lunes, 26 de febrero de 2018

El libro de los amores ridículos


Leí El libro de los amores ridículos (1968), del checo Milan Kundera (1929), en el último año de la universidad. Me gustó mucho (antes había leído su novela La insoportable levedad del ser, que también me agradó bastante). El libro de los amores ridículos, recordaba, era un conjunto de relatos divertidos sobre el amor y que, a través del narrador, se filosofa en torno a este sentimiento. Recordaba también que tres cuentos me habían gustado en especial. Pero, sobre todo, me acordaba del cuento “El falso autostop” que me parecía originalísimo y una obra maestra, y que en el 2003 se realizó, incluso, una versión teatral en el centro cultural de la Católica.

Pues bien, acabo de releer el libro de Kundera después de 15 años y me he divertido leyéndolo. He vuelto a comprobar la belleza de los cuentos arriba mencionados, y, más aún, he descubierto un par de relatos más que son igual de valiosos. Por ejemplo, el primero “Nadie se va a reír” es la entretenida historia de un profesor mujeriego que se niega a escribir una reseña elogiosa a un tipo, y trata de eludirlo con cualquier artimaña. Esto pone en aprietos a la estudiante que es su pareja. El segundo cuento, “La dorada manzana del deseo” es una buena historia sobre un hombre casado que se dedica a flirtear con las chicas que conoce; sin embargo, nunca llega a mayores, pues es fiel a su mujer. El desenlace, no obstante, no es tan bueno. “El falso autostop”, tercer relato, es una obra maestra y cuenta la historia de una pareja de veinteañeros, que en el inicio de sus vacaciones -en el auto que conduce uno de ellos- comienzan a actuar como si fueran extraños, y eso rebela sus inseguridades, miedos y sus ocultas personalidades. El cuarto cuento (“Symposion”) y el sexto (“El doctor Havel al cabo de veinte años”) giran en torno a un grupo doctores, en especial el doctor Havel (un hombre mujeriego). A pesar de que son interesantes y entretenidos, son los más flojos del conjunto. Quizá porque abusan de las reflexiones filosóficas del narrador acerca del comportamiento de sus personajes. Ojo, la mayoría de las reflexiones del narrador son muy interesantes en casi todas las historias, pero sobre todo en estos cuentos se percibe cierto abuso e interfieren de cierta forma con la trama (especialmente en “Symposion”). Pese a eso, como ya dijimos, son dignos de interés y de ágil lectura.

El quinto relato “Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes” es uno de los mejores del conjunto. Narra el reencuentro de un hombre de 35 y una mujer de 54, que quince años atrás tuvieron una aventura. Ya en el departamento de él (ambos infelices con sus vidas actuales y más viejos), decidirán si vuelven a tener una aventura. Finalmente, “Eduard y dios” es el divertido último cuento. Trata sobre un joven profesor que sale con una chica y quiere acostarse con ella; pero ella, que cree en dios, lo rechaza porque eso iría contra uno de los mandamientos de dios (“No fornicarás”). Él, por tanto, fingirá creer para poder ablandarla y así lograr su cometido. Eso lo meterá en graciosos enredos.

En suma, El libro de los amores ridículos, de Milan Kundera, pese a sus leves defectos, es un excelente libro que vale la pena leer. El placer está garantizado sin lugar a dudas. ¡Muy recomendable!

jueves, 15 de febrero de 2018

Diario de un profesor (55)

Llego a la sala de profesores de la universidad donde laboro hace un par de años. Solo hay cuatro o cinco docentes concentrados frente a las computadoras. La sala es de tamaño regular: poco más de un aula de clase. Paso de largo, sin saludar, y me siento frente a una computadora, en una fila, en la que estoy solo. Al rato, van llegando otros profesores. Se sientan a mi costado, pero la gran mayoría toma asiento y no saluda. A veces, volteo el rostro, y uno me devuelve la mirada, y nos saludamos. Pero son solo excepciones... Cuento esto, porque en la sala de profesores del colegio y el instituto donde enseñaba antes, todos nos saludábamos y conversábamos con amabilidad, como si fuéramos una familia. Pero en esta prestigiosa universidad donde laboro, pese a que siempre veo los mismos rostros, el trato entre docentes es más frío e impersonal. Tal vez sea, porque al ser una institución mucho más grande, y contar con numerosos profesores, se produce este  fenómeno...Yo mismo me he contagiado de esta dinámica. Antes, cuando recién ingresé, saludaba cuando entraba a la sala de docentes, pero luego, al ver que solo unos pocos me devolvían el saludo o se sentaban junto a mí sin proferir palabra, comencé a adoptar el mismo comportamiento. Ahora, a lo más, solo saludo a quienes se sientan a mi costado.... Pero pregunto, ¿acaso no somos profesores y, por ende, deberíamos cultivar las buenas maneras, esas buenas maneras que intentamos transmitir a nuestros alumnos y que hacen, de manera casi imperceptible, que nuestras vidas sean más ricas y humanas?  ¿acaso esa falta de cordialidad hacia el prójimo demuestra que nosotros como docentes de repente sabemos mucho de nuestra materia pero no de la educación más básica y fundamental, esa que está en los pequeños detalles?                

miércoles, 7 de febrero de 2018

Destierro

Según el crítico y poeta José Carlos Yrigoyen, la novela corta Destierro, de Alina Gadea (1966), ha sido una de las mejores novelas peruanas del 2017. Acabo de leerla en la simpática edición de editorial Planeta bajo su sello Emecé cruz del sur. Tengo la impresión de que se trata de un libro de interés, escrito con una prosa de aliento poético, que muestra a una narradora con talento. La historia gira en torno a la separación de una pareja de esposos; y cada pequeño capítulo (de una a tres páginas como máximo) nos muestra, a manera de pincelazos breves pero rotundos, los instantes previos y posteriores a la ruptura y el divorcio. A su vez, valiéndose la autora Alina Gadea del psiconálisis, desarrolla capítulos donde la narradora (la esposa) cuenta detalles de su infancia y la de su esposo (ambos bajo el dominio de madres autoritarias y represivas) que explican, de cierta manera, el por qué del fracaso de la relación entre ambos. 


Gadea, como señala la contraportada, se vale de una prosa fragmentaria que te suelta breves episodios de lo que fue la relación y el por qué de la ruptura. Por ejemplo, que el esposo, un militar, era un hombre que estaba ausente mientras ella se encargaba sola de la crianza de sus hijos. Esta prosa escindida, fragmentaria, brinda información valiosa, pero también deja al lector con preguntas, con cabos sueltos, como piezas de un rompecabezas que él mismo deberá armar. 

Lo mejor de esta novela corta, además de su prosa poética, es el desenlace; y no tanto, por lo que ocurre, sino por cómo lo narra. La escena en que ambos firman los papeles del divorcio en una notaría, y ella es presa de la dudas y del temor, y luego de la firma, se derrumba a los hombros del ex esposo, está muy bien contada y conmueve. Igual ocurre con la muerte de su madre, esa mujer autoritaria, castradora, que al final de su vida ha perdido la memoria, y antes de morir tiene un arrebato de lucidez y le pide perdón a su hija. Finalmente, la escena final, en que la narradora (la esposa), a pesar de estar devastada con la separación, se dirige al acantilado en Miraflores, y en vez de lanzarse y terminar con su vida (como le había pasado por la mente), decide volar en parapente con un instructor, y desde lo alto del cielo azul, al ver la ciudad de Lima y sus calles y casas en miniatura, y tras respirar hondo y serenarse, se da cuenta que la vida continúa y que ella ya no es "una locomotora a punto de descarrilarse" ni ha naufragado. 

En síntesis, Destierro es una novela corta interesante y muy recomendable. Y muestra que en el Perú hay también escritoras de talento.