lunes, 31 de diciembre de 2018

Fin de año

Faltan 40 minutos para que acabe el 2018 y se inicié el 2019. Recién ahora tengo un poco de tiempo para hacer un balance. Económicamente, no fue un buen año. He vivido con estrecheces económicas este tiempo, sin embargo, no adeudo a nadie. Laboralmente, no he crecido, porque me mantengo en un trabajo en el que, pese a que trato de hacerlo bien, no he salido de mi zona de confort. Amorosamente, salí con una simpática chica este año (una chica que tenía todas las cualidades que buscaba en una mujer); no obstante, no se concretó ya que, al parecer, no le llenaba los ojos. Presumo que seguía enamorado de su ex. Sin embargo, he logrado 3 o 4 bonitos sueños:

1) Mi viaje a un país del exterior y ver en vivo y en directo a los mejores tenistas del mundo, en especial al Rafa Nadal.

2) Correr la maratón de 42 kilómetros.
3) Publicar mi nuevo libro en versión kindle y físico en la plataforma Amazon. Se llama "Yo estuve loco por ti" y son cuentos de amor adolescente y juvenil.
4) Terminar mi tesis de maestría, aunque aún estoy haciendo los trámites para sustentar.

Lo positivo, lo que más destaco de este año, es que, a pesar de las inevitables derrotas y fracasos de la vida, mis sueños se mantienen intactos. Ademas, mi intuición me dice que si persevero, estoy muy cerca de empezar a cosechar lo que he sembrado a lo largo de todos estos años de sacrificio. Solo espero aguantar y sacar lo mejor de mí en los momentos trascendentales de mi vida, que lo mejor de mi carácter aflore en momentos de dificultad. Solo eso le pido a dios. Además de salud para mí y, sobre todo, para mis seres queridos. ¡Feliz 2019!





miércoles, 26 de diciembre de 2018

Sinopsis de película romántica

Andrea (20 años, estudiante de Administración) y Miguel (28, periodista y docente) tuvieron una relación de seis meses que acabó, pese a que se querían, por malentendidos e inseguridad de ambos. Andrea era una chica apasionada, práctica y algo alocada que se mostraba como fría, pese a que en el fondo era una mujer romántica (le gustaba escuchar “When a man loves a woman” de Michael Bolton). Su frialdad era una capa para esconder su inseguridad y su miedo a sufrir por amor. Miguel, mientras tanto, era soñador, noble, romántico y tímido. Pese a su edad, tenía menos experiencia que Andrea en relaciones de pareja. Durante aquella relación, Andrea buscaba desalentarlo a Miguel y le repetía frases como “No soy lo que tú crees”, “soy mala”, “conóceme para que después no te arrepientas”, pero también soltaba otras como “no soy un demonio”, “no soy tan mala persona como crees”, “te dije que era mala, pero no una P”.  Miguel se formó la imagen de que Andrea era una mala mujer que lo estaba usando, cuando era simplemente inseguridad de ella para que después no la abandonaran. Pudieron regresar, pero le entró la inseguridad a ambos, sobre todo, a Miguel (en el caso de él también fueron celos). 

El tiempo pasó, ambos estuvieron solos un par de años, y luego entablaron un par de relaciones que finalizaron; sin embargo, nunca se olvidaron el uno del otro. Diez años después, el mundo los vuelve a juntar. Esta vez todo será distinto; pero antes habrá algunos obstáculos por superar.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Entre mujeres solas

Entre mujeres solas es un poemario de la escritora peruana Giovanna Pollarolo publicado en 1992. Pollarolo, ex esposa del cineasta Francisco Lombardi, ha escrito otros poemarios y ha incursionado en la narrativa. Es conocida también por su labor como guionista de algunas películas fundamentales de Lombardi: co guionista, con Augusto Cabada, de La boca del lobo y Caídos del cielo; y guionista de las adaptaciones de Tinta roja, Pantaleón y las visitadoras, y de Ojos que no ven

Personalmente, no soy de leer poesía, muchas veces porque me resulta hermética, de difícil comprensión. Sin embargo, el poemario de Giovanna Pollarolo, Entre mujeres solas, emplea un lenguaje sencillo, directo, pero que conmueve por su sinceridad y emoción. Básicamente, son poemas de tono confesional (o que parecen serlo) en los cuales una narradora de cuarenta años o poco más nos cuenta lo que piensan o hablan las mujeres entre ellas al llegar a esa etapa. En el caso específico de la narradora, nos relata sus recuerdos de niñez en Tacna, el recuerdo de sus abuelos; sus sueños de infancia y cómo estos se fueron derrumbando con el paso de los años. También nos cuenta el fin de su matrimonio, cómo el paso del tiempo terminó desvaneciendo ese amor que se juraron cuando eran jóvenes; la rutina matrimonial, el cómo cada miembro de la pareja va cambiando no solo en su forma de ser (hasta ser un total desconocido), sino también en su apariencia física. Asimismo, alude a los encuentros entre compañeras de colegio luego de muchos años, el ver cómo el tiempo ha hecho estragos en ellas y sus sueños han quedado olvidados o arrinconados por la rutina. Finalmente, se critica al machismo, ya que se muestra cómo la sociedad patriarcal juzga el rol de la mujer, ya sea por su comportamiento, por su deterioro físico, por su rol en el matrimonio o si decide, simplemente, no casarse y disfrutar la vida de manera más libre.

En suma, Entre mujeres solas se trata de un poemario de lenguaje sencillo, directo y contundente que nos habla de la vida en un tono sombrío y melancólico, pero que no deja de ser conmovedor.  


Cuando me dicen señora
corro a la peluquería
me cambio de ropa
pienso en el gimnasio
me relajo
respiro
hago dieta
todavía está buena la tía
tá pasadita para minifalda
y no quise escuchar
me gusta que me miren
y me hablen
que me admiren
y confundan
con la jovencita
que ya no soy


(Extraído de Entre mujeres solas. Poesía reunida (2013, Santillana)

lunes, 10 de diciembre de 2018

Diario de un profesor (61)

Este año he estado alejado del dictado de clases, me he dedicado más a labores de investigación, acompañamiento académico. Por otro lado, he visto ingresar a laborar como docentes a amigas jovencitas de poco más de 25 años. Me pregunto si cuando retome la docencia, que debe ser el próximo año, ¿tendré intacta la pasión por enseñar?; me pregunto si por falta de práctica ¿habrá disminuido mi capacidad para atrapar el interés o mantener la disciplina en un aula? O ¿si podré controlar mi ansiedad y mis nervios? No lo sé, lo único que sé es que debo volver a la enseñanza, al dictado en las aulas. Debo ponerme a prueba, sé que al principio me va a costar, incluso sufriré (como fue en mis inicios) y sentiré miedo de no hacerlo bien; pero sé que si insisto, si aguanto, si persevero en este difícil y bello oficio, aprenderé cosas que me enriquecerán y me harán más fuerte. Más fuerte. 

Abril rojo

Abril rojo (2006) es la novela del escritor peruano Santiago Roncagliolo (1975) que obtuvo el Premio Planeta de aquel año. Se trata de un thriller policial ambientado en el Perú, en la provincia de Ayacucho, en el año 2000, época posterior al fin de la lucha terrorista de Sendero Luminoso. La novela gira en torno al fiscal adjunto Félix Chacaltana, quien tiene que averiguar quién es el asesino de un hombre que fue hallado incinerado. Al principio, Chacaltana cree que se trata de Sendero, el cual parece que se está rearmando; pero luego, influenciado por la policía y el jefe militar local, concluye que se trató de un crimen pasional, y así lo redacta en su informe. Sin embargo, luego aparece muerto el principal sospechoso de aquel crimen, Justino Mayta Carazo, quien había encontrado el primer cadáver y había atentado contra la vida del fiscal Chacaltana.

Después, se suceden las muertes de otras personas: un senderista en prisión y el padre Quiroz. El fiscal Chacaltana duda de todos e intuye que Sendero está detrás de estas muertes, pero no está seguro. Él mismo se ve envuelto por la violencia, pues él conocía a ambos y estaban al tanto de sus investigaciones. Un día, atando cabos, cae en la cuenta de que la chica que frecuenta, Edith, es la posible asesina, ya que era hija de senderistas y fueron asesinados por Cáceres, un militar abusivo, quien fue, precisamente, el primer cadáver hallado; además, ella estaba al tanto de los hallazgos de Chacaltana. Sin embargo, luego de increparla y casi tomar justicia por sus propias manos, el cuerpo de ella aparece muerto; y él es el primer sindicado, por la policía, como el asesino de Edith y las demás víctimas. Es entonces cuando Chacaltana descubre que el verdadero asesino es el comandante Carrión, quien le había dado un arma de fuego para su defensa, y acude a la comandancia militar para saldar cuentas con él. 


Debo señalar, desde mi punto de vista, que esperaba mucho más de Abril rojo, más aún tratándose de una novela ganadora del premio Planeta. El thriller policial me pareció forzado y, salvo el buen inicio (las primeras 50 o 60 páginas), el misterio por saber quién es el asesino de aquellas muertes, se va desvaneciendo conforme va avanzando la trama. Incluso, la resolución resulta forzada, aunque las últimas escenas están mejor narradas y la tensión narrativa aumenta considerablemente. Creo, en suma, que se trata de un thriller fallido, que no cuaja del todo, que muestra a un autor todavía en crecimiento y en búsqueda de la madurez artística

miércoles, 28 de noviembre de 2018

El miedo a intentar

Lo veo a diario. Sobre todo en las personas adultas. Incluso lo veo en mí mismo. Es el miedo a intentar. Ese mismo miedo que uno tenía de adolescente y que creíamos ya superado, pero que, debido a malas experiencias, volvió a instalarse en nuestro ser. Es el miedo a expresar lo que sentimos, lo cual nos lleva a pensar tres veces (o miles) antes de intentar o decir algo. Por ejemplo, recuerdo haber escuchado a un arquero peruano decir que muchos arqueros nunca salen de su arco jugando, porque, seguramente, una vez perdieron el balón, y ya tienen miedo de salir. Recuerdo también a un amigo empresario que me señaló que muchos empresarios, al fracasar en su primer emprendimiento, ya no vuelven a intentarlo porque dicha experiencia fue como "leche caliente que se les derramó en la cara". Lo veo, asimismo, en amigas que son madres solteras y se les hace difícil volver a darse la oportunidad de conocer a otra persona, porque tienen miedo a sufrir. Más aún, a veces,  yo me veo dudando de expresar mis sentimientos, ya que esto podría ser considerado una debilidad por la otra persona. ¡Y realmente me parece absurdo! 

Es bien humano tener miedo a fallar, pero debemos seguir intentando, es la única forma de crecer, de aprender, de vivir. Es como el deportista que está en una racha de fracasos (le ocurre incluso a los mejores), pero que sigue intentando y trabajando fuerte, hasta que comienza a obtener victorias y se va acercando a su meta. El dramaturgo Samuel Beckett lo refleja muy bien en su brillante pensamiento: "Siempre intentaste. Siempre fallaste. No importa. Intenta otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor". Es decir, Becket nos alienta a fallar, porque el éxito está en perseverar, en aprender de nuestros fracasos y seguir intentándolo hasta el final, sin perder el optimismo.  


lunes, 26 de noviembre de 2018

Open. Memorias de Andre Agassi.


En el 2009, se publica el libro Open. Memorias, el cual es una autobiografía del ex tenista estadounidense Andre  Agassi (1970), ganador de 8 Grand Slams y medalla de oro individual en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Aunque el nombre de Andre Agassi sale en la portada, el verdadero autor del libro es J.R. Moehringer, un escritor y periodista ganador del premio Pulitzer, quien se mudó a Las Vegas, Nevada, y durante un año se reunió a diario con Agassi y lo entrevistó a profundidad;  luego de grabadas las conversaciones, les dio forma en un ameno y profundo relato.

Open.Memorias se inicia antes del penúltimo partido en la carrera de Agassi, en el 2006, en el Open de Estados Unidos, frente al chipriota Marco Baghdatis, por la segunda ronda del torneo. Ya en ese entonces, Agassi contaba con 36 años y sufría de dolores intensos en la espalda. Debido a esto, le aplicaban inyecciones de cortisona para aplacar el dolor. Gracias a esto, Agassi llega a salir a la pista y realiza un largo y épico partido en el que termina derrotando a Baghdatis. Ya desde la primera página, Agassi nos confiesa un gran e inesperado secreto: “Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y siempre lo he detestado”.

Luego, la historia se remonta a los primeros años de infancia de Agassi. A cómo su padre, un hombre autoritario y frío, hizo de él una máquina del tenis desde que era un crío de 3 o 4 años. De cómo su padre, en La Vegas, Nevada, construyó una cancha de tesis en el patio de su casa (y una máquina lanza pelotas llamada El Dragón) e hizo practicar  a Agassi y sus hermanos mayores para que algún día sean tenistas profesionales y futuros campeones. Por supuesto, solo el pequeño Agassi logró el gran sueño de su padre, pero dentro del frágil niño se incubó una relación de amor y odio con el tenis, ya que fue una pasión que no nació de él, sino que le fue impuesta. Más aún, si perdía en algún partido amateur, no solo tenía que aguantar su frustración, sino también la cólera y las palabras duras de su padre. Fue también debido a su progenitor, que terminó, a los 12 años, dejando Las Vegas para viajar a la Florida e incorporarse a la escuela de tenis de Nick Bolletieri, la cual parecía un cuartel militar a la que estuvo confinado varios años.

Este libro, muy bien escrito y narrado, cuenta al detalle la carrera de Agassi como tenista, sus primeros triunfos y derrotas, sus épocas gloriosas y sus etapas de fracaso, sus victorias en los Grand Slams y torneos importantes del circuito de tenis, sus partidos históricos, sus rivalidades con Pete Sampras, Thomas Muster, Boris Becker, Jim Courier, Michael Chang, entre otros. Además, y sobre todo, Open es un viaje a la mente de Agassi, a sus conflictos interiores, a su amor y odio por el tenis, a sus dudas y contradicciones, a su miedo a fracasar, al dolor de perder, a la búsqueda del balance para encontrar su mejor tenis, a sus amores y pasiones.

Cuando uno termina de leer este libro, siente que ha conocido al tenista, siente que Andre Agassi ha dejado de ser ese ídolo inalcanzable y se ha convertido en un humano como cualquiera de nosotros, con dudas y temores; que muchas veces pensó en abandonar su carrera tenística, que muchas veces se sintió vacío y desolado, que muchas veces cuestionó su talento, pero que descubrió –como todo en la vida– que a pesar de que nada es perfecto, el éxito consiste en persistir, en aguantar, en dejar lo mejor de uno en cada cosa que hagamos. Y eso lo hace a Agassi más admirable.

Pese a que el epílogo es la parte más débil del libro, ya que parece un publirreportaje sobre la fundación de Agassi que ayuda a niños (y que pudo obviarse), Open es realmente una autobiografía conmovedora y aleccionadora, cuya lectura resulta muy amena, y que no tiene nada que envidiar a las mejores novelas por su prosa y profundidad psicológica. Muy recomendable.


viernes, 9 de noviembre de 2018


Cambio de palabras, del periodista peruano César Hildebrandt (1948), es una recopilación de interesantísimas entrevistas que realizó entre 1971 y 1992 a importantes personajes del país, en su mayoría políticos, escritores e intelectuales. La primera edición del libro data de 1981, pero en esta segunda edición (de 2008) se reúne 25 entrevistas. Hildebrandt entrevista, sobre todo, a relevantes figuras de la política peruana de aquel entonces: los años setentas e inicios de los ochentas. Precisamente, la primera entrevista del libro es al líder histórico del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. Otros políticos y presidentes renombrados que también aparecen son el general Juan Velasco Alvarado (presidente del gobierno revolucionario de 1968 a 1975) y Fernando Belaúnde Terry, líder de Acción Popular. Esta entrevista se realizó en 1980, poco antes de que fuera nombrado presidente por segunda vez.

 

Llama la atención en Hildebrandt su estilo punzante, confrontacional, de ataque directo al entrevistado. En estas entrevistas el periodista los enfrenta, les lanza preguntas sin anestesia, para sacar un pedacito de verdad en estos políticos duchos en el arte del fingimiento, del disimulo. Y valgan verdades, lo consigue. Hildebrandt muestra las contradicciones de aquellos políticos, sus vacilaciones, sus furias, sus resentimientos, su lado humano en suma. En estas entrevistas, en las que aparecen personajes como Pedro Beltrán, Enrique Chirinos Soto, Hugo Blanco, Alfonso Barrantes Lingán, Luis Alberto Sánchez, Luis Bedoya Reyes, Javier Valle Riestra, ninguno sale indemne. Estas entrevistas son fieles retratos de la coyuntura política de aquella época, pero también es un retrato humano de cada uno de estos personajes, como una pequeña postal o viñeta biográfica. Asimismo, resalta que estos políticos, en comparación con la actualidad, eran más preparados, más cultos. Hay un mundo de ideas en torno a todos ellos, un conjunto de ideales, aspiraciones (contradictorias muchas veces, pero sin duda estimulantes). Se nota, además, que había partidos políticos o, al menos, un intento por fortalecerlos. Debo acotar que he descubierto a políticos peruanos que solo escuché de oídas, pero que resultaron fundamentales en su tiempo: me refiero a Jorge del Prado, Héctor Cornejo Chávez y Andrés Towsend.

 

Por otro lado, hay también entrevistas a intelectuales peruanos como Julio Cotler, Aníbal Quijano, Pablo Macera, todas ellas muy interesantes.  Destaca la lucidez de Quijano, un intelectual de izquierda, fallecido este año. Asimismo, encontramos entrevistas entrañables a escritores renombrados como Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Alfredo Bryce Echenique, Manuel Scorza y Juan Gonzalo Rose. Cuando Hildebrandt deja de lado la política y aborda la literatura, deja de lado el estilo confrontacional y adopta un tono más íntimo y relajado (en el buen sentido).


En suma, Cambio de palabras es un libro altamente recomendable y muestra que la entrevista es un género fundamental del periodismo. Aquí Hildebrand logra hacer arte con este género, pues nos deja imágenes perdurables sobre sus entrevistados, que dejan de ser meros personajes para convertirse en personas de carne y hueso.  

sábado, 27 de octubre de 2018

La casa no existe


La casa no existe (2017) es el tercer disco del dúo peruano Alejandro y María Laura, y en mi opinión es una obra maestra, un álbum que trascenderá el paso del tiempo y que quedará en la historia de la música peruana. Compuesto de doce temas, en principio no sé cómo clasificarlo en su estilo, pero siento que posee influencias del argentino Luis Alberto Spinetta. No obstante, el disco tiene su propia personalidad, está llena de detalles, matices, mezcla de diversos ritmos, que lo convierten en una auténtica joyita musical.

El primer tema “Película” es mágico tanto en su lírica como en su melodía. Contiene una frase que resume muy bien lo que es el tema y el disco “No te angusties, es un poco lenta, pero genial”. La voz de Alejandro y el coro de María Laura se mezclan de manera admirable y el piano te transporta a un lugar de ensueño. El segundo tema “Agüita del equilibrio” posee la influencia del huayno y la dulce voz de María Laura le otorga matices impensables a la canción. Hay también sonidos de música electrónica que acompañan junto con la percusión. Dan ganas de bailar.

“La corriente del niño”, que tiene también la participación de La Lá, tiene una letra bien trabajada, de aliento poético. Tiene un coro que se repite: “Se me va apagando el fuego”. Y el cajón acompaña. “Avión”, el cuarto tema, me parece una de las obras maestras del disco. La letra es poesía, poesía no explícita llena de imágenes potentes. Aquí la voz de Alejandro es secundada por la de María Laura y el piano es fundamental. El coro se queda grabado en la testa: “Quién vendrá por mí si todos están ocupados. Quién vendrá por mí, si hasta de mí yo ya me he olvidado”.

 “Saltando” es como un intro a la siguiente canción “Saltando de tronco en tronco” que es también de los temas más alegres. Dan ganas de mover el esqueleto e incluso zapatear cuando María Laura hace los coros y convierte la canción en una suerte de huaynito dulce y jovial: “solo mis pies en la arena, solo el calor de la tierra”. “Matrimonio”, el sétimo, es una de mis favoritas (el video es una delicia). Aquí se nota la batería, nuevamente la letra lírica sobre la vida de casados de esta joven y talentosa pareja de músicos peruanos. Y el coro poético: “Deja caer la copa, que se emborrache la alfombra”. Es la canción hit del disco, la más comercial del disco, pero no por eso menos hermosa.

“Una fiesta cualquiera” es otra joyita, de un gusto tan exquisito que asombra y encandila. Aquí el músico Paulinho Moska acompaña el tema junto con Alejandro. “Se van, se van, y aquí sigue sonando el mismo vals” es el coro. Aunque no sabemos exactamente qué quiere decirnos la letra, la sentimos y la disfrutamos. “Una casa vacía”, el noveno tema, está guiada por la voz de María Laura y es una canción más lenta (pero genial); pero luego cobra fuerza cuando llega al clímax. Se aprecia el riesgo en cada canción y esta no es la excepción. Después viene “La novia”, la cual posee un corito lúdico, infantil, que le otorga frescura a la canción. El undécimo tema, “Últimas luces del día”, ya en la voz de Alejandro, es uno de los mejores. Es la historia, al parecer, de una persona que se está muriendo y observa lo que sucede a su alrededor: “No quiero dejar de ver el paisaje, no quiero que se acabe el viaje”. Es, sin duda, un tema entrañable. Aquí, nuevamente, las voces de Alejandro y María Laura son una maravilla, el complemento ideal; hay como un aullido fantasmal de María Laura al final que es rematado por Alejandro.

Finalmente, “María flojera”, como lo indica su título, es un tema más lúdico, más juguetón que despierta una sonrisa. Aquí la protagonista es la voz de María Laura y la acompaña la guitarra de Alejandro.

En conclusión, La casa no existe es una obra maestra que hay que escuchar. Además, es una prueba palpable de que en estas épocas se sigue haciendo buena música, pero esta no se encuentra en las radios, sino en medios alternativos. Por último, es prueba de que en el Perú también se hace música de gran calidad que no tiene nada que envidiar a cualquier talento extranjero. Imperdible.

Link del disco en Youtube:


Video de la canción "Matrimonio" en Youtube



jueves, 18 de octubre de 2018

La invención de la soledad


La invención de la soledad (1982), del escritor norteamericano Paul Auster (1947), fue el libro que le abrió las puertas al éxito y reconocimiento mundial. Hasta antes, estuvo sobreviviendo con trabajos de traducción y muchos editores se rehusaron a publicar alguna de sus primeras novelas policiales. En 1979, fallece su padre, un hombre de personalidad hermética y carácter difícil, y esto afecta de sobremanera a Paul Auster, quien decide escribir acerca de su relación de amor y odio con este. Esta es la base de La invención de la soledad, que fue escrita entre 1980 y 1981.

Dividida en dos capítulos, la primera, titulada “Retrato de un hombre invisible”, es un excelente, brillante retrato sobre su padre y su compleja relación con este. Para el narrador, como el título lo indica, su padre era como un hombre ausente, que aunque estaba físicamente presente, parecía que no lo estuviera. Auster aquí describe los últimos años de relación de su padre con su madre, antes de que se divorciaran; las  marcadas y opuestas personalidades de ambos. Aquí el autor se pregunta por qué su padre era tan frío con él, tan inexpresivo en sus sentimientos, tan mezquino en sus elogios. La respuesta se nos da, cuando Auster nos revela, de manera sorpresiva (tan igual que para él), que su abuela (es decir, la madre de su padre) había matado de un balazo a su abuelo por celos y por maltrato físico. Este hecho, que sucedió cuando su padre tenía siete años (y que causó conmoción en el pueblo donde vivían), fue ocultado por la madre de este y su familia, quienes se mudaron por diversos pueblos de los Estados Unidos huyendo del escándalo. Además, se nos relata que la madre de su padre, una mujer de cabello rojizo, pequeña, era de carácter autoritario con sus once hijos. Finalmente, en el juicio que se hace a la abuela de Auster, a pesar de que sí se reconoce su culpa en el asesinato de su esposo, ella termina siendo absuelta.

Con respecto al segundo capítulo, titulado “El libro de la memoria”, es una suerte de ensayo, de reflexión sobre la memoria, sobre la relación del padre e hijo (el vínculo de Auster ahora con su pequeño hijo de tres años) y la soledad del escritor. Valiéndose de múltiples citas a filósofos, escritores, poetas, pensadores, novelas, pasajes bíblicos, Auster escudriña en esos temas, aunque ya no en forma de un relato, sino de manera más abstracta y general. Por eso, posiblemente, y pese a que hay reflexiones muy interesantes, es el capítulo más débil o el menos logrado, desde mi punto de vista.

Debo agregar, también, que la prosa de Auster -tal como nos la ofrece la traducción al español de Eugenia Ciocchini- no es tan buena. Es un lenguaje simple, sencillo, directo, aunque siempre inteligente, agudo, punzante y de ritmo ágil. Es decir, resalta más el fondo que la forma.

En suma, haciendo las sumas y las restas, La invención de la soledad, de Paul Auster, es un libro recomendable sobre todo y, básicamente, por su brillante primer capítulo.

domingo, 23 de septiembre de 2018

A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz

A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz (1997) es una divertida autobiografía del reconocido escritor norteamericano Paul Auster sobre sus duros primeros años como escritor antes de obtener la fama. Nacido en 1947, la historia empieza cuando Auster nos cuenta que cuando llegó a los treinta sufrió una serie de grandes fracasos en su vida: el divorcio con su primera mujer, la falta de tiempo para escribir y los graves problemas de dinero. De ahí, hace un flashback al pasado y comienza a rememorar su adolescencia en Nueva York (a los 16 años) junto con sus padres, poco antes de que finalizara la escuela y ellos se separaran. Esto le cambia la vida a él, aunque era algo que ya esperaba pues los dos tenían personalidades opuestas, y pasa a vivir con su madre. Tras culminar la escuela, aproximadamente a los 18 años, se independiza y emprende un viaje en barco a París, con el fin de comenzar a vivir aventuras y volverse un escritor. Esos tres meses en Francia e Irlanda los aprovecha para leer, escribir y conocer personas. Además, sobrevive desempeñando diversos oficios, muchos de ellos manuales (sobre todo al inicio). Luego retorna a Nueva York para estudiar en la Universidad Columbia y, años más tarde, vuelve a Francia donde vive tres años y medio. De ahí emprende el regreso a su país.

Paul Auster, como otros grandes escritores, ya sabía desde un inicio que quería ser escritor y organizó su vida alrededor de esto. Llama la atención, además, su capacidad para estar con los ojos bien abiertos y así captar situaciones y personajes pintorescos que los plasmaría en futuros libros. Precisamente, esta biografía que finaliza poco antes de que obtenga el reconocimiento y el éxito mundial (recién en 1982, a los 35 años), es una galería de divertidas situaciones y personajes que Auster vive y conoce en sus primeros años como escritor. 

A salto de mata es un libro ameno, bien escrito y narrado, que se lee de un solo tirón, y que muestra también las penurias económicas que un escritor debe pasar para sobrevivir. En el caso de Auster, pese a que cumplía labores de traducción y escribía artículos para periódicos y revistas, el dinero le alcanzaba solo para sobrevivir. Es decir, realizaba solamente trabajos a medio tiempo, con el fin de tener tiempo para su gran pasión: la escritura. Pese a eso, sus primeros años no fueron muy auspiciosos. Un par de libros de poesía, una traducción en francés que hizo de un libro, pero la gran mayoría de cosas que escribía las desechaba porque sus ambiciones eran mayores a sus capacidades. 

Sin embargo, el final del libro muestra la luz al final del túnel. En 1978, se separa de su mujer y a los meses muere su padre, experiencia que lo afectó profundamente (a partir del cual escribiría su famoso libro La invención de la soledad). Sin embargo, a fines de 1980, a los 33 años, recibe una llamada inesperada de un editor que le pregunta si tiene algún material para publicar. Ahí, Auster recuerda una novela policiaca, que andaba guardada en su habitación y que había sido rechazada por varias editoriales. Luego de leerla, el editor decide publicarla, pero su novela recién vio la luz dos años después, aunque no pudo ser distribuida. Gracias a una agente literaria, otra editorial decide publicarla en edición bolsillo y le paga dos mil dólares de adelanto. Es ahí, se infiere, que la suerte empieza a cambiar para Paul Auster. No es casual que, en 1982, publica su reconocida obra La invención de la soledad (sobre la muerte de padre) y, entre 1985 y 1986, su famosa Trilogía de Nueva York.    


jueves, 13 de septiembre de 2018

Dejarás la tierra


La última novela de Renato Cisneros, Dejarás la tierra (2017), es la secuela de su novela anterior La distancia que nos separa (2013), que gira sobre su padre el militar el Gaucho Cisneros y su conflictiva relación con este. En Dejarás la tierra se prosigue con esta búsqueda del autor sobre sus raíces familiares, pero ya no sobre su progenitor, sino a partir del padre de su bisabuelo Luis Benjamín Cisneros: el cura Gregorio Cartagena, quien tuvo siete hijos no reconocidos con Nicolasa Cisneros. La novela, dividida en 19 capítulos, retrata la historia de Cartagena y Nicolasa; las vidas agitadas de su bisabuelo Luis Fernán Cisneros (hijo de aquellos), de su abuelo Luis Fernán Cisneros, y la búsqueda del autor por desentrañar ese pasado familiar y saber sobre su verdadero origen. La historia arranca en el 2013 y, en el segundo capítulo retrocede a 1828 en Huánuco, que es la época y el lugar en que el cura Gregorio Cartagena y Nicolasa Cisneros iniciarán su clandestina historia de amor. Luego los capítulos se van alternando con diferentes saltos en el tiempo, que muestran cómo el bisabuelo Luis Benjamín Cisneros y el abuelo Luis Fernán Cisneros, que crecieron pensando que su padre o abuelo era un hombre llamado Roberto Benjamín (al que nunca vieron y que fue una invención de Nicolasa Cisneros), descubren o intuyen su oscura procedencia. El autor Renato Cisneros, con buena prosa y notorio talento, nos va narrando con aliento poético las peripecias de sus antepasados, cómo aquellos repitieron o heredaron los mismos yerros, temores, enfermedades nerviosas o respiratorias y el talento del cura Cartagena y Nicolasa Cisneros. Todos ellos, al igual que su padre el Gaucho Cisneros, vivieron amores clandestinos, tuvieron dos familias simultáneamente (la legal y la oculta), y el autor comprende que procede básicamente de la segunda.

Dejarás la tierra es una novela interesante, ágil de leer, escrita con buena prosa y despliegue de recursos. Mezcla la realidad con la ficción, el trabajo de la crónica periodística con la imaginación. Personalmente, creo que novela alcanza sus más altos picos cuando Cisneros deja de lado el dato histórico exacto, la realidad de aquellos hechos, y se lanza a imaginar o inventar lo que pudieron sentir aquellos personajes en circunstancias importantes de sus vidas. En los últimos tramos de la novela, esta pierde fuerza, en mi opinión, porque el autor comienza a apegarse demasiado a los hechos (como un corsé que le impide moverse a sus anchas); aunque se justifica, pues la novela gira sobre la historia y el origen de su familia.

En conclusión, haciendo las sumas y las restas, Dejarás la tierra es una buena novela que se disfruta, que tiene momentos altos, y que muestra a un autor talentoso con gran proyección (el cual ha madurado en los últimos años), pero que aún no llega al nivel de los grandes novelistas.

jueves, 30 de agosto de 2018

US OPEN 2018 y NUEVA YORK

Hace unos días, cumplí uno de mis grandes sueños. Viajé a Nueva York (ciudad que mi padre recorrió de joven en los 70s), asistí al torneo de tenis US Open y vi jugar a los más importantes tenistas, entre ellos el duelo entre el número 1 Rafael Nadal y el gran David Ferrer.

Aunque fueron solo cinco días (no tenía dinero para más pues Nueva York es una de las metrópolis más caras del mundo), fue una gran experiencia recorrer esta inmensa y fascinante ciudad. Nueva York es una urbe llena de inmensos edificios y comercios, en la cual la gente es competitiva por naturaleza y de modales algo rudos, donde la superficialidad va de la mano con la profundidad. Es decir, de los frívolos paneles multicolores y espectaculares del Times Square pasas al Central Park, un inmenso parque de 4 kilómetros de largo en el cual la vida brota de manera espontánea y ves a la gente correr, montar bicicleta, sentarse en el pasto sola o en grupos, a conversar, a besarse, leer un libro, etc. 

En Nueva York, en las grandes avenidas observas a la gente no caminar sino casi correr. Observas a las personas, de todas las razas y países del mundo, recorrer aquellas transitadas aceras. Observas a las mujeres y hombres más guapos del mundo y tal vez mejor vestidas y con gran actitud (y son altísimos, sobre todo los afroamericanos). Como dije, es una ciudad competitiva y aquí, percibí, que el más rudo o astuto es el que vence. Se nota a leguas la cultura competitiva de los estadounidenses. Asimismo, el calor de fines de agosto era por momentos insoportable, pero por las tardes ya se ponía un poco más fresco. 

En esos cinco escasos días, que pasé en un bonito hostel (en una habitación que compartí con nueve varones, a los cuales no conocí ya que solo llegaba para dormir), conocí además los puentes de Manhattan y Brookling (distritos de Nueva York); el río Hudson y la Estatua de la Libertad, ubicada en una pequeñita isla, mediante una embarcación (ferry) que recorría el río mediante un servicio gratuito; el Museo de Arte Moderno (MOMA), donde admiré cuadros de Van Gogh, Matisse, Cezanne, Gauguin y otros monstruos de la pintura. Asimismo, el World Trade Center, el homenaje a las Torres Gemelas, las calles Wall Street y Broadway, el Radio City Hall, el centro Rockefeller, la biblioteca pública, etc. Y todo lo hice tomando los trenes del metro (con una tarjeta de 32 dólares que me servía para toda una semana) y caminando hasta quedar exhausto. Iba acompañado de mi mapa de la ciudad, mi dinero, mi botella de agua, y solo paraba para comer panes con hot dog (2 a 3 dólares), sandwiches, pizza y helados (1.5 a 4 dólares). Esa era mi dieta, además de, en ocasiones, un plátano (0.75 centavos de dólar) o una manzana (1 dólar). 

El penúltimo día, viajé en tren al distrito de Queens donde se celebraba el US Open. Aunque gasté muy buen dinero ese día, creo que valió la pena, porque vi jugar a varios de mis jugadores favoritos y a otros no tan conocidos pero que también admiraba. Por ejemplo, observé a los españoles Fernando Verdasco y Felicano López, al italiano Paolo Lorenzi, a Gilles Muller (que lamentablente perdió en primera ronda con un jovencito italiano), al canadiense de 19 años Denis Shapovalov. En la mañana, el calor era insoportable y eso me impidió disfrutar al máximo, aunque tampoco la pasé mal. En la noche, acudí a la cancha principal del gran complejo deportivo del US Open, el Artur Ashe Stadium, y vi jugar, primero, a la gran Serena William, una leyenda del tenis femenino y, luego, a dos de mis más admirados tenistas: Rafael Nadal y David Ferrer. Aunque este último no atravesaba un buen momento, ese partido que presencié (y en el que terminó retirándose por lesión al final del segundo set) mostró a un Ferrer que dejó la vida en cada pelota y le estaba jugando de igual a igual a Nadal. Presencié algunas jugadas y puntos que me emocionaron y que me hicieron partícipe de la gran belleza del tenis. Luego me enteré, en boca del mismo Ferrer, que era su despedida de los Grand Slams. ¡Y yo estuve ahí! Por si fuera poco, antes de estos partidos, hubo un show musical de la cantante Kelly Clarkson, y el artista Maxwell, quien cantó el himno de los gringos. 

Aunque noté también cierta frialdad, recelo y falta de respeto en el trato de algunos trabajadores a los turistas, o ese querer sacar ventaja de uno (eso que aquí llamamos "la criollada"); también -como en todos lados- me encontré con gente educada y servicial. En otras palabras, en todo lugar se cuecen habas y Nueva York no es la excepción. Pese a eso, esta ciudad no te deja indiferente y hay que conocerla sin lugar a dudas. Es toda una experiencia. Eso sí, comprobé una vez más, o intuí, que mi destino no está afuera, sino aquí en el Perú, mi país, ese que me vio nacer.

Foto: Tomada de la BBC


martes, 21 de agosto de 2018

Mis amigos de 40 años

Hace un par de días, escuché que la cantante Madonna cumplió 60 años. Sí, sesenta años. Hace poco me di cuenta de que el cantante español Miguel Bose ya tenía 62 añitos y ,en un último video, noté cómo el paso del tiempo ya se reflejaba en su rostro. ¿No era ayer 1993, cuando cantaba "Si tú no vuelves"? Hago matemáticas, entonces él tenía 37 años y han transcurrido veinticinco años desde entonces. Pareciera que fuera ayer... Me percato también de que los artistas juveniles de mi niñez ya son hombres y mujeres acercándose a los 50. Luis Miguel, el galán de las adolescentes a inicios de los 90s, ya es un hombre de 48 años; la bella Thalía tiene 47; Ricky Martin, 47; Shakira, 41 y así un largo etcétera. Igual ocurre con nuestros artistas locales. El actor Diego Bertie, que era el hombre que hacía suspirar a las chicas, ha cumplido 51 años y su pelo ya es blanco; Christian Meier, tiene 48 años; la guapa periodista Denis Arregui, 45 años; Gianella Neyra, que era una adolescente cuando apareció en las novelas de Iguana, 41 añitos; la misma edad Gian Piero Díaz y Renzo Schuler; el periodista Beto Ortiz, 50 años; Gisela Valcárcel, 55 años. Nadie se salva del paso del tiempo. 

Lo mismo sucede en nuestro entorno más cercano, con nuestros padres, familiares y amigos. Por ejemplo, mis mejores amigos del barrio, ya son hombres de 42 años. ¿No era ayer, en 1994, cuando cumplieron 18 añitos y me mostraron orgullosos sus libretas electorales? ¿No era ayer, en 1992, que estaban en quinto de media y aún no sabían qué iban a estudiar? Y ahora eso lo veo con mis propios compañeros de colegio; estos meses, a partir de julio, han comenzado a cumplir, muchos de ellos, 40 años. Sí, cuarenta. Es increíble. ¿No fue ayer que culminamos el bendito colegio? ¿No fue ayer, en 1998, que teníamos 19 o 20 años? ¿No fue ayer que eramos unos mocosos malcriados y con barros?

Es cierto, a los 20, a los 25, a los 30, ya sabíamos que el tiempo corría de prisa, ya sabíamos que un día íbamos a comenzar a envejecer, pero lo que no sabíamos era que todo iba a ocurrir tan pronto y más rápido de lo esperado. No sabíamos que, en un abrir y cerrar de ojos,  como un pestañeo, íbamos a notar que, de pronto, habían transcurrido más de veinte años y el final de la juventud había llegado.

Diario de un profesor (60)


Hace un año, una profesora universitaria joven me contó que, cada ciclo que pasaba, se sentía más desgastada emocionalmente. Y que pese a las vacaciones que tomaba entre ciclo y ciclo, le demandaba más esfuerzo enseñar a jóvenes de 17 a 19 años. 

Hace dos semanas, una amiga, también profesora universitaria, me contó que había dejado de enseñar en los primeros ciclos para enseñar, en las noches, a jóvenes y adultos que ya trabajaban (de 25 años a más, en promedio). “Era demasiado estrés, ya no aguantaba”, me confesó ella, que dictó durante casi diez años un curso de Estudios Generales. “Ahora es más tranquilo”, me señaló refiriéndose a los estudiantes del horario nocturno.

Es cierto, conforme pasan los años, el docente comienza a sufrir el desgaste físico y emocional que realiza a diario. Pese a que ambas son buenas profesoras, tampoco escapaban a eso. ¿Qué formula contra esto? ¿Qué fórmula contra el desánimo, la pérdida de la pasión o la disminución paulatina de esta? No tengo la menor idea, salvo que la pasión, el amor a la enseñanza, nos puede ayudar a buscar maneras para reinventarnos, para aguantar los inevitables fracasos y frustraciones, y seguir en la brega.       

jueves, 19 de julio de 2018

Diario de un profesor (59)

Hace un par de meses, escuché en Youtube una entrevista al ex jugador argentino Gabriel Batistuta, uno de los grandes goleadores del fútbol argentino y mundial. Batistuta confesó que él no se divertía cuando estaba en una cancha de fútbol, pues el nivel de exigencia era muy alto y para tener un máximo rendimiento necesitaba estar bien concentrado. Uno de los panelistas le refutó que también podía hacerlo bien divirtiéndose. Batistuta le contestó: "No, no se puede. Bien, no se puede. Lo podes hacer (divirtiéndote) a 180, pero si lo haces seriamente, lo haces a 200". 

Todo esto me hizo pensar en la labor del docente. Me he topado con profesores (un 15 o 20%) que confiesan que se divierten enseñando. Yo los escucho entre admirado e incrédulo, pero no es mi caso. A mí me gusta enseñar, sin embargo, al igual que Batistuta, no lo disfruto durante la clase. Y no porque no me guste enseñar, sino porque me demanda tanta concentración y energía (física y mental) el tratar de brindar una buena clase y captar la atención de los alumnos, que estoy demasiado tenso para gozar. El disfrute recién lo siento cuando veo que he realizado (o estoy realizando) un buen trabajo y los estudiantes parecen satisfechos. 

Sé que no hay reglas y que cada persona (o profesor) es diferente, pero así me ocurre a mí hasta ahora. Espero algún día divertirme durante las clases, no tomármelo tan en serio, no obstante, temo que la "calidad" de estas puedan disminuir. 

Adjunto entrevista a Gabriel Batistuta:







jueves, 12 de julio de 2018

Crónica parlamentaria de Abraham Valdelomar

A continuación, una crónica parlamentaria del gran escritor peruano Abraham Valdelomar, publicada en el diario La Prensa, en 1916. La crónica es una sátira de tono cómico sobre el extrovertido diputado Carlos Borda. 


Divagaciones sobre un diputado
Si fuera menester comparar al señor Borda con una fruta, habría decirse: “el señor Borda es rubio y esférico como una naranja”. Si con una flor, diríase: “El diputado por Lima es rubio y redondo como un girasol”. Si con un instrumento musical, se dijera: “El señor Borda es sonoro, rotundo, definitivo y gordo como un bombo”. De compararlo con un dulce, no podría decirse sino de esta manera: “El joven representante por Lima, es esférico y rubio como una yemesilla”. Si con una moneda, sería menester decir: “El señor Borda es limpio, rubio, sonoro y redondo como una libra esterlina”.

Pero naranja, girasol, bombo, yemesilla o libra, lo cierto es que el honorable señor Borda es el más fecundo, astuto y mataperro de los representantes. Como alumno que es de la Facultad de Letras, tiene el espíritu juvenil, gusta de hacer bromas a sus camaradas, se entretiene, cuando no habla, que es siempre, en hacer pajaritas de papel o monitos que atados con un hilo a un poco de papel mascado, arroja al plafón de la Cámara con gran contentamiento y alharaca del señor Salomón que lo encuentra muy ingenioso. Otras veces se entretiene en ponerles rabito a las moscas y las suelta luego, para que las muy inoportunas vayan a pararse en la calva del honorable señor Antonio de la Torre.

El honorable señor Balbuena nos ha contado, con fruición infantil, ante la sosegada y sanchopancesca de su escudero, el señor Pinzás, varias anécdotas del señor Borda, que nosotros, por insinuación del honorable señor Sayán, hemos dividido en tres partes: el señor Borda en el colegio; el señor Borda en la universidad; y el señor Borda en el Parlamento. Como si se tratara de las Claudinas de Wily.

Desde su más rubia infantilidad, el señor Borda tuvo el afán del parlamentarismo. Don Carlos fue guadalupano; es decir faite. Allí comenzó su carrera oratoria. Era el leader de los de su año. No había moscón, asueto, protesta o manifestación que no tuviera a la cabeza al señor Borda. Enérgico y rotundo, en las discusiones con sus camaradas comenzaba dando razones y concluía dando cocachos. Tenía pocos enemigos, porque su inteligencia precoz comprendía y realizaba la gran verdad universal que consistía en dar, o razones, o cocachos, o pesetas, que son las tres fuerzas con las cuales se impulsa, en todas las latitudes, a la manada humana…

El diputado por Lima, que es un gentleman a las derechas, ha sido marino, ha combatido por la madre España, está condecorado por el rey del pueblo del Cid, de la Otero y del “Gallito”. Cuando se tratara de su campaña electoral, don Carlos, que es una especie de comprimido de melinita, iba a los clubs obreros con un Smith y Wesson del 38 y con un discurso de veinte páginas. ¡Y claro! Los electores que generalmente tienen más miedo que siete viejas agarradas de las manos, se convencían de grado.

Una buena tarde la rozagante y apuesta figura del señor Borda apareció en la Cámara de Diputados. No faltó representante trasandino que preguntara, viéndolo:
     –­¿Quién es ese jovencito?

Pero el señor Borda comenzó. ¡Y qué comienzo, era como el fin del mundo! El señor Borda llegó a monopolizar la oratoria parlamentaria. Con lo cual daba pretexto al mismo señor Peña y Costas, que cuando le preguntaban:

     –¿Pero por qué no habla useñoría?
     Respondía:
     –Caray, ¿pero qué voy a decir si el señor Borda se lo habla todo?

Hoy el señor Borda, que se educa escolásticamente en la universidad, para el parlamento, es una maravilla. En la clase de Derecho Constitucional, a la cual es muy asiduo, le dan trabajos. Los trabajos del señor Borda, después de presentados al profesor, pasan a ser, en su cámara, proyectos de ley. Cuarenta clases de derecho ha habido en el año. Cuarenta proyectos de ley que ha presentado el señor Borda en diputados.

Pero el diputado por Lima, tiene su círculo en la universidad. Son casi todos jóvenes provincianos, que le admiran, quieren y respetan:
     –A ver, Guaycurringa –dice el señor Borda–, qué le parece este proyecto de ley…
     O sino:
     –Amigo Guasasquiche, ¿usted qué opina del veto en los países democráticos? Usted sabe que desde Ana de Inglaterra hasta míster Morkill no se usa el veto…
     
Y a veces:
      –Compañero Quispes, usted que sabe el código de memoria, qué opina usted…
     
Porque el señor Borda, aunque no es propiamente un machacón, es el primer alumno de sus cursos. Pero a veces se equivoca. El otro día, por ejemplo, le “tocaba paso” de Derecho Constitucional. Su catedrático, el señor Maúrtua, mozón con gravedad de magíster, pasaba lista en la clase.

     –¿Señor Garatúa?
     –¡Falta!
     –¿Señor Manchayputo?
     –Falta…
     –Señor Gorrochano…
     –Falta…
     –Señor Cañizares…
     –Falta…
     –Señor Borda…
     –¡Presente!
     –El paso señor Borda…

El señor Borda comenzó a dar el paso. Brillante y florido en el lenguaje, comenzó a dar la lección. Poco a poco empezó a declamar un lenguaje parlamentario, se puso de pie y, seguramente, se sintió diputado. El señor Maúrtua le interrumpió y entonces el señor Borda, incontenible, sonoro, arrogante, con la mano en alto y la catadura ciceroniana, exclamó:

–¡Su señoría honorable no tiene derecho de interrumpirme, porque la minoría, la voz de la minoría!...

El señor Maúrtua se asustó de cuan largo era.

Por la tarde el honorable señor Borda fue a la sesión. Estaba de un humor encantador. Para él la Cámara es la universidad y la universidad es la Cámara. En esta se siente chiquillo mataperros y en la universidad se siente diputado, leader de la minoría.

Sesión secreta. El señor Borda se sentó junto al honorable señor Gamarra; no el señor Gamarra apóstol del criollismo, de la guatía y de los chicharrones, sino de don Manuel de Jesús, que sin ofender a nadie es más feo que un cangrejo boca arriba. El señor Borda comenzó por “meterle punto”, para que impugnase al ministro, al señor Gamarra. El señor Gamarra es novato. Él no había hablado nunca. Pero había observado que a los que hablaban les ponían un vaso a la derecha. Decidido a hablar, el señor Gamarra comenzó:

     –¡Excelentísimo señor!...
     
Y luego, a media voz:

     –Que me traigan algo

El señor Borda, servicial, va a la cantina. Coge un vaso. Le echa wisky, ajenjo, cognac y moscatel y se lo trae al señor Gamarra que ¡zas! se lo bebe. El señor Gamarra que había comenzado su discurso blando y susurrante, después de tomarse el contenido del vaso, se volvió enérgico y duro, comenzó a soltarse…

     –¿Quiere más su señoría? –le interrogó el señor Borda.
     –Que traigan lo mismo –dijo el señor Gamarra.
     Y ¡zas! se tomó el segundo vaso…

Solo que, al terminar su discurso, explosivo, destripador, macabro, casi cambroniano, el presidente hubo de llamarlo al orden.

Y el señor Borda, desde su asiento, se agarraba el abdomen y estiraba las pequeñas piernas limitadas y regordetas, para no reventar de risa.

(La Prensa. Lima, 23 de agosto de 1916, p.5)  

jueves, 5 de julio de 2018

Aquí hay icebergs


Aquí hay icebergs es un libro de cuentos, del 2017, de la escritora peruana Katya Adaui (1977). Adaui es, además, autora de una novela y otros dos libros de relatos. Según el escritor y crítico José Carlos Irigoyen, Aquí hay icebergs fue el mejor libro de cuentos del año pasado. Fue por eso, y por otros comentarios positivos, que adquirí la obra y la leí. Sin embargo, siendo sincero, y a pesar de que en un inicio pensé que se trataba de una buena escritora, siento –desde mi subjetivo punto de vista- que se trata de un libro sobrevalorado y de regular para abajo.

Compuesto de doce relatos, el primero, titulado “Todo lo que llevo contigo”, empieza bien y es uno de los más interesantes del conjunto. Escrito de manera fragmentaria, como pequeñas micro escenas, se recrea la difícil relación entre una hija y su madre. Precisamente, la hija recuerda pequeñas escenas de su vida como si estuviera ante un psicoanalista o como si se trataran de piezas de un rompecabezas que la hija y el lector debemos armar. No obstante, conforme avanza el relato, se diluye un poco la tensión narrativa. Pese a eso, es uno de los mejores cuentos de todo el conjunto. “Si algo nos pasa” es una historia sobre un paseo a la playa de una joven con su hermana, el esposo de ella y el hijo de ambos. El conflicto surge cuando el cuñado, mientras manejaba su auto, tiene un altercado con otro conductor y van a parar a la comisaría. Pese a que el narrador es la joven chica, quien tiene una mirada algo extrañada sobre el incidente, el cuento no despega ni despierta interés. “El color del hielo”, “Alaska”, “Ese caballo” y “Donde tienen lugar las cacerías” son cuentos más experimentales, difíciles de leer, con un lenguaje que dibuja imágenes, pero solo se entiende por momentos y te dejan, al final, con una interrogante de qué nos quiso decir la autora…. He leído a Carpentier, Onetti, Faulkner y me han costado un poco, pero nunca me había pasado que me preguntará de qué va la historia. Creo que esa dificultad en estos textos se debe más a impericia que a una apuesta lograda o a una incapacidad lectora mía. Me parece. Pese a eso, "Alaska" y "Ese caballo" tienen cosas rescatables.

Por otro lado, en el relato  “Puertas”, se cuenta la conversación impensada, en un edificio de departamentos, entre un joven visitante y un hombre mayor que es inquilino. La historia fluye, pero los diálogos –posiblemente por querer experimentar– no son claros del todo, no están bien logrados y uno se pierde por instantes. Solo por instantes… Asimismo, “Este es el hombre” es un cuento atractivo sobre un joven que sufrió un abuso sexual, por parte de su primo, cuando era niño. Y cómo esto le dejó secuelas. De lo mejorcito de todo el libro.

En los tres últimos relatos, “Los gemelos Hamberes” (sobre la eutanasia a dos gemelos sordos que se están quedando ciegos), “Jardinería” (sobre un líder político recluido en una celda solitaria y que siembra un pino en un pequeño patio) y “Siete olas” (nuevamente el conflicto entre una hija con su madre: tema recurrente), Adaui relata historias más sencillas pero mejor contadas e interesantes, aunque sin llegar a ser logradas.       

En suma, creo que Aquí hay icebergs es un libro irregular que, salvo un par de cuentos de interés, y algunos destellos en el manejo del lenguaje, muestran a una autora aún en camino de consolidarse.  


domingo, 10 de junio de 2018

Diario de un profesor (58)

El otro día, conversaba con una joven colega muy talentosa. Me contaba que le iba muy bien con sus alumnos en el instituto donde enseña. "Son unos angelitos y son bien aplicados", me decía y yo la escuchaba con una sonrisa. En ese momento, yo pensé que la razón de su éxito se debía a que, además de su juventud y su carácter, tenía pasión por la enseñanza. "Yo busco divertirme y que se diviertan", agregó y me confirmó lo que ya intuía. Claro, reflexioné, le gusta lo que hace y al querer pasar un buen rato, le hace pasar un buen rato a sus estudiantes... Un momento después, para mi sorpresa, mi colega me comentó que no preparaba mucho su clase, que solo revisaba las diapositivas del curso y, a partir de ahí, explicaba en la pizarra y luego los hacía practicar. ¿No tienes miedo de improvisar?, le pregunté intrigado. "No, soy fresca para eso", me dijo con convicción. Yo solo pude responderle que no era  mi caso. Le confesé que le tenía pánico a improvisar, que necesitaba preparar al milímetro mi clase para sentirme seguro (solo a partir de ahí, podía darme ligeras licencias para improvisar). Le confesé también, que a diferencia de ella y otros pocos profesores muy cultos y carismáticos (como Marco Martos) que se podían dar la licencia de "improvisar", a mi me costaba sudor y lágrimas hacer una buena clase y atrapar el interés de mis alumnos...Todo eso, también me hizo recordar a aquellos deportistas talentosos (como los futbolistas brasileños Romario y Ronaldinho) que sin necesidad de entrenar muy fuerte, eran excelentes en el campo de juego. Mientras que otros, más limitados, tenían que sudar la gota gorda en los entrenamientos para pulir sus habilidades, y así tratar de lograr una buena performance en los partidos oficiales (a veces con éxito y en otras no). Personalmente, me ubico en el grupo de los últimos.  

Frases de deportistas

Hoy domingo 9 de junio, en que Rafael Nadal ha obtenido el trofeo de Roland Garros por undécima vez, tras ganar al austriaco Dominic Thiem, coloco algunas citas de este y otros deportistas que me han gustado mucho:

1.- Rafael Nadal  
"En mi cabeza hay dudas siempre, ese es mi sentimiento". “No soy una persona segura de sí misma en ninguna cosa de la vida. No soy una persona decidida en casi nada. Nunca he presumido de eso. Me cuesta mucho tomar decisiones… pero cuando juego, en los momentos importantes, tengo la determinación de hacer algo”.

2.- Toni Nadal (tío y entrenador de Rafael Nadal) 
"Esto es lo determinante: la capacidad de aguante en la vida". "Yo creo que el carácter se forma con la dificultad". "Hay que estar dispuesto a luchar hasta el final" y "no poner excusas".

3.- Inés Melchor (atleta peruana, campeona nacional de 10 mil metros planos y puesto 25 en la maratón de las Olimpiadas de Londres 2012) 
"Creo que la vida, así como la maratón, es una prueba de fondo, es una prueba de resistencia".

4.- Jaime Yzaga (ex tenista peruano, quien llegó a ser N° 18 en el ránking mundial) 
"El deporte te enseña que cada día es una oportunidad nueva. Hoy día puedo haber perdido, pero tengo la capacidad de poder reflexionar qué es lo que hice mal; y mañana tengo una oportunidad de volver a jugar y hacer lo que debí haber hecho".

Foto: imagen de Jaime Yzaga Tori (extraída de www.pinterest.se)

domingo, 20 de mayo de 2018

La maratón (42 kilómetros)

Hoy domingo 20 de mayo, a mis 39 añitos, cumplí uno de mis sueños: correr y finalizar una maratón completa; es decir, recorrer 42 kilómetros y 195 metros de distancia. Aunque mi tiempo no fue bueno (cronometré 4 horas y 26 minutos cuando calculaba a lo más 4 horas y quince), me siento alegre y satisfecho de haber cumplido con la meta sin haberme detenido en ningún momento de la carrera.

A lo largo del recorrido, sentí el frío de las siete mañana, luego el  sol que comenzaba a despuntar y me hacía sudar a chorros. En otro momento, la neblina de la Costa verde, por Miraflores, nos invadió a los miles de corredores congregados; después, nuevamente el sol,  y así el clima se iba alternando y acompañándonos en nuestro recorrido. Los primeros 21 kilómetros me sentía fuerte y corría a ritmo de menos de seis minutos por kilómetro. Pero a partir del kilómetro 25 comencé a sentir el cansancio, las piernas las sentía pesadas, las rodillas agarrotadas y el polo de carrera lo sentía empapado, además del sudor que nublaba mi vista. Menos mal que cada 3 o 4 kilómetros había puestos de hidratación, donde jovencitos amables de la empresa organizadora (Movistar) nos ofrecían agua o gatorade. Incluso, a partir del kilómetro 21, recibí en tres ocasiones, cuando ya sentía las fuerzas reducidas y la voluntad que amenguaba, pedazos de plátano que masticaba con lentitud y placer, esperando que esto me diera energías extras para culminar la carrera con éxito. En otro momento, para distraerme, contemplaba los paisajes de mi Lima, los diversos distritos que recorrimos, por ejemplo, en San Isidro, me topé con el Country Club de Lima, aquel bella edificación a la cual -cuando fui un chiquillo de quince años- acudí a mi fiesta de pre promoción con una linda chiquilla que no supe valorar. También me distraía contemplando, en ciertos momentos, a los cientos y miles de competidores que corrían conmigo. Personas de edades, contexturas, tamaños, facciones de las más diversas. Personas del país como del exterior corriendo por un mismo objetivo. Y también, de vez en cuando, contemplaba alguna chica bonita con bonito cuerpo que se me adelantaba y me distraía con su belleza. 

La última hora y media de la carrera fue lo más dificil. Al llegar a las tres horas estaba exhausto, pero sabía que no podía detenerme. Veía a personas que caminaban, se detenían, más yo sabía que costara lo que costara, no podía detenerme. Podía bajar el ritmo, podía correr mucho más lento, pero bajo ninguna excusa podía pararme. Debía correr, bracear (mover las manos) y hacer que esa sombra de mi cuerpo proyectada en el asfalto, siguiera su rumbo. Al llegar a las cuatro horas, aún faltaban casi 4 kilómetros. Había personas en la calle que nos alentaban, que nos daban fuerza; madres con sus niños diciéndonos: "vamos, ya falta poco, ustedes pueden" o que nos ofrecían un poco de agua, trozos de mandarina o paños mojados. Y eso me ayudó a mí, y a muchos competidores, a seguir aguantando, a seguir peleándola; algo dentro mío me decía que esta no era una simple carrera, sino algo más: una prueba para hacerte más hombre, para crecer como persona, para aguantar los obstáculos de la vida. Y por eso, pese a que mi ritmo era lento, y veía que varios me pasaban, seguí en la brega. El último kilómetro lo hice con el corazón, más que con el cuerpo. Al contemplar a lo lejos la meta, sentir el aliento del público y escuchar la música que fluía de los parlantes, saqué mi última reserva de energía y aceleré un poco el paso. Los últimos metros los corrí con fuerza. Llegué a la meta destruido pero contento. El esfuerzo había valido la pena. Y un sueño se había cumplido.