sábado, 16 de abril de 2016

Maldita ternura



Maldita ternura  es la primera y única novela, hasta el momento, del periodista y escritor peruano Beto Ortiz (1968). Aunque publicada en el 2004, salió en el 2014 -bajo el sello Planeta- una segunda edición abreviada (conformada por 13 de los 18 capítulos originales) con el fin de que, en palabras del autor, "la estructura del libro sea menos caótica". No sé que tan válido sea modificar el contenido original luego de diez años, pero en todo caso, por lo que leo en la contratapa, en esta segunda edición se han omitido capítulos relacionados con personajes de la farándula como la Chola Chabuca o Magaly Medina, ya que -en palabras de Ortiz en el prólogo- han envejecido y se desviaban de la trama central: el triángulo amoroso real-ficticio entre Beto Ortiz-protagonista y un joven pirañita, de 19 años, apodado El General, y Lucy Borgia, una mujer cincuentona que dirige una institución de rehabilitación para jóvenes y que tiene a su cargo a El General, quien al parecer es uno de sus jóvenes amantes.

Debo confesar que en las primeras 60 páginas del libro, la novela me causó una gran impresión. La prosa coloquial de Ortiz me parecía lograda y rozaba la poesía. Además, había nervio, bronca, en cada una de sus palabras. Además, mostraba dominio de la jerga, del humor criollo del periodista y del niño de la calle (los pirañitas). Asimismo, el capítulo dedicado a su amigo reportero Bruno (De Olazabal) es excelente, sobrecogedor, a pesar que no tiene nada que ver con la trama y podría formar parte de una crónica aparte. Pero a partir del capítulo "Huanchaco hostal" la novela comenzó a decaer ostensiblemente. De su historia de amor con El General pasa a contarnos una historia con un tal Charly (que resulta luego ser otro de sus amantes en Trujillo y al cual conoció años antes). Luego retoma su historia con El General, para después hacer saltos al pasado para contar, por ejemplo, su primera vez, a los 17 años, con un tal Rony; o saltos al futuro, para hablar desde su exilio en Miami. Es ahí cuando Ortiz, que -es cierto- busca jugar con el tiempo y no contar la típica historia lineal, hace caótico su relato. Juega con los tiempos, pero no lo hace de manera eficaz y hace que la trama luzca desordenada. Además, la prosa baja en calidad y comienza a recurrir o abusar del humor fácil y el doble sentido chabacano. Por otro lado, recurre a un humor que hace que el conflicto sentimental del personaje se diluya y pierda intensidad. Eso sí, debo reconocer que en los capítulos finales Ortiz (en "Cicatrices" y "Reo ausente", por ejemplo) vuelve a arriesgar y a lucir algo inspirado, pero aun así eso no salva a la novela. Personalmente, creo que Ortiz es un buen cronista (un claro ejemplo, es el capítulo dedicado a Bruno de Olazabal), pero el género de la novela, al menos en este caso, le quedó grande debido a su falta de pericia.  




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