jueves, 10 de enero de 2013

Diario de un profesor (6)

El profesor Ojeda me enseñó Lenguaje en quinto de primaria. Era un hombre de unos 50 años, de anteojos, que daba la impresión de ser un señor simpático o buena gente. Lo que más recuerdo de él es esas palabras de elogio que me dio una vez en clase. Recuerdo que estábamos leyendo un cuento en clase, y él pedía que algunos alumnos leyeran fragmentos en voz alta. Yo me ofrecí de voluntario y mientras leía, el profesor esbozó una sonrisa. Al finalizar, él profesor me pidió que me parara de mi pupitre y, delante de todo el salón, me felicitó y me dijo que leía muy bien y que yo era un ejemplo de cómo se debía leer. Yo, un niño de 10 años, estaba más que emocionado. Y estoy seguro que a partir de ese día, solo a partir de las palabras de aquel profesor, me creí que leía bien y así, el año siguiente, en sexto de primaria, fui uno de los que leyó en el “Periódico hablado” representando a mi salón. Y fue también a partir de aquel suceso, que afiancé mi gusto por la lectura y mi predilección por la literatura. Y más aún, creo que ese hecho influyó, para que yo, de manera inconsciente, estudiara Periodismo y Literatura y haya publicado un libro de cuentos. Y no solo eso, creo, también, que ese “pequeño acontecimiento” (que me hizo confiar más en mí y en mi capacidad), yo también busco repetirlo con mis alumnos, ahora que me dedico a la docencia, tal como un día el profesor Ojeda lo hizo conmigo. Creo que así como sus palabras influyeron positivamente en mí, yo también puedo hacerlo con mis estudiantes. ¡Gracias, profe Ojeda!       

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