sábado, 3 de octubre de 2020

Federico Coria y el valor de la perseverancia

A los doce años, Federico Coria  estuvo en la final del Roland Garros del 2004 viendo, desde la tribuna, el partido que perdió su hermano el argentino Guillermo Coria frente a su compatriota Gastón Gaudio en un reñido duelo a 5 sets. Su hermano Guillermo era su héroe, ya que llegó a ser número 3 del mundo y ganó importantes torneos del circuito ATP. Lamentablemente, Guillermo (1982) se retiró joven del tenis, a los 27 años. Más aún, solo hasta los 24 años compitió al máximo nivel, ya que a partir de los 25 años comenzó a jugar poco y su rendimiento cayó ostensiblemente. Era como si hubiese perdido la motivación, el hambre, la pasión de sus inicios. O, simplemente, no soportaba perder. Guillermo Coria quedó en la historia del tenis argentino y mundial como un deportista dotado, poseedor de una gran talento, pese a que su llama duró poco. Su hermano Federico, diez años menor, creció con ese legado y decidió seguir sus pasos. 


Sin embargo, Federico no poseía el talento de su hermano, ni los pergaminos de Guillermo, quien de juvenil arrasó con todos los torneos de su edad. Federico, por el contrario, no tenía nada de precoz, ni tenía el genio de su hermano. A diferencia de Guillermo que a los 18 años ya estaba en el top 100 del circuito ATP y a los 19 años entre los 25 primeros, Federico  no había pasado del puesto 769 al cumplir los 20 años. Mientras Guillermo llegó al top 10 del tenis a los 21 años y se mantuvo en este durante tres años seguidos, Federico a los 24 años no había pasado del puesto 329. Cuenta el menor de los Coria que escuchaba los rumores en torno a él, los comentarios maledicentes comparándolo con su hermano mayor, y cómo quería pasar desapercibido para poder jugar tranquilo. Al ver que, pese a su esfuerzo, las cosas no mejoraban y las estrechez económica apremiaba, seguramente pensó en el retiro. No obstante, Federico Coria perseveró, no se dejó amilanar por las derrotas y el poco éxito de sus inicios. A diferencia de su hermano mayor, lo mejor de su carrera vendría con la madurez física y emocional. A los 25 años, se posicionó en el puesto 223 del mundo. Recién a los 27 años, en el 2019, ingresó a la lista de los 200 mejores del mundo. Y finalizó ese año, en el 120 del ATP gracias a su victoria en el Challenger de Savannah y alcanzar tres finales en los Challenger de Almaty, Santo Domingo y Lima. 

Poco antes de la suspensión del circuito del tenis por la pandemia del Coronavirus, Federico Coria jugó sus primeros torneos en el circuito principal del ATP y ganó sus primeros partidos. Esto le permitió alcanzar el puesto 103 del escalafón mundial. Tras casi seis meses de para, el circuito se reanudó y su buen puesto le permitió disputar su primer torneo de Grand Slam, el US Open, en donde alcanzó la segunda ronda. Luego disputó el Master 1000 de Roma, en el cual disputó tres partidos clasificatorios para acceder al cuadro principal, y llegar también a la segunda ronda
. Esto le permitió, por primera vez en su carrera, posicionarse en el puesto 98 del ranking mundial y cumplir uno de sus sueños.

Otro de los sueños de Federico Coria era jugar el Roland Garros, ese torneo de Grand Slam en el que vio a su hermano mayor disputar la final. Pues bien, dieciséis años después, esta semana, Federico cumplió su segundo sueño (además de la buena suma de dinero que recibirá por su participación), ya que alcanzó la tercera ronda del torneo, tras derrotar, en primera ronda, a Jason Jung y, en segunda ronda, al francés Benoit Paire. Ayer perdió en tercera ronda frente al italiano Jannik Sinner por 3-6/5-7/5-7 en un intenso partido. Con este logro, el menor de los Coria, posiblemente, alcance un puesto mejor en el circuito ATP. Y seguramente él, su hermano Guillermo y su familia estarán muy orgullosos de lo logrado. Finalmente, nosotros, los amantes del tenis, también estamos orgullosos de Federico, ya que él es un claro ejemplo de que, como bien dijo su hermano Guillermo, "el trabajo duro siempre paga". Solo hay que perseverar y no bajar los brazos. ¡Gracias, Federico! 









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