viernes, 9 de mayo de 2014

Escribir nace de una herida

El que escribe lo hace porque tiene una herida. Una herida instalada en el alma, en el corazón. Una herida que nació, tal vez, en la escuela, en la tierna infancia, o en una relación amorosa. Escribir es adentrase dentro de uno y tratar de descifrar cuándo  y dónde se originó esta. Escribir es revelarse contra la realidad. Es tratar de calzar utópicamente nuestros sueños con la chata realidad. Escribir es vivir las vidas que uno quisiera vivir y no puede. Vivir es como una medicina para ese veneno que nos inocula la sociedad con reglas y parámetros estúpidos. Escribir es como el aire para nuestros pulmones. Ese oxigeno vital para poder seguir viviendo con fe. Escribir es una necesidad que corroe las entrañas y la mente y nos lleva a coger un papel y tratar de dibujar nuestra alma afiebrada. Escribir es una catarsis. Una catarsis liberadora, intensa y dolorosa. Escribir es soñar con vencer al tiempo y la muerte. Es buscar al menos una página, un cuento o un libro que viva para siempre, cuando ya no seremos más que polvo. Escribir es como hacer el amor. Es dar todo de uno, entregarse en cuerpo y alma buscando alcanzar la felicidad. Finalmente, escribir es como correr, escuchar tu respiración, el latir de tu corazón y saber que eres libre.

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