sábado, 10 de octubre de 2015

Diario de un profesor (18)

El lunes pasado arranqué un nuevo ciclo en el instituto donde trabajo. Sin embargo, y a diferencia de otros ciclos, y luego de 4 años en la misma institución, siento una falta de motivación. Primero, porque no he terminado de escribir el libro de cuentos que me propuse terminar este año. Segundo, porque no he tenido realmente vacaciones para reponer energías, ya que he estado trabajando en otra institución donde soy nuevo. Tercero, porque mi sueldo es exactamente el mismo al de hace 4 años. Y finalmente, y sobre todo, porque siento el desgaste del paso de los años, a pesar que soy joven.

Hace casi diez años comencé a enseñar, y tras una pausa de 2 años y medio (de setiembre del 2008 a marzo del 2011) en que me dediqué a otras cosas, retomé la enseñanza en marzo del 2011. Es decir, llevo más de 7 años enseñando y 4 años y 7 meses  ininterrumpidos dedicándome  a la docencia. Sin embargo, ahora, más que nunca, siento una pesadez, una modorra de preparar mis clases, cuando en el fondo me gustaría dedicarme a terminar de escribir mi libro de cuentos. Me pregunto: ¿qué hacer en esos casos? ¿Cómo me motivo? ¿Cómo encontrar dentro de la rutina esa magia o pasión que desbordaba cuando comencé a enseñar? ¿Cómo no perder la pasión tal como ocurre con el potro salvaje del cuento de Horacio Quiroga? No lo sé exactamente. Sin embargo, sé que debo dejar todo de mí en cada clase, no ser un profesor mediocre, dar lo mejor de mí a los alumnos. Dar mi vida, tal como mis admirados profesores Óscar Luna Victoria, Eduardo Rada y Antonio Gonzalez. Debo, como un deportista, no dejarme abatir, pelear cada "partido" como si fuese el último, y de pronto, sin darme cuenta, como un acto de magia, encontrar esa luz que habita dentro de mí y que le da sentido a nuestras vidas: la pasión.

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