francés Michel Hazanavicius, ganadora del Oscar a mejor película, mejor director y actor principal y me quedé con dudas. La película es buena, es súper arriesgada, es, por supuesto, un gran homenaje el cine mudo, pero no es la gran obra que uno pudiera pensar que es.

Qué duda cabe que hay que estar medio chiflado (en el buen sentido de la palabra) para grabar una película muda y en blanco y negro en pleno siglo XXI, pero eso no basta para llevarse el máximo premio para una película de cine. Es cierto que la trama es sencilla y digna de interés: un actor de cine mudo, George Valentín, que de la noche a la mañana pierde su popularidad con la llegada del sonido al celuloide, además de la historia de amor que se va a tejer entre este y la nueva estrella Peppy Miller. Y también es cierto que las actuaciones de Jean Dujardin (Valentin) y Berenice Bejo (Miller) son muy buenas; pero eso no oculta que la historia sea algo previsible, que haya tiempos muertos prescindibles que no suman a la historia, que el (segundo) intento de suicidio de Valentín resulte forzado, que la relación entre este y su esposa no cuaje del todo, etc. Así, todos estos detalles van en desmedro del resultado de la película y eso hace que uno no llegue a conectarse con la historia que Hazanavicius nos quiere contar… ¿O simplemente, será que nuestra sensibilidad contemporánea ya no conecta con estéticas “viejas” como la del cine mudo? ¿o será, simplemente, que ese día que vi la película estaba cansado y somnoliento?

Lo que sí me gustó y mucho de la película fue la música, sin esta hubiera sido imposible verse toda la película, ella –la música- fue la principal creadora de atmósferas en diversas escenas. Y también me gustó que el director haya escogido a su esposa (Berenice Bejo) para que haga el papel protagónico femenino, porque no solo es linda, sino que lo hace muy bien.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Luz de agosto


Luz de agosto (1932), del escritor y nóbel norteamericano William Faulkner, es considerada una de las obras maestras del autor y uno de los clásicos imprescindibles de la literatura. Vargas Llosa así lo considera y ha escrito varios ensayos al respecto. Lo respaldan otros autores importantes. Personalmente, mientras la leía, estuve de acuerdo con ellos hasta la primera mitad: pensaba que dicha novela era, sin duda, una obra maestra y William Faulkner un gran autor. Sin embargo, la segunda mitad se vuelve más tediosa, pesada, el estilo de Faulkner se vuelve barroco, por decir algo, e impide la lectura, el goce. El penúltimo capítulo (el 20), por ejemplo, se torna confuso, inextricable, hermético. A pesar de eso, en el último capítulo, Faulkner retoma la simplicidad y termina siendo un buen final para la historia de Lena Grove que busca a Lucas Burch, el padre de su hijo.

Lo mejor de la novela, como ya dije, es la primera parte. La parte en donde el autor cuenta y reconstruye la historia de Joe Christmas, este blanco de sangre negra que termina matando a una mujer mayor, es simplemente brillante. Esos saltos en el tiempo, ese detalle minucioso de las etapas de su vida, esa capacidad de describir y jugar con la técnica, recuerda por qué Faulkner es maestro de Vargas Llosa, García Márquez y otros importantes autores. Así, si uno quiere rastrear las influencias de Vagas Llosa, al menos en la técnica, tiene obligatoriamente que leer al escritor norteamericano.


A pesar de todo esto, creo que Luz de agosto no llega a ser una obra maestra. Sí tiene momentos brillantes, pero también tiene momentos muertos, fallidos, complejos pero no en el buen sentido, y a pesar del buen final, no quita que la novela presente falencias importantes. Finalmente, lanzo una pregunta: ¿será, acaso, que Luz de agosto ha envejecido con el tiempo?

domingo, 11 de marzo de 2012

El exabrupto

El éxito es una patraña

Siempre soñé, al menos desde que tengo uso de razón, con ser exitoso. Para mí el éxito se traducía en escribir una novela o un libro de cuentos y alcanzar ese halo de gloria que rodea a los grandes escritores que uno siempre ha admirado. Quería ser, en buena cuenta, como Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro, y me había propuesto como plazo para ésto “antes de los treinta años”.

Es cierto que uno a los veinte años se cree inmortal, genio, e incomprendido por el mundo pero a los veinticinco la realidad termina por enrostrarnos aquellas necedades.

Un buen día descubrí que de genial no tenía nada y que a lo más gozaba de un mínimo y casi inexistente talento. Con estupor comprobé que mi prosa era un mamarracho carente de estilo y que mis historias eran intrascendentes. Por si fuera poco mi disciplina y mi capacidad de concentración era una utopía. Inevitablemente la frustración comenzó a apoderarse de mi. Escribir se volvió un sufrimiento en vano.

Hace poco entendí que él éxito es una patraña, un embuste, una mentira de nuestro sistema (o tradición). Nos han inoculado en la sangre desde niños la cultura del éxito. Una cultura del éxito que nos enfrenta a todos contra todos y nos compara constantemente y sin razón. El leit motiv es “ser el mejor”. Ser el mejor escritor, el mejor atleta, el mejor alumno etc para pasar a la posteridad, para que te recuerden.

Lo que el sistema no dice es que esto genera frustración, crea falsas expectativas, sueños que no nos pertenecen del todo. Y por eso ahora tengo claro que debo seguir escribiendo. Pero ya no pensando en el éxito (que por cierto es arbitrario y no coincide muchas veces con la calidad) sino por esa razón primordial que esta detrás del escribir: la necesidad de expresarse. Y también por el deseo de hacer lo que me gusta y, por supuesto, de hacerlo lo mejor posible pero ya no compitiendo con los demás sino conmigo mismo.