martes, 30 de julio de 2024

Diario de un profesor (90)

Este ciclo universitario pensé que estaba cuajando como docente, es decir que, con los años, estaba madurando y volviéndome un profesor más solvente y seguro. Más aún, ilusamente, creí que, en general, era un profesor carismático, que caía bien a los alumnos y no generaba grandes odios a diferencia de otros colegas. Sin embargo, me equivoqué de cabo a rabo. Hace un par de días, revisando la encuesta de satisfacción que se hace a los alumnos, vi, anonadado, que mi promedio estaba por debajo de la media. Por primera vez en 3 años y medio, mi promedio era bajo y los estudiantes me habían calificado duramente. Lo que me sorprendió, sobre todo, fue lo pobre que me calificó una de las aulas. Y recién en ese instante até cabos. Era una de esas aulas tranquilas, silenciosas, sosegadas, que no te generan problemas. No obstante, como me ocurrió en trabajos anteriores, recordé que precisamente esas aulas sosegadas eran las que te calificaban más bajo. Recordé que detrás de esos rostros tímidos, hay algunos alumnos que te odian en silencio o simplemente les caes chinche, y esperan la encuesta para expulsar su rencor o antipatía. Por otro lado, y como casi siempre me ha ocurrido, el aula más bulliciosa, esa sección donde están los palomillas que te hacen esforzar el doble o el triple, fue la que me calificó más alto. Moraleja: el docente no debe creérsela nunca, debe seguir trabajando humildemente dando lo mejor de sí. Y segunda y última moraleja, como dice el dicho: "Del agua mansa líbreme dios, que de la brava me libraré yo". Por tanto, a seguir aprendiendo.

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