domingo, 3 de noviembre de 2019

Diario de un profesor (66)

A veces, como profesor, te topas con un alumno diferente, díscolo, desobediente, que su única misión, a primera impresión, parece ser el sacar de sus casillas al docente o retar su autoridad. Normalmente, reaccionamos tratando de imponer nuestra presunta jerarquía, haciéndolo callar con rostro ceñudo. Casi siempre esto no funciona, el estudiante díscolo volverá a la carga, y si posee sentido del humor y de la ironía, el grupo que conforma la clase festejará sus bromas y se hará pronto cómplice y aliado de este ambiente de algarabía y relajo que imposibilita el normal desempeño de la clase. ¿Qué hacer ante esto? ¿Qué estrategia aplicará el profesor? ¿Volver a callar al alumno rebelde sin causa? ¿Generar en él miedo? ¿O intentar algo diferente que no vaya por la represión, la coacción, sino por la corrección de una actitud a través del diálogo o la reflexión? No lo sé, la verdad. Hay un libro que no he terminado de leer: se llama Mal de escuela, del francés Daniel Pennac. Ahí él cuenta su mal experiencia como alumno, su rebeldía como una forma de hacerse notar y compensar sus pésimas calificaciones. Sin embargo, indica que fue gracias a unos pocos profesores que se involucraron en su caso, se zambulleron varias veces, y lograron salvaron. Y  sobre todo, confiaron en él -a través de unas palabras amables, unos gestos, una mirada- y él empezó a confiar en sí mismo. A eso debemos apuntar: no a la coacción, sino a potenciar sus fortalezas. Es un camino largo, qué duda cabe, pero dura para toda la vida. 

No hay comentarios: