Leí El libro de los
amores ridículos (1968), del checo Milan Kundera (1929), en el último año
de la universidad. Me gustó mucho (antes había leído su novela La insoportable levedad del ser, que
también me agradó bastante). El libro de
los amores ridículos, recordaba, era un conjunto de relatos divertidos
sobre el amor y que, a través del narrador, se filosofa en torno a este
sentimiento. Recordaba también que tres cuentos me habían gustado en especial.
Pero, sobre todo, me acordaba del cuento “El falso autostop” que me parecía
originalísimo y una obra maestra, y que en el 2003 se realizó, incluso, una
versión teatral en el centro cultural de la Católica.
Pues bien, acabo de releer el libro de Kundera después de 15
años y me he divertido leyéndolo. He vuelto a comprobar la belleza de los cuentos
arriba mencionados, y, más aún, he descubierto un par de relatos más que son igual
de valiosos. Por ejemplo, el primero “Nadie se va a reír” es la entretenida
historia de un profesor mujeriego que se niega a escribir una reseña elogiosa a
un tipo, y trata de eludirlo con cualquier artimaña. Esto pone en aprietos a la
estudiante que es su pareja. El segundo cuento, “La dorada manzana del deseo”
es una buena historia sobre un hombre casado que se dedica a flirtear con las chicas
que conoce; sin embargo, nunca llega a mayores, pues es fiel a su mujer. El
desenlace, no obstante, no es tan bueno. “El falso autostop”, tercer relato, es una
obra maestra y cuenta la historia de una pareja de veinteañeros, que en el
inicio de sus vacaciones -en el auto que conduce uno de ellos- comienzan a
actuar como si fueran extraños, y eso rebela sus inseguridades, miedos y sus
ocultas personalidades. El cuarto cuento (“Symposion”) y el sexto (“El doctor
Havel al cabo de veinte años”) giran en torno a un grupo doctores, en especial
el doctor Havel (un hombre mujeriego). A pesar de que son interesantes y
entretenidos, son los más flojos del conjunto. Quizá porque abusan de las
reflexiones filosóficas del narrador acerca del comportamiento de sus
personajes. Ojo, la mayoría de las reflexiones del narrador son muy
interesantes en casi todas las historias, pero sobre todo en estos cuentos se percibe
cierto abuso e interfieren de cierta forma con la trama (especialmente en “Symposion”).
Pese a eso, como ya dijimos, son dignos de interés y de ágil lectura.
El quinto relato “Que los muertos viejos dejen sitio a los
muertos jóvenes” es uno de los mejores del conjunto. Narra el reencuentro de un
hombre de 35 y una mujer de 54, que quince años atrás tuvieron una aventura. Ya en el departamento de él (ambos infelices con sus vidas actuales
y más viejos), decidirán si vuelven a tener una aventura. Finalmente, “Eduard y
dios” es el divertido último cuento. Trata sobre un joven profesor que sale con
una chica y quiere acostarse con ella; pero ella, que cree en dios, lo rechaza
porque eso iría contra uno de los mandamientos de dios (“No fornicarás”). Él, por
tanto, fingirá creer para poder ablandarla y así lograr su cometido. Eso lo
meterá en graciosos enredos.
En suma, El libro de los
amores ridículos, de Milan Kundera, pese a sus leves defectos, es un
excelente libro que vale la pena leer. El placer está garantizado sin lugar a dudas.
¡Muy recomendable!
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