jueves, 23 de junio de 2011

Las películas de mi vida


Acabo de terminar de leer la novela “Las películas de mi vida” del chileno Alberto Fuguet (1964) y tengo sentimientos encontrados. Creo que es una novela ágil, divertida y que respira, como en las películas de Fuguet, insatisfacción, personajes quebrados, sobre todo el protagonista. Alberto Soler, que es un sismólogo (no es casual la profesión, pues alude al estudio de los terremotos físicos y también a los terremotos internos que se producen en nuestra vida por algún suceso que la marcó), tras un suceso fortuitito que le ocurre en su escala en Los Àngeles (ciudad en la que vivió de chico) rumbo a Tokio, sufre un “terremoto interior” que lo lleva a penetrar en los recuerdos de su niñez e infancia, con el fin de ordenar o reconstruir el caos o la destrucción que lo invade por dentro. Y qué mejor modo que ordenar su vida, que a través de las películas que vio durante su infancia (en Los Ángeles) y en su adolescencia (en Chile). Así, como lectores, vamos presenciando, a través de una serie de innumerables películas, escenas de la primera etapa de la vida del personaje principal y la razón de su vacío, de su insatisfacción actual: la quebrada relación con su familia, en especial con el padre y en menor medida con la madre. La reconciliación,precisamente,viene a través de su hermana, con quien mantenía una relación distante y con quien comparte ese quiebre personal que viene de su relación con sus padres. Como dije en un principio, la novela es ágil, entretenida; sin embargo, debo reconocer, esperaba más de Fuguet: la prosa es sencilla, no hay gran trabajo en construcción de personajes (salvo un par, aunque hay que reconocer que Fuguet siempre llega a crear una atmósfera de empatía o identificación entre su protagonista y el lector), la técnica es simple. A pesar de todo esto, Fuguet engancha con el lector, tiene una sensibilidad que conecta con un lector joven e inconforme de nuestros tiempos, y ahí está su mérito, además de su sinceridad. Fuguet no es Vargas Llosa, pero sí conecta más con la juventud y la adolescencia, pues refleja su insatisfacción. Y por eso me gusta.

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