La invención de la soledad (1982), del escritor norteamericano Paul
Auster (1947), fue el libro que le abrió las puertas al éxito y reconocimiento
mundial. Hasta antes, estuvo sobreviviendo con trabajos de traducción y muchos
editores se rehusaron a publicar alguna de sus primeras novelas policiales. En
1979, fallece su padre, un hombre de personalidad hermética y carácter difícil,
y esto afecta de sobremanera a Paul Auster, quien decide escribir acerca de su
relación de amor y odio con este. Esta es la base de La invención de la soledad, que fue escrita entre 1980 y 1981.
Dividida en dos
capítulos, la primera, titulada “Retrato de un hombre invisible”, es un
excelente, brillante retrato sobre su padre y su compleja relación con este. Para
el narrador, como el título lo indica, su padre era como un hombre ausente, que
aunque estaba físicamente presente, parecía que no lo estuviera. Auster aquí
describe los últimos años de relación de su padre con su madre, antes de que se
divorciaran; las marcadas y opuestas
personalidades de ambos. Aquí el autor se pregunta por qué su padre era tan
frío con él, tan inexpresivo en sus sentimientos, tan mezquino en sus elogios.
La respuesta se nos da, cuando Auster nos revela, de manera sorpresiva (tan
igual que para él), que su abuela (es decir, la madre de su padre) había matado
de un balazo a su abuelo por celos y por maltrato físico. Este hecho, que
sucedió cuando su padre tenía siete años (y que causó conmoción en el pueblo
donde vivían), fue ocultado por la madre de este y su familia, quienes se
mudaron por diversos pueblos de los Estados Unidos huyendo del escándalo. Además,
se nos relata que la madre de su padre, una mujer de cabello rojizo, pequeña,
era de carácter autoritario con sus once hijos. Finalmente, en el juicio que se
hace a la abuela de Auster, a pesar de que sí se reconoce su culpa en el
asesinato de su esposo, ella termina siendo absuelta.
Con respecto al
segundo capítulo, titulado “El libro de la memoria”, es una suerte de ensayo,
de reflexión sobre la memoria, sobre la relación del padre e hijo (el vínculo
de Auster ahora con su pequeño hijo de tres años) y la soledad del escritor.
Valiéndose de múltiples citas a filósofos, escritores, poetas, pensadores,
novelas, pasajes bíblicos, Auster escudriña en esos temas, aunque ya no en
forma de un relato, sino de manera más abstracta y general. Por eso,
posiblemente, y pese a que hay reflexiones muy interesantes, es el capítulo más
débil o el menos logrado, desde mi punto de vista.
Debo agregar,
también, que la prosa de Auster -tal como nos la ofrece
la traducción al español de Eugenia Ciocchini- no es tan buena. Es un lenguaje
simple, sencillo, directo, aunque siempre inteligente, agudo, punzante y de
ritmo ágil. Es decir, resalta más el fondo que la forma.
En suma, haciendo
las sumas y las restas, La invención de
la soledad, de Paul Auster, es un libro recomendable sobre todo y,
básicamente, por su brillante primer capítulo.
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