¿De dónde me nació las ganas de enseñar?
No lo sé exactamente. Tal vez de algunos profesores que influenciaron en mí: Óscar Luna Victoria, Eduardo Rada, Reynaldo D´Amore, Grégor Díaz, el profe Ojeda y muchos otros que ahora, injustamente, no recuerdo. Ellos tuvieron algo en común: me hicieron confiar más en mí. Tal vez, yo también quiero lograr eso con mis alumnos. Las palabras de un profesor pueden ayudar en la vida de una persona.
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¿En qué
reside el éxito de un profesor?
No lo sé.
Pero me animo a lanzar una teoría: la pasión. Si no hay pasión, no es posible
el éxito pedagógico.
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Me gusta
enseñar. Pero siento que he entrado a una rutina –producto del enseñar todos
los días- que hace que sienta que he perdido algo de la pasión inicial. ¿Cómo
mantener la misma pasión? ¿Será posible que algún día pierda la pasión y enseñe
por inercia o en automático? Todo esto me recuerda a un bonito cuento del
uruguayo Horacio Quiroga: “El potro salvaje”. Este potro de joven corría por el
campo con pasión y atraía a la gente que venía a verlo. Sin embargo, el potro
ya adulto, ya maduro, sigue corriendo pero ya no con la misma pasión. Y aunque
la gente lo sigue admirando, algunos de ellos, los más observadores, se
percatan que ya no corre como antes… Tal vez, a muchos profesores, les ocurre
algo parecido y tal vez me pase a mí. Ojalá no sea así.
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Cada vez que
entro a clase lo hago con nervios. Hasta el día de hoy enseñar me produce
nervios, miedo y adrenalina. Sin embargo, son nervios positivos, pues nacen del
querer hacer las cosas bien…Uno siente miedo cuando lo que va a hacer le
resulta importante, le resulta de vida o muerte. Por eso, rescato de manera
positiva esos nervios y los uso a mi favor.
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Enseñar se
parece mucho a la vida de los deportistas. Hay triunfos, empates, muchas
derrotas. Y el profesor es como un tenista, como un futbolista, etc. Debe estar
preparado para tardes buenas y malas…Y si los mejores tenistas han tenido
partidos malos, ¿imagínense un tenista promedio o un profesor promedio como yo?
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Este oficio de enseñar es todo un mundo. Cada día le
tengo más respeto y temor. Y me pregunto: ¿en cuántos años me sentiré un
profesor de verdad y no alguien que está aprendiendo a enseñar?
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