Mis mejores profesores nunca me llamaron por mi nombre, ni
siquiera tuvieron interés en aprenderlo, a lo más me reconocían por mi rostro y
me saludaban. Sin embargo, me dieron palabras de aliento que aún guardo conmigo
y que me motivan cuando, a veces, empiezo a desconfiar de mí mismo…Ahora que
soy profesor, también trato de dar palabras de aliento a los estudiantes, de
elogiarlos cuando hacen bien las cosas (yo sé, por mi experiencia de alumno,
que esas palabras son más que valiosas) y ayudarlos a confiar en sí mismos.
Pero, algo más, también trato de saber sus nombres y de grabarlos en mi mente.
Sé que eso los hace sentir importantes, valiosos y apreciados. Sé que saber sus
nombres crea un vínculo más estrecho entre profesor y alumno que dura no solo
un par de bimestres o un ciclo, sino toda la vida.
***
Cuando comencé a enseñar, hace ya algunos años, lo hacía
solo llevado por mi intuición y mi pasión. Mi metodología, ausente por
supuesto, consistía solo en enseñar como me hubiera gustado que me enseñen.
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