Ubicado al sur de Lima, a poco más de mil kilómetros, y con
casi 900 mil habitantes, Arequipa (fundada en 1540) es una de las ciudades más
importantes y representativas del Perú y, además, es la capital de la provincia de Arequipa, que
es una de las 8 provincias del departamento del mismo nombre. Mi padre que es de Caravelí (otra de las
provincias del departamento de Arequipa) me hizo visitar su tierra innumerables
veces, y me hizo, sin querer, coger cariño a aquel departamento. Pero nunca
había viajado a la provincia de Arequipa, y específicamente a la ciudad y capital
del mismo nombre.
Hace un par de años alimentaba el sueño de conocer la Ciudad
Blanca, observar el volcán El Misti (que ahora ya no se aprecia con
claridad), reconocer el dejo de los “characatos” (que se me confundía con el
acento cusqueño), probar su comida, visitar sus iglesias y monasterios, ver a
sus mujeres; en suma, reconocer esa ciudad que venía precedida de una buena y
mala fama y que había parido a personas ilustres y otras no tanto. El año pasado
estuve a punto de viajar, pero el destino y mi voluntad se tropezaron y no pude
cumplir mi sueño. Sin embargo, este año mi voluntad se impuso y viajé el último
viernes a la Ciudad Blanca. Luego de 16
horas de viaje en bus, llegué al terrapuerto de la ciudad. Me hospedé en un
hotel barato y cómodo a cinco cuadras de la Plaza de Armas. Fui solo, aunque
tenía el teléfono de un primo mayor. Y fui solo básicamente porque quería vivir
la experiencia de ese mochilero que nunca fui y que solo se me pasó por la cabeza
cuando leí a los beatniks.
La ciudad de Arequipa, con sus casi 900 mil habitantes, aún
es una mezcla de campo y ciudad. Y aunque es cierto, que el cemento le va
quitando mayor espacio a la campiña, ésta todavía se encuentra presente de
manera visible y evidente. Sería bueno, por tanto, que haya un crecimiento
armonioso, que permita que la campiña mantenga su importante presencia. Por
otro lado, y como toda ciudad en expansión, Arequipa está poblada de taxis y
los distritos que lo componen (más de veinte) muestran las evidentes diferencias
sociales. Aquí también hay barrios más “pitucos” que otros. Y el Centro de
Arequipa es aún un lugar céntrico de recorrido diario para el poblador promedio
de la ciudad. Así, caminar por la Plaza de Armas, los portales de la plaza, las
iglesias y las calles aledañas es un placer para un primerizo turista como yo. Sentarse
en las banquitas de color verde, casi siempre llenas, y ver a la gente y a las
palomas y a los turistas y a los fotógrafos, todos en plena escena de la obra
Vida, bajo el sol o la lluvia, es para emocionarse o quedarse arrobado. Igual
sensación es recorrer la Catedral de Arequipa, el Convento de Santa Catalina,
la Compañía de Jesús: resultan un viaje en el tiempo, de aquellos seres humanos
que nos precedieron y que tuvieron sueños iguales o similares a los nuestros;
niños, adultos, jóvenes, viviendo bajo otras
costumbres –otras formas- pero en esencia los mismos en el fondo.
Y yo en medio de todo esto, solo conmigo mismo y con solo
mi vista y mi cámara fotográfica, dispuesto a captar algún detalle que grabe
en mi mente y luego pueda transmitir a través de las palabras. Arequipa, esa
ciudad que Abraham Valdelomar, hace 100 años, retrató en algunas de sus bellas
crónicas. Y así fue que, acompañado de mi Guía de Viajero de Rafo León, comencé
a escarbar en la ciudad. El primer día,
visité, con la ayuda de un guía y previo pago de entrada, la Catedral de
Arequipa, luego me fui a almorzar, a uno de los altos de un portal, un rico rocoto relleno acompañado de pastel de
papa, chicharrón, además de un pisco sour. Simplemente delicioso. Luego de una
reparadora siesta en mi cuarto de hotel (“La posada del characato”), a las 7
pm, con un librito a cuestas y la revista arequipeña El búho, me fui al café La
Bóveda, ubicada en uno de los portales de La Plaza de Armas, y caracterizado
por su ambiente bohemio, y me puse a leer acompañado de un buen café y un sánguche.
Para redondear, me fue a juerguear a la Casona Fórum, ubicada al finalizar la
calle San Francisco. Este local es excelente, y además de una buena discoteca,
tiene 4 espacios diferentes, muy bien decorados, que funcionan como Pubs-Bares. Así, luego de unos previos en la barra del Bar Retro, me fui a tonear y bailé y conversé con algunas arequipeñas. Síntesis: las mujeres son iguales en todos lados: están las bonitas que son sencillas y las creídas que ni siquiera son guapas.
Al día siguiente, hice un tour por la ciudad y sus diversos
distritos que me costó 35 soles. Pude conocer el mirador de Yanahuara, comer el
clásico Queso Helado, montar caballos en el distrito de Sabandía; ver, desde el
segundo piso de un bus, los contrastes de la ciudad además de su belleza; hacer
algunos amigos –una chica piurana y un mexicano-con los que luego del tour
fuimos a una picantería (La Nueva Palomino) a comer un rico rocoto relleno
acompañado de su pastel de papa y una cerveza Arequipeña. Otra vez delicioso,
además de una excelente conversación. Luego, se sumaron mi primo y mis
sobrinos, y tras el almuerzo, me llevaron en su auto a conocer la parte
céntrica de la ciudad: sus centros comerciales y alguna que otra zona no tan
céntrica pero sí de interés. Finalizamos esa noche viendo, en un centro
comercial, la película Los Miserables. Notable cuando Anne Hathaway canta e interpreta "I dreamed a dream".
Al día siguiente, temprano, me dirigí al Convento de Santa
Catalina a hacer el recorrido respectivo. 35 soles la entrada, además de 20
soles para la guía. Pero la verdad es que valió la pena. No tenía la menor idea del mundo que se ocultaba ahí. Dicho
convento además de ser hermoso y reflejar la historia de la orden de las
dominicas, es toda una ciudadela compuesta de salones, habitaciones, colegio,
huerta, cementerio, mirador, cocinas, etc. Tras la visita, enrumbé a comer rico al
restaurante de Gastón Acurio, "Chicha", y me pedí una rica ocopa. La atención de
primera. Luego de la siesta respectiva, en mi cuarto de hotel, ya de noche,
repetí la rutina del sábado. Primero al café La Bóveda, para leer un rato “La
vida exagerada de Martín Romaña” de Bryce Echenique (el primer día, una alumna
del instituto limeño donde enseño me reconoció y se me acercó a saludar con mucho
cariño; el segundo día, un joven poeta se me acercó a vender un poemario suyo y
terminé charlando con él un rato y le compré su poemario). Después me fui a la
Casona Forum y me tomé varios traguitos en la barra de Retro (uno de los cuatro
espacios): para ser exactos un chilcano, un ballentines y una cerveza
arequipeña (mi primer día tomé un mojito y un cuba libre) y acabé charlando con
la chica de la barra que me confesó que estudiaba sicología y que de joven
había querido ingresar al monasterio. Bonita conversación , de esas que rara
vez ocurren.
Mi último día en Arequipa,
(ya que el martes a las 3 p.m. partía a Lima), aproveché a visitar
nuevamente la Biblioteca Mario Vargas Llosa, la cual es una verdadera
maravilla. Está hecha de sillar, con techos en bóveda, y dicen que antes funcionó ahí una entidad
importante del municipio. Tiene una sala de lectura, otras más pequeñas en un segundo piso, una
hemeroteca, una sala de libros de consulta, un auditorio, una grande y hermosa
sala –con cómodos sillones negros- compuesto de numerosos estantes en los cuales están ubicados novelas de todas
las épocas y nacionalidades, en muy bellas ediciones. Francamente una maravilla.
Cualquiera, puede ingresar y sentarse en esos sillones y deleitarse con esas
hermosas novelas. Por si fuera poco, también hay una sala de exhibición con las
obras del gran Vargas Llosa, en español e idiomas extranjeros. Por supuesto,
que me tomé fotos hasta decir basta. Estaba más feliz que perro con dos colas.
Me despedí de Arequipa, finalmente, antes de partir al terrapuerto a tomar mi bus a Lima, comprando chocolates en La Ibérica. Y así fue como este viaje terminó, breve, fugaz, pero hermoso, y prometiéndome que en el futuro volvería a conocer el Valle del Colca y las playas de Mollendo y así ir conociendo y descubriendo cada vez más ese departamento y la provincia de Arequipa que me resultan mágicos e infinitos.
Posdata: Tres cosas que me llamaron la atención en mi viaje a Arequipa y omití mencionar: chicas jóvenes que manejan sus motos; los quioscos de revistas están abiertos hasta bien entrada la noche; y los buses de basura, mientras los trabajadores recogen los desperdicios, hacen sonar música clásica a través de sus parlantes.
2 comentarios:
N
extraño
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