martes, 21 de agosto de 2018

Diario de un profesor (60)


Hace un año, una profesora universitaria joven me contó que, cada ciclo que pasaba, se sentía más desgastada emocionalmente. Y que pese a las vacaciones que tomaba entre ciclo y ciclo, le demandaba más esfuerzo enseñar a jóvenes de 17 a 19 años. 

Hace dos semanas, una amiga, también profesora universitaria, me contó que había dejado de enseñar en los primeros ciclos para enseñar, en las noches, a jóvenes y adultos que ya trabajaban (de 25 años a más, en promedio). “Era demasiado estrés, ya no aguantaba”, me confesó ella, que dictó durante casi diez años un curso de Estudios Generales. “Ahora es más tranquilo”, me señaló refiriéndose a los estudiantes del horario nocturno.

Es cierto, conforme pasan los años, el docente comienza a sufrir el desgaste físico y emocional que realiza a diario. Pese a que ambas son buenas profesoras, tampoco escapaban a eso. ¿Qué formula contra esto? ¿Qué fórmula contra el desánimo, la pérdida de la pasión o la disminución paulatina de esta? No tengo la menor idea, salvo que la pasión, el amor a la enseñanza, nos puede ayudar a buscar maneras para reinventarnos, para aguantar los inevitables fracasos y frustraciones, y seguir en la brega.       

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