domingo, 31 de mayo de 2020

Counting Crows

A mediados de 1994, en las radios de Lima, comenzó a sonar "Mr. Jones" de un grupo desconocido llamado Counting Crows. Basta decir que me enamoré de la canción. Esperaba los programa musicales de fin de semana para ver, en la TV, el video de aquel gordito con rulos, con su casaca de cuero marrón, que se agitaba como poseso al ritmo de la canción. No sabía qué decía, pero sentía que me hablaba a mí. Un sábado, con mis propinas, me fui solo a Polvos Rosados, a comprarme el casete (sí, el casete). Consulté en algunos puestos el precio, pero comencé a dudar: "¿Y si el disco es malo y solo tiene una canción buena?". Pedí el casete y me quedé contemplando ensimismado la tapa: decía "August and everything after" en letras negras y el fondo era de tonos amarillos y naranjas, como una carta cuarteada por el paso del tiempo. Entonces le solicité a la señorita que atendía que, por favor, pusiera el disco para escuchar algunas canciones. La joven accedió a mi pedido y puso play. En ese momento, comenzó a sonar una melodía que empezaba con un punteo de guitarra que se repetía como una letanía. La canción comenzaba lenta, pero luego desencadenaba en un clímax que me dejó emocionado y aturdido. Miré la contratapa del casete y leí el título de aquella canción: "Round here". Fue entonces que alcé la mirada y afirmé, con absoluta certeza: "¡Señorita, me llevo el disco!"
https://www.youtube.com/watch?v=SAe3sCIakXo

domingo, 17 de mayo de 2020

Tie-break

El rumano Ilie Nastase (1946) fue número 1 del tenis en los años setentas y ganó dos Grand Slams: el  US Open (1972) y el Roland Garros (1973). Fue también finalista del Wimbledon en dos ocasiones. En 1985, publicó la novela policial Tie-Break que, como señala el título, tiene como telón de fondo al mundo del tenis.

La novela empieza lenta y, en sus primeras páginas, pese a la prosa estilizada y las buenas descripciones del narrador sobre la vida cotidiana del campeón Koras Belinkas (su álter ego), parece tratarse de una obra superflua, vacía, sin mayor trascendencia, producto de un exdeportista de elite sin oficio para la escritura. Sin embargo, esa primera impresión es errada. Conforme transcurren las páginas, y sobre todo a partir de la súbita muerte del tenista peruano Armando Reyes (¡sí, peruano!) en el torneo de Roland Garros, la novela comienza a cobrar interés. A partir de ahí, la historia se vuelve ágil, los personajes toman vuelo (los tenistas que acompañan en el circuito a Koras: Dumbo Cooper, Milo Trigrid, Terry Laville, etc; el detective Matt Malone; la princesa; la esposa de Laville; la joven francesa de la cual se enamora Koras; etc), y uno se involucra en la trama para llegar a saber quién mató al tenista peruano y al otro tenista polaco que es asesinado durante el torneo de Wimbledon. En ese momento, el lector comienza a notar el talento evidente de Nastase para narrar, para contar una historia de suspenso con buena prosa, con inteligentes descripciones y observaciones sobre el mundo del tenis y las banalidades que lo rodean.  Y pese a que el desenlace no es del todo logrado, uno, tras finalizar la lectura de la novela, acaba con una sonrisa agradecida por haber pasado dos semanas llevaderas -en medio de la cuarentena por el Coronavirus- gracias a este entretenido y bien escrito libro. ¡Recomendable para los amantes del tenis y el suspenso!


viernes, 15 de mayo de 2020

Anécdota de colegio

Estábamos en cuarto de media de un colegio de hombres. Por algún motivo que no recuerdo, castigaron a todo el año y nos obligaron a pasar el recreo parados, bajo un sol intenso, en el gran patio de cemento del pabellón que ocupábamos. Habían transcurrido unos diez minutos del castigo (el recreo duraba media hora) cuando el director, un cura al que habíamos apodado José María "Pendejo", anunció -a través del micrófono- que podían ir a la capilla quienes acostumbraban confesarse. Debo indicar que, efectivamente, en los recreos, unos pocos solían acudir a la capilla para expiar sus pecados. Luego del anuncio del cura, y tras contemplarnos las caras entre nosotros, vimos que los "cuatro gatos" de siempre salían de la formación y caminaban en dirección a la pequeña iglesia. Sin embargo, poco a poco, vimos sorprendidos, que comenzaban a salir rostros que no identificábamos, precisamente, por su devoción religiosa. Luego, risueños y casi llorando de la risa, observamos que de la formación se desprendían decenas de alumnos que, súbitamente, parecían haber tenido una revelación y encontrado a Dios. En ese momento, el rostro del joven cura enrojeció y sus ojos destilaban fuego.