domingo, 10 de junio de 2018

Diario de un profesor (58)

El otro día, conversaba con una joven colega muy talentosa. Me contaba que le iba muy bien con sus alumnos en el instituto donde enseña. "Son unos angelitos y son bien aplicados", me decía y yo la escuchaba con una sonrisa. En ese momento, yo pensé que la razón de su éxito se debía a que, además de su juventud y su carácter, tenía pasión por la enseñanza. "Yo busco divertirme y que se diviertan", agregó y me confirmó lo que ya intuía. Claro, reflexioné, le gusta lo que hace y al querer pasar un buen rato, le hace pasar un buen rato a sus estudiantes... Un momento después, para mi sorpresa, mi colega me comentó que no preparaba mucho su clase, que solo revisaba las diapositivas del curso y, a partir de ahí, explicaba en la pizarra y luego los hacía practicar. ¿No tienes miedo de improvisar?, le pregunté intrigado. "No, soy fresca para eso", me dijo con convicción. Yo solo pude responderle que no era  mi caso. Le confesé que le tenía pánico a improvisar, que necesitaba preparar al milímetro mi clase para sentirme seguro (solo a partir de ahí, podía darme ligeras licencias para improvisar). Le confesé también, que a diferencia de ella y otros pocos profesores muy cultos y carismáticos (como Marco Martos) que se podían dar la licencia de "improvisar", a mi me costaba sudor y lágrimas hacer una buena clase y atrapar el interés de mis alumnos...Todo eso, también me hizo recordar a aquellos deportistas talentosos (como los futbolistas brasileños Romario y Ronaldinho) que sin necesidad de entrenar muy fuerte, eran excelentes en el campo de juego. Mientras que otros, más limitados, tenían que sudar la gota gorda en los entrenamientos para pulir sus habilidades, y así tratar de lograr una buena performance en los partidos oficiales (a veces con éxito y en otras no). Personalmente, me ubico en el grupo de los últimos.  

No hay comentarios: