jueves, 5 de enero de 2023

Diario de un profesor (81)

En medio de una clase que empezó a las 2 de la tarde, mientras explico un tema de redacción y el aula es un completo silencio, escucho -desde el fondo- algo parecido a un pedo. Por un par de segundos me quedo en silencio, no sé cómo reaccionar; por un lado, no estoy seguro si efectivamente es un pedo y, por otro lado, en medio de la multitud (son casi 40 alumnos), no tengo la menor idea de quién pudo haber sido. Un segundo después, vuelvo a escuchar otra flatulencia y veo que un muchacho hace un gesto de asco. Los demás se quedan en completo silencio y como si nada hubiese ocurrido. Decido, finalmente, poner un rostro de circunstancias  y continúo mi clase como si nada hubiese ocurrido. 

Cuando finaliza la clase, ya solo, pienso en la situación y reflexiono sobre si actué bien. No noté que hubiese malicia de parte de alguien; fue, seguramente, un hecho accidental, pienso. Recordé también, cuando tenía 19 años, y en una clase en la universidad, después del almuerzo, se me escapó un fuerte pedo y nadie supo cómo reaccionar y terminamos ignorando lo sucedido. Yo, totalmente avergonzado, sudé frío y agradecí que ni el profesor ni mis compañeros me hubiesen señalado con el dedo acusador. Por último, y de manera más jocosa, rememoré que en el colegio, en cuarto de media, un compañero se tiró un silencioso pedo que dejo la estela de un olor desagradable que se esparció por todo el aula. Algunos compañeros esbozaron muecas de asco y desagrado, otros se levantaron de sus carpetas como echándose aire. La profesora de inglés suspendió la clase y conmino a que se levantara aquél que se tiro el silencioso gas con olor asesino (nadie sabía quién había sido). Por supuesto, nadie se levantó y ese día la profesora no hizo clase para beneplácito de los alumnos. Lo mismo ocurrió en la siguiente clase. 




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