miércoles, 27 de julio de 2011
Mala onda
La novela Mala onda (1991) del chileno Alberto Fuguet es una muy buena novela superior mil veces a la mediana Las películas de mi vida (2003) del mismo autor. En Mala onda, el narrador, Matías Vicuña, un adolescente chileno rebelde de 17 años, perteneciente a la clase alta, relata, en primera persona, a manera de un diario, el caos de su vida en un lapso de 11 días (del 3 de setiembre de 1980 al 14 de setiembre del mismo año). La historia se inicia en una playa de Brasil, donde el joven Vicuña, a punto de regresar a Chile, nos cuenta el vacío que lo embarga y la manera esquiva como trata de evadirse: drogas, sexo, licor. Cuando retorna a Chile junto con sus compañeros de curso, la cosa se torna peor. Una mala onda lo corroe por dentro, una sensación de total vacío existencial; por si fuera poco, las relaciones con sus amigos y padres es de lo peor. Matías llega a encontrar un refugio en el famoso libro “El cazador oculto” o “El guardián entre el centeno” de Salinger. Al igual que el personaje adolescente de ese libro, Holden Caulfield, él también se escapa de su casa y alquila una habitación en un hotel (el City Hotel) con el fin de ordenar su caos, cosa que consigue de cierta manera a partir del reencuentro con su padre y la reconciliación entre ambos.
Lo que me gusta de esta novela es que es intensa, muy bien escrita, llena de insatisfacción, de bronca, cólera (me gusta imaginar cómo se sintió Fuguet mientras escribía la novela), es una novela rebelde, adolescente en el buen sentido de la palabra, llena de corazón, huevos, tal como en las películas del chileno. Este, por si fuera poco, tiene un talento nato para percibir la psicología de los personajes, sus formas de ser, de vestir, de comportarse. Crea descripciones precisas y eficientes de la ciudad de Santiago, de la gente de ahí, de su particular manera de hablar. Mala onda, sin duda, es una novela vital, que hay que leer sí o sí, en especial los adolescentes confundidos, pues ahí se sentirán representados y encontrarán un refugio.
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Alberto Fuguet,
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