domingo, 1 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (20)

Ingreso a una clase. Es de noche: casi las nueve. He llegado con las justas a tiempo, luego de un tráfico infernal y de correr y subir escaleras para llegar al tercer piso, donde queda el aula. Veo a los estudiantes esperándome y los saludo de manera seca. Reparto rápido las separatas con el rostro adusto. Luego comienzo a tomar lista con voz grave. "Profesor, ¿está amargo?", me pregunta una alumna que se sienta adelante. "¡No!", le contestó rápidamente tratando de suavizar el tono de mi voz. Sin embargo, mientras continúo llamando a los estudiantes, pienso que la alumna tiene razón. ¡Mi lenguaje no verbal es evidente! ¡Estoy de mal humor! Entonces, me doy cuenta que debo dejar los problemas y el cansancio fuera del aula y tratar de sonreír y ser -como siempre lo he pensado- amable y educado. Y dar lo mejor de mí en clase, tal como un artista en una función, ya que el público se merece lo mejor. Por tanto, agradezco dentro de mí a aquella alumna por su comentario oportuno, esbozo mi mejor rostro y me lanzo a dictar como si fuese la primera vez. 

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