lunes, 24 de diciembre de 2012

Diario de un profesor (5)

Mis mejores profesores nunca me llamaron por mi nombre, ni siquiera tuvieron interés en aprenderlo, a lo más me reconocían por mi rostro y me saludaban. Sin embargo, me dieron palabras de aliento que aún guardo conmigo y que me motivan cuando, a veces, empiezo a desconfiar de mí mismo…Ahora que soy profesor, también trato de dar palabras de aliento a los estudiantes, de elogiarlos cuando hacen bien las cosas (yo sé, por mi experiencia de alumno, que esas palabras son más que valiosas) y ayudarlos a confiar en sí mismos. Pero, algo más, también trato de saber sus nombres y de grabarlos en mi mente. Sé que eso los hace sentir importantes, valiosos y apreciados. Sé que saber sus nombres crea un vínculo más estrecho entre profesor y alumno que dura no solo un par de bimestres o un ciclo, sino toda la vida.


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Cuando comencé a enseñar, hace ya algunos años, lo hacía solo llevado por mi intuición y mi pasión. Mi metodología, ausente por supuesto, consistía solo en enseñar como me hubiera gustado que me enseñen.

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