domingo, 21 de agosto de 2022

Voces de Chernóbil

 

Voces de Chernóbil es un hermoso libro de la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich (1948), quien ganó el premio Nobel de Literatura el 2015. Fue la primera autora que recibió el premio por cultivar el género de la crónica, ese género literario que nació en los periódicos y perdura hasta el día de hoy. 

Como el título lo indica, en este libro Svetlana Alexievich desarrolla la tragedia ocurrida en 1986 con la explosión de uno de los reactores de la central nuclear de Chernóbil, en la antigua URSS, en la frontera  con la actual Bielorrusia. Este hecho trágico marcó a la antigua Rusia y contribuyó con el fin del comunismo. Con el objetivo de abordar este complejo suceso que provocó la muerte de cientos de miles de personas -producto de la radiación- la autora decide dar voz a múltiples protagonistas del hecho. Es así que, a través de las páginas del libro, Alexievitch nos permite adentrarnos en los pensamientos de autoridades, soldados, familiares de víctimas, científicos, niños, maestros, liquidadores, psicólogos, políticos, periodistas, profesores universitarios, historiadores, residentes de la zona, etc. De esta manera, sin llegar a una verdad que explique de manera clara qué fue lo que desencadenó esta tragedia, descubrimos la riqueza de matices y puntos de vista encontrados en torno a este funesto suceso. 

Finalmente, este libro no solo es un valioso testimonio y denuncia de lo ocurrido en Chernóbil, sino también -además de la buena prosa- un excelente retrato de lo que fue la antigua sociedad rusa regida por un comunismo que unía al pueblo en pos de un utópico ideal que exacerbaba el amor y sacrificio por su patria, pero que los privaba de la libertad y el espíritu crítico. Muy recomendable
 


martes, 16 de agosto de 2022

Diario de un profesor (77)

Al final del ciclo universitario, salen los resultados de la encuesta referencial docente,  es decir, las opiniones de los estudiantes respecto al profesor a cargo del curso. Pues bien, este ciclo me fue bien, aunque no tanto como el ciclo anterior. Sin embargo, en una de mis tres aulas saqué un promedio no tan bueno como lo esperaba. Es cierto, fue mi aula más complicada, la que más me costó, pero quizá esperaba un resultado un poco mejor. En todo caso, me sirve para mantener la humildad y seguir esforzándome por ser un mejor docente, ya que hay mucho aún por mejorar: en dominio del tema, en manejo de la motivación y disciplina, en planear clases que sean dinámicas e interesantes, etc. Precisamente, revisando algunos de los comentarios anónimos de los estudiantes, me topé con dos que me llamaron la atención. El primero, acerca de que el docente (yo) retroalimenta los ejercicios y trabajos, pero a la hora de calificar -pese a que el alumno realiza las correcciones sugeridas- corrige con mayor severidad. Esto me lleva a pensar que debo ser más claro con mi sistema de evaluación (mi rúbrica), ya que el alumno debe saber por qué se le califica de determinada manera y que su nota es justa. El segundo comentario trataba de que el docente (yo) busca que los alumnos estén atentos en clase, pero debe entender que ellos también "vienen con problemas de casa" y debe ser comprensivo.... Eso es cierto, yo busco que los alumnos no se distraigan, sin embargo, no debo olvidar que yo también era un adolescente que no se podía concentrar y que, a esa edad difícil, los problemas -por más grandes o pequeños que sean- se les hace una bola de nieve difícil de manejar. Por tanto, sin perder mi intención de atrapar el interés, debo ser más empático y cercano con los jóvenes. 

¡Ojalá sea un buen ciclo el próximo!

domingo, 7 de agosto de 2022

Diario de un profesor (76)

Hace dos semanas acabé un ciclo más en la universidad donde trabajo. No me fue mal en las encuestas de los alumnos, pero aún hay muchos aspectos por mejorar. Me ocurrieron una serie de anécdotas que lamentablemente casi he olvidado. Recuerdo, eso sí, a una alumna que soltó una lágrima delante mío al ver que había desaprobado la primera evaluación. Luego, al final del ciclo, con mucho esfuerzo, pudo aprobar, y me dio un abrazo de felicitación, el cual agradecí. Recuerdo también otra estudiante que, al ver su nota de la segunda evaluación, me increpó si tenía algo personal con ella, pues solo le había colocado 14. Le expliqué que no tenía nada personal contra ella y que yo solo corregía. Al final, gracias a su perseverancia, sacó muy buenas notas en sus evaluaciones finales y se convirtió en una de mis mejores alumnas, pese a ser algo habladora en clase. 

Otro aspecto que recordaré este ciclo es que -sin querer- me aprendí el nombre del 90% de los alumnos. No sé cómo hice, pero fue algo no premeditado y solo buscaba captar la atención de aquellos y crear un vínculo. Por otro lado, un aspecto a mejorar es no volverme un amargado solo por querer mantener la disciplina. En una ocasión, vi la grabación de una de las clases, y me vi con rostro agrio vociferando órdenes. No me gustó esa imagen mía y espero cambiar. Finalmente, el próximo ciclo que se avecina espero sea bueno como este. Por tanto, debo seguir aprendiendo con humildad, ya que la carrera del docente no es una prueba de velocidad, sino de resistencia. 


Demasiada felicidad

 

Luego de buen tiempo vuelvo a escribir en este blog, debido a que el trabajo me ha tenido bastante atareado. Pese a eso, en estos meses he leído algunos libros, como Huaco retrato, de la cronista peruana Gabriela Wiener; Roger Federer, la biografía definitiva, de Renné Stauffer; los libros de relatos La isla, de Carlos Yushimito y Contemplación del abismo, de Richard Parra, ambos autores peruanos; y el libro de relatos Demasiada felicidad, de la premio nobel canadiense Alice Munro.

De todos estos títulos, el que más me gustó fue Demasiada felicidad, de Alice Munro. Está compuesto de 10 relatos que tienen un vínculo, el cual es precisamente que sus protagonistas están en las antípodas de gozar de esa felicidad o paz anhelada, pues son personajes conflictuados que tienen que saldar cuentas con su pasado. Cada cuento de Munro podría ser una pequeña novela, ya que encierra infinitas vetas para ir profundizando más; sin embargo, ese no contar todo, ese mostrar solo la punta del iceberg de las historias, ese desenlace abierto, enriquece sus relatos. Cuentos inolvidables son "Dimensiones", que muestra a una mujer atormentada que comienza a visitar a la cárcel a su exesposo, quien mató a sus dos hijos.  Otros relatos valiosos son "Pozos profundos", "Radicales libres", "Cara", "Juegos de niños" y "Madera". En varios de ellos, los personajes lidian con un pasado que los atormenta o con el que tienen que saldar cuentas. Por eso, el narrador, muchas veces omnisciente, cuenta escenas en los que se muestra a sus protagonistas en su vida adulta, pero también de niños o jóvenes. Finalmente, el último cuento "Demasiada felicidad", que da pie al título del libro, es el más ambicioso, pero en mi opinión el menos sólido. Cuenta la última etapa en la vida de la matemática Sofía Kovalevski; sin embargo, al querer abarcar diversos periodos de su vida, como una suerte de biografía, y retratar sus amores tóxicos y su amor por la ciencia, la historia pierde peso y se diluye en el camino. Es decir, se pierde la fuerza dramática.

Pese a lo anterior, Demasiada felicidad es un muy buen libro de cuentos y muestra que la canadiense Alice Munro, premio Nobel de Literatura 2013, es una de las mejores exponentes del relato contemporáneo. Además, su prosa -al menos por la traducción- goza de una pulcritud, belleza y simplicidad que muchos autores deberían imitar.