viernes, 31 de julio de 2015

Diario de un profesor (16)


Hace una semana ingresé a trabajar a una prestigiosa universidad como tutor en el área de Humanidades. Específicamente, en el área de Lenguaje. El tutor es como un asistente de cátedra que apoya al profesor en sus clases, brinda asesoría a los alumnos en temas de redacción y corrige prácticas. En teoría, si lo hago bien, en el futuro podré ser profesor en dicha universidad, que por cierto es una de mis grandes metas o sueños. A casi 4 años de haber comenzado a enseñar en el Instituto en el que actualmente laboro, ya sentía que era el momento de dar el paso, de avanzar, de seguir creciendo. Y la oportunidad apareció de la forma más inesperada. Un nuevo compañero de trabajo, con el que conversaba muy de vez en cuando y con el que ni siquiera tenía mucha afinidad, me pasó la voz acerca de la convocatoria. Pasé las pruebas y ahora me encuentro en este nuevo “territorio”… Justo ahora que escribo esto, recuerdo todo el camino recorrido: la primera vez que enseñé (muerto de miedo) casi diez años atrás, en el Icpna; los talleres de oratoria que impartí durante dos años y medio a niños y adolescentes; el taller de redacción que ofrecí durante cuatro meses en un instituto llamada ArtEstudio 13; mi labor como asistente de Cátedra (no remunerado) con el profesor González en la Universidad de Lima; las decenas de veces que postulé sin éxito a colegios, academias, institutos y universidades; mi labor como profesor de Razonamiento Verbal, durante dos años (en niveles secundario y preuniversitario) en Trilce, donde ganaba una miseria pero fui feliz; aquella vez que me inscribí en la Universidad Cayetano Heredia para estudiar la carrera de Educación (y que terminé hace poco más de un año); mi ingreso al Intituto hace casi cuatro años y las mil anécdotas que guardo en todo este tiempo de labor docente. ¡En octubre o noviembre de este año, se cumplirán 10 años de la primera vez que enseñé! Y ahora que he ingresado a dicha universidad, siento que he recorrido, tal como un deportista, un largo camino (pero que ni siquiera estoy en la mitad), y que depende de mi esfuerzo y disciplina llegar lo más lejos que pueda. Y así, tal vez algún día, llegar -como el profesor González - a tener treinta años o más como docente, pero manteniendo intacta, en la mirada, la llama de la pasión.

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