jueves, 30 de agosto de 2012

Andrés Calamaro


Normalmente, uno conoce a un artista, de manera superficial, a través de las 4 0 5 canciones que ha escuchado de este en la radio. Nuestros juicios de valor dependen de solo estás pocas canciones que las emisoras radiales se animan a pasar. Sin embargo, cuando uno profundiza en la carrera del artista, se da con la sorpresa que su mundo artístico es mucho más rico y complejo de lo que uno puede imaginar, ya sea para bien o para mal.

Eso es lo que ocurre con el músico argentino Andrés Calamaro (1961). De manera superficial, uno lo conoce por sus canciones “Mil horas”, “Mi enfermedad”, “Sin documentos”, “No se puede vivir del amor”, “Flaca”, “Cuando te conocí”, “Loco” y un par más. Y por estas uno concluye, de manera apresurada, que Calamaro es un músico regular que ha sacado un puñado de canciones buenas pero nada más. Sin embargo, nos equivocamos, al menos en parte. Porque es claro que el argentino no es Charly García o un genio mayor, pero sí es un músico más talentoso, creativo y arriesgado de lo que uno pudiera imaginar. Rastreando su larga carrera, se inició muy joven en los Abuelos de la Nada (a los 21 años), se percibe su evolución, su búsqueda  por experimentar otros sonidos, su etapa prolífica a fines de los 90 y su sequía artística en la última década.
Lo que más conmueve en Calamaro, luego de reinventarse con la banda Los Rodríguez (1991-1995), es su época solista a finales de los 90s. En ese lapso publica tres discos que lo consolidarían: Alta suciedad (1997), Honestidad brutal (1999), El Salmón (2000). El penúltimo es un disco doble y el último un disco quíntuple. Y en estos discos encontramos varios  temas que hoy son clásicos. Me imagino a Calamaro  en esa época, todavía no llegaba a los 40, y me imagino que ya se sentía envejecer y estaba creando de una manera loca y furiosa, como si el tiempo se le escapara de las manos, como si la vida se le fuera en el intento. Quería hacer canciones, hacer arte, crear, sin pensar en límites o si estuviese cometiendo excesos, había que crear sí o sí, dejar constancia de su paso por esta vida, dejar su huella, sus canciones, su voz ronca deslizándose en suaves o furiosas melodías, y que la gente, en unos años, recuerden y canten sus canciones, y repitan su nombre y su leyenda. Y así lo hizo y así lo recordamos. No es un genio, es cierto, pero es un buen músico que estará siempre presente.        
http://www.youtube.com/watch?v=zIWhzLN8e4E

lunes, 27 de agosto de 2012

Dios es peruano


Dios es peruano es un libro del periodista y escritor peruano Daniel Titinger, publicado en el 2005. Está compuesto de 6 crónicas divididas en dos bloques. La primera, llamada “Así en la tierra”, contiene tres crónicas sobre el ceviche, el pisco y la Inca Kola. El segundo bloque, “Como en el cielo”, también se compone de otras tres crónicas: Sixto Paz, el hombre que dice haber visto extraterrestres; Maju Mantilla, la Miss Mundo 2004; y un peruano, Manuel Cuba, que sueña con la construcción de un escalera eléctrica que lo lleve a la Luna.

De las seis crónicas, el primer bloque es el mejor. No solo porque están bien escritas, sino también por la hipótesis controversial que presentan: cuestionan la peruanidad en torno al ceviche y al pisco y logra convencernos, su autor, de que es un mito eso de creer que estos productos son de origen peruano. 

El último bloque ya se centra en personajes peculiares o  extravagantes del país y resaltan las crónicas de Maju Mantilla y Sixto Paz. Sin embargo, la última crónica, acerca de aquel hombre que sueña con la construcción de una escalera eléctrica a la Luna, es la más floja de todas y no llega a ser un buen final para el libro. 

En cuanto a la prosa, aquí se ve el esfuerzo de Titinger por hacer literatura, acompañado de un fuerte trabajo de investigación (desplazándose a diferentes ciudades y países con el fin de recabar información sobre sus temas o personajes). Mas hay que decir, que no se ve una prosa tan trabajada como en su segundo libro Cholos contra el mundo. Eso no quita, sin embargo, que uno no aprecie el trabajo con el lenguaje, que sí lo hay, por supuesto, pero digamos que está en menor medida.   

En suma, hay que leer este libro de crónicas que resulta muy interesante, entretenido e incluso controversial.

lunes, 13 de agosto de 2012

El libro que quiero escribir


Hace casi dos años terminé de escribir el único y primer libro que publiqué. Desde entonces, no he escrito casi nada, salvo un pequeño juguete teatral y los comentarios que muy de vez en cuando me animo a publicar en este blog. Lo que sí he mantenido intacto es mi gusto por la lectura y el objetivo de publicar otro libro. Siento ahora, casi dos años después de acabar mi primer libro de cuentos y a un año de que saliera publicado, que ya mi mente y mi corazón me están obligando a sentarme en el escritorio, frente a mi laptop, e intentar la hazaña, el sueño, la utopía, de escribir algo que valga la pena. En mi primer libro, puedo decir que hice el intento,  pero ahora que lo veo a la distancia, no logré el objetivo. Creo que escribí dos o tres cuentos decentes, un par regulares y el resto para el olvido. Pero ninguno alcanzó lo que sueño desde que leí, a los 12 o 13 años, esas hermosas antologías de cuentos peruanos y latinoamericanos: escribir al menos un cuento que valga la pena, uno que haga soñar a quien lo lea, que lo haga emocionarse, despertarle una sonrisa o un gesto de tristeza. Un cuento que, cuando ya no esté en este mundo, me permita seguir vivo. Y como aún no consigo esto, quiero seguir escribiendo hasta algún día, ojalá, alcanzarlo; y si no lo logro, pues al menos lo intenté.   

Tengo al menos unos tres libros en mi cabeza, pero hay dos que se pelean el protagonismo: un libro de crónicas y el otro, un libro de chotes amorosos (escritos con humor). Tal vez este último sea el que más me llama. Es un libro de cuentos, siete cuentos, cada uno lleva el nombre de una mujer. Dicho libro nace de mi lectura de Libro de mal amor (Fernando Iwasaki), Busco novia (Renato Cisneros), El libro de los amores ridículos (Milán Kundera), la película “El hombre que amaba a las mujeres”, etc. Por supuesto, yo le daría mi propia personalidad al libro, total el tema no es original, pero sí la manera en que uno lo aborda. Tengo claro como el agua que el primer cuento se titularía “Dana”. El segundo, “Elizabeth”… El quinto, “Vanessa”. Y así hasta el sexto. Pero me falta la séptima historia, que creo me falta vivirla. Allí se cerraría el círculo. Tal vez me falta eso para sentarme ya a escribir. Escribir con furia. Escribir con el corazón y los testículos.

Mientras tanto, comenzaré con el primer cuento. Ojalá    

 Posdata: Hoy lunes, en la tarde, y después de mucho tiempo, me fui al cine de la U. Lima y me vi, gratis, dos películas de 1953, en las que actuaba la guapa Marilyn Monroe: “¿Cómo casarse con un millonario?” y “Los hombres las prefieren rubias”.   Las dos son comedias y son excelente muestra de la gran industria cinematográfica de Hollywood. Uno pensaría que por el año (1953), se tratan de películas aburridas y que han envejecido con el tiempo. Pero no son nada de eso; por el contrario, se mantienen frescas y  son excelentes películas (sobre todo la primera), que muestran el talento, la destreza y la ambición de directores como Jean Negulesco y Howard Hawks; y actrices tan bellas y talentosas como Lauren Bacall, Jean Rusell y, por supuesto, Marilyn Monroe.  

sábado, 4 de agosto de 2012

Michael Phelps

Imagen: telegraph.co.uk

Cuando Phelps, el gran nadador estadounidense, perdió en su primera prueba en las Olimpiadas  Londres 2012 (400 metros combinado), muchos pensamos que era el fin del nadador, la inevitable caída y deterioro de quien fue el mejor del mundo (algo inevitable, por cierto). Luego obtuvo la medalla de plata en la posta 4x 100 libres y, para su mala suerte, quedó también segundo en los 200 metros mariposa (la manera en que perdió era como para ponerse a llorar). Todos pensamos, casi con certeza, que los dioses le habían bajado el dedo a su otrora favorito. Pero no. El destino y los dioses lo estaban poniendo a prueba. Querían ver si sabía perder y pasó la prueba: el hombre Michael Phelps, de 27 años, aquel ser casi sobrehumano, se portó a la altura de las circunstancias, demostró que era un gallardo guerrero que asumía la derrota con humildad y felicitaba a su rival de turno. Y entonces, el destino le guardó lo mejor para el final. A partir del miércoles, la historia comenzó a cambiar. Primero, Phelps, en la posta 4 x 200 libre, obtuvo su primera medalla de oro y dibujó su primera sonrisa. Al día siguiente, se coronó en los 200 metros combinado (en una excelente victoria ante su compatriota Ryan Lochte). El viernes, triunfó en los 100 metros mariposa, en la que se cobró la derrota infligida en los 200 mariposa ante el sudafricano, de 20 años, Le Clos. Hoy, en su último día de competición, fue partícipe de la medalla de oro estadounidense en la posta 4 x 100 combinado. Ver la sonrisa de Phelps luego de la victoria, el rostro de su madre, desde la tribuna, de alegría y alivio de observar a su hijo renacer de las cenizas, hizo que la magia volviera a surgir, a enseñar a los mortales que expectamos estas hazañas que el verdadero éxito de uno no está en alcanzar el triunfo, sino que cuando nos toque perder, voltear la hoja, pararnos e impulsarnos para nuevamente intentar la victoria. Michael Phelps, en Londres 2012, consiguió su mejor hazaña: pararse luego de la derrota y, cuando ya casi nadie confiaba en él, esforzarse como un león para triunfar una vez más. Gracias, Phelps, por la lección de vida.