miércoles, 6 de marzo de 2013

Arequipa (crónica)


Ubicado al sur de Lima, a poco más de mil kilómetros, y con casi 900 mil habitantes, Arequipa (fundada en 1540) es una de las ciudades más importantes y representativas del Perú y, además,  es la capital de la provincia de Arequipa, que es una de las 8 provincias del departamento del mismo nombre.  Mi padre que es de Caravelí (otra de las provincias del departamento de Arequipa) me hizo visitar su tierra innumerables veces, y me hizo, sin querer, coger cariño a aquel departamento. Pero nunca había viajado a la provincia de Arequipa, y específicamente a la ciudad y capital del mismo nombre.

Hace un par de años alimentaba el sueño de conocer la Ciudad Blanca, observar  el volcán  El Misti (que ahora ya no se aprecia con claridad), reconocer el dejo de los “characatos” (que se me confundía con el acento cusqueño), probar su comida, visitar sus iglesias y monasterios, ver a sus mujeres; en suma, reconocer esa ciudad que venía precedida de una buena y mala fama y que había parido a personas ilustres y otras no tanto. El año pasado estuve a punto de viajar, pero el destino y mi voluntad se tropezaron y no pude cumplir mi sueño. Sin embargo, este año mi voluntad se impuso y viajé el último viernes a la Ciudad Blanca.  Luego de 16 horas de viaje en bus, llegué al terrapuerto de la ciudad. Me hospedé en un hotel barato y cómodo a cinco cuadras de la Plaza de Armas. Fui solo, aunque tenía el teléfono de un primo mayor. Y fui solo básicamente porque quería vivir la experiencia de ese mochilero que nunca fui y que solo se me pasó por la cabeza cuando leí a los beatniks.

La ciudad de Arequipa, con sus casi 900 mil habitantes, aún es una mezcla de campo y ciudad. Y aunque es cierto, que el cemento le va quitando mayor espacio a la campiña, ésta todavía se encuentra presente de manera visible y evidente. Sería bueno, por tanto, que haya un crecimiento armonioso, que permita que la campiña mantenga su importante presencia. Por otro lado, y como toda ciudad en expansión, Arequipa está poblada de taxis y los distritos que lo componen (más de veinte) muestran las evidentes diferencias sociales. Aquí también hay barrios más “pitucos” que otros. Y el Centro de Arequipa es aún un lugar céntrico de recorrido diario para el poblador promedio de la ciudad. Así, caminar por la Plaza de Armas, los portales de la plaza, las iglesias y las calles aledañas es un placer para un primerizo turista como yo. Sentarse en las banquitas de color verde, casi siempre llenas, y ver a la gente y a las palomas y a los turistas y a los fotógrafos, todos en plena escena de la obra Vida, bajo el sol o la lluvia, es para emocionarse o quedarse arrobado. Igual sensación es recorrer la Catedral de Arequipa, el Convento de Santa Catalina, la Compañía de Jesús: resultan un viaje en el tiempo, de aquellos seres humanos que nos precedieron y que tuvieron sueños iguales o similares a los nuestros; niños, adultos, jóvenes, viviendo bajo otras  costumbres –otras formas- pero en esencia los mismos en el fondo.

Y yo en medio de todo esto, solo conmigo mismo y con solo mi vista y mi cámara fotográfica, dispuesto a captar algún detalle que grabe en mi mente y luego pueda transmitir a través de las palabras. Arequipa, esa ciudad que Abraham Valdelomar, hace 100 años, retrató en algunas de sus bellas crónicas. Y así fue que, acompañado de mi Guía de Viajero de Rafo León, comencé a  escarbar en la ciudad. El primer día, visité, con la ayuda de un guía y previo pago de entrada, la Catedral de Arequipa, luego me fui a almorzar, a uno de los altos de un portal,  un rico rocoto relleno acompañado de pastel de papa, chicharrón, además de un pisco sour. Simplemente delicioso. Luego de una reparadora siesta en mi cuarto de hotel (“La posada del characato”), a las 7 pm, con un librito a cuestas y la revista arequipeña El búho, me fui al café La Bóveda, ubicada en uno de los portales de La Plaza de Armas, y caracterizado por su ambiente bohemio, y me puse a leer acompañado de un buen café y un sánguche. Para redondear, me fue a juerguear a la Casona Fórum, ubicada al finalizar la calle San Francisco. Este local es excelente, y además de una buena discoteca, tiene 4 espacios diferentes, muy bien decorados, que funcionan como Pubs-Bares. Así, luego de unos previos en la barra del Bar Retro, me fui a tonear y bailé y conversé con algunas arequipeñas. Síntesis: las mujeres son iguales en todos lados: están las bonitas que son sencillas y las creídas que ni siquiera son guapas.  

Al día siguiente, hice un tour por la ciudad y sus diversos distritos que me costó 35 soles. Pude conocer el mirador de Yanahuara, comer el clásico Queso Helado, montar caballos en el distrito de Sabandía; ver, desde el segundo piso de un bus, los contrastes de la ciudad además de su belleza; hacer algunos amigos –una chica piurana y un mexicano-con los que luego del tour fuimos a una picantería (La Nueva Palomino) a comer un rico rocoto relleno acompañado de su pastel de papa y una cerveza Arequipeña. Otra vez delicioso, además de una excelente conversación. Luego, se sumaron mi primo y mis sobrinos, y tras el almuerzo, me llevaron en su auto a conocer la parte céntrica de la ciudad: sus centros comerciales y alguna que otra zona no tan céntrica pero sí de interés. Finalizamos esa noche viendo, en un centro comercial, la película Los Miserables. Notable cuando Anne Hathaway canta e interpreta "I dreamed a dream".

Al día siguiente, temprano, me dirigí al Convento de Santa Catalina a hacer el recorrido respectivo. 35 soles la entrada, además de 20 soles para la guía. Pero la verdad es que valió la pena. No tenía la menor  idea del mundo que se ocultaba ahí. Dicho convento además de ser hermoso y reflejar la historia de la orden de las dominicas, es toda una ciudadela compuesta de salones, habitaciones, colegio, huerta, cementerio, mirador, cocinas, etc.  Tras la visita, enrumbé a comer rico al restaurante de Gastón Acurio, "Chicha", y me pedí una rica ocopa. La atención de primera. Luego de la siesta respectiva, en mi cuarto de hotel, ya de noche, repetí la rutina del sábado. Primero al café La Bóveda, para leer un rato “La vida exagerada de Martín Romaña” de Bryce Echenique (el primer día, una alumna del instituto limeño donde enseño me reconoció y se me acercó a saludar con mucho cariño; el segundo día, un joven poeta se me acercó a vender un poemario suyo y terminé charlando con él un rato y le compré su poemario). Después me fui a la Casona Forum y me tomé varios traguitos en la barra de Retro (uno de los cuatro espacios): para ser exactos un chilcano, un ballentines y una cerveza arequipeña (mi primer día tomé un mojito y un cuba libre) y acabé charlando con la chica de la barra que me confesó que estudiaba sicología y que de joven había querido ingresar al monasterio. Bonita conversación , de esas que rara vez ocurren.

Mi último día en Arequipa,  (ya que el martes a las 3 p.m. partía a Lima), aproveché a visitar nuevamente la Biblioteca Mario Vargas Llosa, la cual es una verdadera maravilla. Está hecha de sillar, con techos en bóveda,  y dicen que antes funcionó ahí una entidad importante del municipio. Tiene una sala de lectura,  otras más pequeñas en un segundo piso, una hemeroteca, una sala de libros de consulta, un auditorio, una grande y hermosa sala –con cómodos sillones negros- compuesto de numerosos estantes  en los cuales están ubicados novelas de todas las épocas y nacionalidades, en muy bellas ediciones. Francamente una maravilla. Cualquiera, puede ingresar y sentarse en esos sillones y deleitarse con esas hermosas novelas. Por si fuera poco, también hay una sala de exhibición con las obras del gran Vargas Llosa, en español e idiomas extranjeros. Por supuesto, que me tomé fotos hasta decir basta. Estaba más feliz que perro con dos colas.

Me despedí de Arequipa, finalmente, antes de partir al terrapuerto a tomar mi bus a Lima, comprando chocolates en La Ibérica. Y así fue como este viaje terminó, breve, fugaz, pero hermoso, y prometiéndome que  en el futuro volvería a conocer el Valle del Colca y las playas de Mollendo y así ir conociendo y descubriendo cada vez más ese departamento y la provincia de Arequipa que me resultan  mágicos e infinitos.

Posdata: Tres cosas que me llamaron la atención en mi viaje a Arequipa y omití mencionar: chicas jóvenes que manejan sus motos; los quioscos de revistas están abiertos hasta bien entrada la noche; y los buses de basura, mientras los trabajadores recogen los desperdicios, hacen sonar música clásica a través de sus parlantes.