martes, 25 de noviembre de 2014

Carrera Entel 10 K

El domingo pasado participé en la carrera de 10 km, organizada por Entel. Luego de 10 años retomaba las carreras. Recuerdo que entre los 19 y 25 participé en buen número de estas competencias, cuando todavía no era un boom como hoy, en que gran cantidad de personas participan. A comienzos del 2000, los que participabamos eramos unos cientos. Por eso, el domingo último, me llamó la atención la gran cantidad de participantes: 7000. Más aún, tomando en cuenta que la inscripción son 60 soles (aunque viéndolo bien no es caro, ya que al final recibes dos polos de calidad y un kit de alimentos. Además, la organización del evento es buena).

Yendo al grano, el día de la competencia retomé las carreras oficiales y mi meta inicial era solo llegar. Había entrenado un par de semanas y mi estrategia era correr a un mismo ritmo y así alcanzar la meta. Pero ya en la carrera, contagiado por la multitud de atletas (o competidores), recordé mi etapa de colegio, cuando mi pasión era el atletismo, y aceleré el paso. Me provocaba emoción ir pasando rivales, sentir mi respiración y el sudor que empezaba a caer por mi rostro. Las plantas de mis zapatillas cayendo suavemente sobre el cemento. Mis pies y manos moviéndose a ritmo acompasado. Recordaba aquellas lejanas épocas de colego, cuando un niño delgadito y pequeño corría los 400m y las maratones. Recordé cuando gané la maratón los tres últimos años de secundaria y los 400m en quinto de media. Y todo eso, me llevó a, en cierto momentos, a picar 100 o 200 metros a toda velocidad, pasando raudo a los rivales, y soñando con llegar en buen puesto. Cuando veía que me estaba cansando o sentía mis piernas pesadas, bajaba la velocidad y retomaba mi ritmo inicial. Respiraba despacio y exhalaba el aire despacio. Soltaba las manos y los pies para relajarme.
Sentía que estaba disfrutando la carrera.

Al intuir que llegaba a la meta, aceleré el paso y los últimos 50 metros pasé a varios atletas. Mi tiempo final fue 54 min con 44 seg. Quedé, en el ranking general,  en el puesto 2138 de 7000 atletas. En mi categoría de 35 a 44 años (tengo 35) ocupé el puesto 591 de 1493 participantes. Mi meta es el próximo año estar entre los 1000 primeros, para eso debo bajar 5 minutos mi tiempo (creo que es posible), ya que el que ocupó el puesto 1000, hizo 49:45. ¡Entrenaré fuerte para el próximo año!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Guerra a la luz de las velas


Nacido el Lima en 1977 y criado en Estados Unidos, Daniel Alarcón demuestra con el libro de relatos “Guerra a la luz de las velas”, su primer libro que data del 2006, que es un talentoso narrador.  Escritos originalmente en idioma inglés y traducidos por Jorge Cornejo, Alarcón desarrolla 11 cuentos que se ubican en el Perú y los Estados Unidos y que tiene como protagonistas, en su mayoría, a seres marginales.

Alarcón tiene el talento para sumergirnos en sus historias y ponernos en la piel de lo que le pasa a sus protagonistas. No sé si la traducción le quita o le resta al idioma original, pero sí se percibe la calidad del entonces joven escritor (29 años). Es cierto, que hay cuentos más redondos que otros, pero los que ahora mi mente recuerda son “Ausencia”, “Ciudad de payasos”, “Sobre la ciencia de estar solo”, “Lima, Perú, 28 de julio del 1979” y “Guerra a la luz de las velas”. De estos me gustaron los cambios en el tiempo, sin previo aviso, que utiliza Alarcón para narrar sus historias; los vínculos en común que guardan estos personajes marginales en países en apariencia tan disímiles como el Perú y Estados Unidos; pero a su vez también me desconcertaron algunos finales o títulos que me dejaban en el aire, como tratando de atar cabos. Por ejemplo, en “Ausencia”, que me parece uno de los mejores cuentos, el desenlace me deja perplejo. Igual me ocurre con el título  del cuento “Suicidio en la Tercera Avenida”, ya que la historia no señala nada de un suicidio, pero el título desliza la posibilidad de que el protagonista lo realice.

Con todo, Alarcón demuestra oficio y aunque tiene muy buenos cuentos, todavía le falta cuajar para hablar de cuentos que sean pequeñas obras maestras. Estamos seguros que en el futuro, logrará concretarlas (o de repente ya lo consiguió en sus posteriores libros). Talento y disciplina le sobran.