Foto: Diario Trome
Hoy me enteré que el profesor Reynaldo D´Amore (1923-2013) había fallecido el día de ayer. Dejé
lo que tenía que hacer y acudí a su velatorio en el Hospital Rebagliati.
Mientras manejaba mi auto, las imágenes del pasado volvían a mi mente. La
última vez que lo vi había sido hacía más o menos tres meses. Lo noté
preocupado, cansado, con la mirada ensimismada, con mal carácter. Ahora que me
acababa de enterar que el señor D´Amore había partido entendía y justificaba ya
su preocupación, su crispación de entonces.
Cuando entré a la pequeña sala donde lo velaban, saludé a
Zarela, su fiel secretaria; Paco Caparó, leal profesor del Club y a buen número
de alumnos, exalumnos, compañeros, colegas que conocieron y disfrutaron al
señor D´Amore. Su ataúd estaba allí, iluminado, en medio de varios adornos florales. Me paralicé y me
detuve. No podía dirigirme al féretro, algo me impedía caminar hasta allá, no
sabía cómo iba a reaccionar cuando estuviese frente al cuerpo de mi maestro.
Estuve parado y distante pensando, pensando en ese señor que en el año 52 llegó
al Perú gracias al escritor y promotor cultural Sebastián Salazar Bondy, me
imaginé cuando se casó con su alumna peruana, también cuando fundó al año
siguiente el Club de Teatro de Lima junto con Salazar Bondy. Y luego se instaló
en ese Perú desconocido al que le fue cogiendo cariño y lo hizo su segunda
patria. Aquí fue que sentó sus raíces, que hizo su vida, que tuvo sus hijos,
que desperdigó su talento y pasión a miles de alumnos y discípulos que lo admirábamos.
Era, además, un excelente profesor y pedagogo y las más clara evidencia de eso
fue que cuando se vino al Perú, un grupo de alumnos argentinos se vino al Perú
siguiéndolo. Ese recuerdo, por ejemplo, lo conmovía al señor Reynaldo. Pero no
solo eso, el gran D´Amore no solo enseñaba teatro y oratoria, sino que tenía
una fuerte vocación social y de desarrollo de la persona. Sabía que lo que
enseñaba no solo servía para hacer arte, sino también para mejorar las vidas de
las personas, para que aprendan a ser más ellas mismas. Nunca lo dijo, pero
gracias a él muchos, además de encontrar su vocación, aprendieron a confiar más
en ellos mismos. E incluso, Reynaldo becaba a chicos que no tenían plata, pero
sí muchas ganas de hacer teatro.
Luego de aquellos pensamientos, tomé valor y me acerqué al ataúd
del señor Reynaldo D´Amore. Ahí estaba, su cuerpo tieso, maquillado en exceso,
tanto que parecía irreconocible, y con sus manos cruzadas. Y lo miré
unos instantes. Y le dije y le digo: Gracias, señor Reynaldo,
en nombre mío y en nombre de todos, por todo lo que hizo por nuestro país. Usted
hizo patria, siendo argentino. Usted quiso al Perú y eso se lo reconocemos. Usted fue un ejemplo
de hombre que trabajó sin desmayo hasta el último de sus días y cuando lo cogió
la muerte, ese cruel verdugo, lo encontró peleando y luchando hasta el fin. Su nombre
queda, su obra y enseñanzas también y el Club de Teatro de Lima, su creación,
esa creación que ya tiene 60 años, resultará inmortal. ¡Descanse en paz, maestro Reynaldo D´Amore!
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