viernes, 28 de septiembre de 2012

Diario de un profesor (3)


5/6/2012
A veces, una mala clase te enseña más que una buena, pues te ayuda a replantear tu método de enseñanza, a preguntarte qué estás haciendo mal o bien, a cuestionar si el problema eres tú o los alumnos. Normalmente, la respuesta está al medio.

10/6/2012
Un profesor es como un actor: no importa si tiene problemas, si está de mal humor, si está desmotivado, si está enfermo, porque, igual, cuando entra al salón de clases tiene que olvidarse de sus problemas y hacer “la mejor actuación” que pueda para cautivar al público espectador. No importa si no recibe aplausos, igual tiene que dejar lo mejor de sí en el “escenario”.

 
22/6/2012
Enseñar es impredecible. A veces, tu salón problema con el tiempo se vuelve en un buen salón, debido, tal vez, a tu empeño. Sin embargo, aquel aula que consideras tranquila o normal, de un día a otro, y sin motivo aparente, se vuelve en un salón problema que te hace sudar frío o te pone en aprietos impensables. Eso es lo que me ocurrió con un salón de colegio (4° de secundaria): las dos últimas clases, en especial la última media hora, el aula se vuelve un desbarajuste y tengo que estar callándolos a cada rato. Menos mal que ha acabado el bimestre y tengo dos semanas de respiro, de break; pero tengo que ir pensando en una estrategia para remediar el problema.

24/6/2012
Corregir exámenes, prácticas, he ahí el dilema. En mi corta experiencia docente (4 años), corregir exámenes ha sido una de las partes más laboriosas y complicadas, incluso, tal vez, más que enseñar. Te puedes pasar días enteros corrigiendo y corrigiendo. Claro, sería fácil, como he escuchado que hacen algunos colegas, corregir “al vuelo”, aprobar a todos y listo. Pero no. Prefiero ser tortuga, renegar un poquito, pero al menos tener la paz interior y la satisfacción de hacer bien mi trabajo…El día que ya no quiera corregir (me refiero a corregir bien), me dedicaré a otra cosa.

 
1/8/2012
Hasta los 13 años era un aplicado alumno ubicado entre los 5 primeros de mi salón). Sin embargo, cuando entré a la adolescencia, no sé por qué, se me desaparecieron las ganas de estudiar. Me convertí en un estudiante flojo, mediocre. Y esto me duró hasta los 22 años. Por tanto, jalé muchos cursos y aprobé muchos otros con notas mediocres. Recién a partir de los 23, no sé por qué, me volví un alumno estudioso y responsable, que buscaba recuperar el tiempo que había perdido. Ahora que enseño –vaya paradoja- y tengo que lidiar con chicos perezosos y desmotivados, siento empatía por ellos y trato de incentivarlos dentro de mis posibilidades. Sin embargo, soy consciente de que no soy quién para exigirles que sean responsables (pues no soy un buen modelo) y son ellos mismos quienes tienen que encontrar la motivación, tal como un día yo hice conmigo.

 
7/8/2012
He retomado la enseñanza hace un año y medio. Uno de mis defectos: Todavía no sé controlar mi energía. Me desbordo, “corro” con las palabras cuando veo que estoy perdiendo la atención de los alumnos. Y no me doy cuenta que, así como en una película, también tiene que haber momentos calmos, tranquilos. Los estudiantes necesitan dosis de “acción”, pero también momentos de “tranquilidad”. Por tanto, no debo “correr” solamente, sino, a veces, debo “caminar” para que el alumno “camine” conmigo. Así, él disfrutará más la clase y yo también.

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¿Puede un profesor disfrutar su clase? ¿Será esto un requisito indispensable para que el alumno también disfrute?


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Una de las cosas que más me gusta y, a la vez, menos me agrada de enseñar: el no saber qué va a pasar en la siguiente clase.

15/8/2012
Un día, un tío, que tenía su chacra, me dijo: “En la chacra, uno trabaja bastante, pero no se nota mucho el trabajo”. Igual yo podría decir del oficio de enseñar: “Uno como profesor trabaja bastante, pero no se nota mucho el trabajo”. Alguien que no conoce la profesión, pensaría que el profesor se la lleva fácil. Trabaja pocas horas y el resto del día está en su casa o en la calle vagando. No es así, al menos no en el caso del buen profesor. El trabajo visible, es cierto, está en las horas que uno dicta al día (que pueden ser de 4 a 6, más o menos), esas horas en las que uno está frente a los alumnos en un salón de clase.  Sin embargo, la mayor parte del trabajo –y a veces, el más difícil y sacrificado- está en el “trabajo invisible”, aquel que no se ve y que realiza el profesor en solitario: las horas que dedica a preparar su clase (que no es una o dos, sino muchas más) y las que dedica a corregir exámenes (uno se puede pasar días corrigiendo). En suma, no subestimemos el oficio del profesor, que éste chambea y se sacrifica al igual, y a veces más, que cualquier otra profesión.   

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