jueves, 15 de febrero de 2018

Diario de un profesor (55)

Llego a la sala de profesores de la universidad donde laboro hace un par de años. Solo hay cuatro o cinco docentes concentrados frente a las computadoras. La sala es de tamaño regular: poco más de un aula de clase. Paso de largo, sin saludar, y me siento frente a una computadora, en una fila, en la que estoy solo. Al rato, van llegando otros profesores. Se sientan a mi costado, pero la gran mayoría toma asiento y no saluda. A veces, volteo el rostro, y uno me devuelve la mirada, y nos saludamos. Pero son solo excepciones... Cuento esto, porque en la sala de profesores del colegio y el instituto donde enseñaba antes, todos nos saludábamos y conversábamos con amabilidad, como si fuéramos una familia. Pero en esta prestigiosa universidad donde laboro, pese a que siempre veo los mismos rostros, el trato entre docentes es más frío e impersonal. Tal vez sea, porque al ser una institución mucho más grande, y contar con numerosos profesores, se produce este  fenómeno...Yo mismo me he contagiado de esta dinámica. Antes, cuando recién ingresé, saludaba cuando entraba a la sala de docentes, pero luego, al ver que solo unos pocos me devolvían el saludo o se sentaban junto a mí sin proferir palabra, comencé a adoptar el mismo comportamiento. Ahora, a lo más, solo saludo a quienes se sientan a mi costado.... Pero pregunto, ¿acaso no somos profesores y, por ende, deberíamos cultivar las buenas maneras, esas buenas maneras que intentamos transmitir a nuestros alumnos y que hacen, de manera casi imperceptible, que nuestras vidas sean más ricas y humanas?  ¿acaso esa falta de cordialidad hacia el prójimo demuestra que nosotros como docentes de repente sabemos mucho de nuestra materia pero no de la educación más básica y fundamental, esa que está en los pequeños detalles?                

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