lunes, 11 de julio de 2016

Crónica de una noche de discoteca

Llevo años acudiendo a discotecas, sobre todo a partir de los treinta. Hubo un lapso de 6 o 7 años que acudía más a bares, pero en las discotecas, la magia está en que puedes abordar a las chicas sin problemas. Claro, el problema o el asunto radica en que le gustes a la chica y ella acepte bailar contigo. En estos años, he tenido noches buenas, regulares (la gran mayoría) y malas. Noches en que he conocido y bailado con chicas simpáticas, con las cuales luego he salido; otras en las cuales, sin buscarlo, me he visto besándome con completas desconocidas; y otras, en las que me cansaba de ser rechazado, incluso por las menos agraciadas. Es curioso, las discotecas y el rito alrededor del cortejo, encierran una filosofía de vida. A pesar de todo, me gusta el ambiente de las discotecas: la música, el humo, el trago, las luces, las jóvenes con tops y jeans apretados, o sexys vestidos, bailando de manera sensual.

Aquel sábado, acudí a una disco en Chacarilla. Fui con mi grupo de amigos: tres compinches de la universidad. Al ingresar, a la medianoche, la fiesta ya estaba iniciada y había mujeres muy guapas. Pedí una chelita, porque ya habíamos tomado un par afuera. Me separé un poco de mi grupo y contemplé a tres amigas, de unos 25 años, con ceñidos vestidos negros, conversando entre ellas. Una de ellas, blancona, de lentecitos, cabello castaño largo, rostro coqueto y bonita figura, llamó mi atención. Luego de unos minutos, me acerqué y la invité a bailar con una sonrisa. Ella me miró, examinándome, y me señaló de manera educada que por ahora "no", que "más tarde". Como ya conozco ese floro, le pregunté si era de verdad ese "más tarde" y ella me contesto que sí. "¡Te tomo la palabra!", le dije. "¡Vengo en media hora!", agregué, y ella me sonrió. Me alejé y volví con mis amigos.

A los cuarenta minutos, regresé y la encontré aún con sus amigas. Me acerqué, pero ahora ella me miró con semblante adusto y me señaló seria que no quería bailar. Le repliqué que no estaba cumpliendo con su palabra, pero ni caso me hizo. "¡Mujeres!", maldije mientras me retiraba derrotado. Sin embargo, luego de media hora, mientras meaba en el baño, que estaba a unos metros de donde estaba ella y su grupo, se me vino la idea de insistirle una vez más, total, no perdía nada y hasta le podía gustar (o molestar) mi actitud. Entonces, me acerqué a ella y le dije que quería hablarle un minuto. Una de sus amigas, me señaló ofuscada: "¡Pero ya te dijo que no!", sin embargo, ella aceptó e incluso esbozó una sonrisa como si le gustara mi atrevimiento. Le pedí entonces para bailar nuevamente, al menos una canción. La chica me sonrió, guardó silencio un par de segundos, pero al final volvió a negarse aunque, ahora, de manera educada,. Yo me resigné y le extendí la mano, como despedida, y ella me dio su suave mano. Luego me alejé y me volví a reincorporar a mi grupo de amigos.

No recuerdo si tuvimos suerte ese día. Creo que llegamos a bailar con un grupo de chicas, pero a la media hora se marcharon, y nos quedamos solos conversando y mirando cómo los chibolos se divertían y sacaban plan. Y mientras contemplaba aquel espectáculo, solo, pensé en cómo los años habían transcurrido tan rápido y  ahora yo, pasando la barrera de los 35, me sentí algo tío para estas chibolas de veinte o poco más. Como a las 2 y 30 a.m., me dirijo al baño, y observo en la pista de baile, entre asombrado y con espíritu de deportista que sabe perder, a la chica que me había choteado, besándose de lo más apasionada y cariñosa con un patita. El chibolo era más alto, más joven, más fornido y guapo que yo e incluso hasta bailaba mejor. Me reí para mis adentros y pensé: "¡Así es la vida. Cachacienta como ella sola!". Y proseguí mi camino al baño. 

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