jueves, 26 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (22)

En las tardes, trabajo en una universidad como tutor brindando asesorías de Lenguaje. Llega a mi cubículo un muchacho de 18 años, que ya ha venido otras veces, y lo recibo amable. De pronto, dos muchachos, amigos de él, que no han encontrado tutor disponible, hacen el amago de querer acoplarse a la asesoría que brindo. Mi rostro dibuja una mueca de disgusto que me nace de lo más profundo de mi ser y les señalo: "Por si acaso, solo vamos a revisar la práctica que su amigo me ha traído". Finalmente, uno de ellos se anima a quedarse y yo no puedo dejar de mostrar un gesto de molestia, de incomodidad. Al cabo de un par de minutos, mientras inicio la clase, en el mundo de mis pensamientos, de mi yo interno, me percato de mi mal proceder, me sorprendo de esa faceta que desconocía en mí, y entiendo que no debí actuar así. Por eso, respiro y comienzo a sonreír, a mirar con empatía a esos dos jovencitos que, me doy cuenta, solo quieren que les enseñe lo poco que sé. Y por tanto, comienzo a enseñarles con pasión, esa pasión que desbordaba en mí cuando comencé a enseñar y que hoy palideció por unos cuantos segundos. No importa, esta anécdota me servirá para reflexionar y mejorar.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (21)

Termino de dictar una clase sobre el sumillado (una técnica de lectura). Siento que he realizado una buena y amena clase y algunos alumnos se despiden agradecidos. Sonrío para mis adentros y me siento un buen profesor. De pronto, ya con el salón casi vacío, se me acerca una estudiante y me dice: "Profesor, me puede repetir lo del sumillado. No le he entendido nada. Usted para corriendo". De golpe, siento que aquella alumna me baja de mi nube, como si un  furibundo puñete impactara en mi vientre y me dejara sin aire y totalmente abatido. Alzo la mirada y contemplo su mirada sincera. Tomo una bocanada de aire, como tratando de recuperarme, y pienso: "Nunca hay que creérsela. Nunca".

domingo, 1 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (20)

Ingreso a una clase. Es de noche: casi las nueve. He llegado con las justas a tiempo, luego de un tráfico infernal y de correr y subir escaleras para llegar al tercer piso, donde queda el aula. Veo a los estudiantes esperándome y los saludo de manera seca. Reparto rápido las separatas con el rostro adusto. Luego comienzo a tomar lista con voz grave. "Profesor, ¿está amargo?", me pregunta una alumna que se sienta adelante. "¡No!", le contestó rápidamente tratando de suavizar el tono de mi voz. Sin embargo, mientras continúo llamando a los estudiantes, pienso que la alumna tiene razón. ¡Mi lenguaje no verbal es evidente! ¡Estoy de mal humor! Entonces, me doy cuenta que debo dejar los problemas y el cansancio fuera del aula y tratar de sonreír y ser -como siempre lo he pensado- amable y educado. Y dar lo mejor de mí en clase, tal como un artista en una función, ya que el público se merece lo mejor. Por tanto, agradezco dentro de mí a aquella alumna por su comentario oportuno, esbozo mi mejor rostro y me lanzo a dictar como si fuese la primera vez.