jueves, 22 de septiembre de 2016

Diario de un profesor (32)

Recuerdo que en tercero de media, tenía una profesora de Lenguaje, pequeñita, gordita y de cabello corto, que con solo mirarnos hacía que los 44 alumnos varones de mi colegio guardáramos silencio. Mi aula era el terror del resto de profesores, sin embargo, esta mujer  -que valgan verdades tenía aspecto de bruja mala-  hacía que los más malcriados de  mi clase se conviertan en mansas palomitas. Yo, personalmente, le tenía miedo, pavor. Más aun, cuando explicaba el tema de las oraciones arbóreas en la pizarra, y con su potente y amarga voz, llamaba a alguno de nosotros al frente y nos pedía resolver algún ejercicio. Yo, desde mi carpeta, muerto de miedo, rezaba a diosito para que no me llamara, porque además que sabía que no iba a poder resolver el bendito ejercicio, iba a ser blanco de sus reproches y burlas. Ese año, recuerdo que debido al miedo no aprendí nada y terminé odiando las oraciones arbóreas. Ahora que han pasado los años, y me dedico a la docencia, sé que la disciplina en un aula es vital para el desarrollo normal de una clase (precisamente el mayor temor de un profesor, y causante del estrés, es el no poder lidiar con la disciplina dentro de un aula). Y esta profesora tenía un don en mantener la disciplina en su aula. No obstante, como alguna vez señaló el educador Constantino Carvallo, un poco de temor por parte de los alumnos es bueno (ya que eso genera respeto); sin embargo, el exceso de temor o miedo termina resultando contraproducente, ya que bloquea el aprendizaje. Precisamente, eso es lo que me pasó a mí, pues el miedo que me producía aquella profesora, hizo que no pueda concentrarme ni entender y menos disfrutar del aprendizaje. Por eso, lo ideal es que los profesores manejen la disciplina en su clase (cómo lograrlo es otro gran tema), pero a través del respeto y no del miedo.


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