También me recuerdo corriendo junto con mi papá y mi hermano
los domingos, cuando íbamos trotando al parque zonal de San Juan de Miraflores o
al depósito de mi papá. Me recuerdo corriendo y perdiendo aquella maratón de
segundo de media, que fue la vez en la que me preparé mejor pero que perdí por
mis excesivos nervios, por mis deficientes zapatillas y así, en mitad de la
carrera, luego que se me desamarraran las zapatillas, me detuve y me puse a
llorar, hasta que mi papá me animó a seguir y pude culminar en un puesto que no
quiero recordar. Pero esa derrota, significó el mejor aprendizaje, porque al
siguiente año me desquité conmigo mismo e hice la mejor carrera de mi vida.
Hoy, casi veinte años después, sigo corriendo, y corro bien,
ya no con la agilidad de la adolescencia, pero sí con esa experiencia que te
dan los años. Y salgo a correr cuando el cuerpo y el corazón me lo piden. Corro
también cuando me siento estresado o triste y, valgan verdades, me siento mucho
mejor después de hacerlo. El otro día, un martes, en la noche, acababa de
preparar mis clases para el día siguiente, y tal como Forrest Gump, salí a la
calle y me puse a correr sin razón alguna, solo por el gusto de querer hacerlo.
Mientras corría recordaba todo lo que acabo de escribir (siempre que corro las imágenes
de mi vida se me aparecen y conversan entre ellas) y al llegar a mi casa
regresé con una sonrisa en el rostro, la misma que aparece en mí en el momento
en que culmino esta reflexión.
1 comentario:
Muy bonito Jorge!!!
Mary
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