martes, 31 de enero de 2017

El maldito indiferente

En el terreno amoroso la indiferencia es un talento. Uno cuyo dominio requiere años de práctica, disciplina y perseverancia. Tal inversión de tiempo vale la pena, porque un indiferente obtiene una envidiable rentabilidad sentimental. Si no, cómo explicar que la mayoría de mujeres se descorazone y corte las venas, no por el tipo sensible que las halaga y la corteja, sino, precisamente, por el indiferente, el que no les hace caso, el que las maltrata con el frío machete de su desamor. Eso de que el chico bueno se queda con la chica es una mentira de las películas de HBO. En la vida real, los malos lideran la tabla.

Para los indiferentes, la estrategia de seducción se plantea al revés de lo convencional y consiste en ignorar, en retirarle tu atención al objeto deseado, en hacer gala de una impertérrita seguridad, solo comparable con la de los más exitosos ídolos deportivos o los más entronizados galanes de culebrones. Los tipos que exudan ese relajo conchudo y desinteresado ejercen un extraño magnetismo.

Tengo amigos cuya filosofía consiste en no involucrarse, y debo admitir que la pasan genial: sus novias babean por ellos y siempre hay chicas que los están buscando. Hasta hoy no lo entiendo. Ellos actúan como caballos y, para mi asombro, las mujeres les pasan por alto todos sus desplantes, sus arrogancias y su luctuosa falta de consideración. Creo que esa suerte solo pueden disfrutarla los hombres que adolecen de ese sentimentalismo calzonudo que a otros nos ha tocado padecer. A mí –y este blog es una prueba de eso– me cuesta utilizar la estrategia adecuada e interpretar al sujeto indiferente, al pragmático, al vaquero maloso e impasible que patea la puerta del bar, seca una jarra de cerveza, escupe al suelo y se lleva sobre un hombro a la muchacha más linda del pueblo.

No puedo ser tan Clint Eastwood de la noche a la mañana cuando me he pasado toda la vida siendo más paparulo que John Cusack. No puedo ser el rudo y tatuado Tommy Lee cuando tengo la cara bovina del vocalista de los Hombres G cuando canta ‘Devuélveme a mi chica’. No puedo tronar los dedos como el Fonzie de ‘Happy Days’ cuando me he esmerado en trastabillar como Potsy Weber.

Yo solía pensar con ingenuidad que las relaciones de pareja se sostenían sobre la base de la espontaneidad, la autenticidad y la sinceridad. Pero cada día me convenzo de que esa es una utopía reblandecida. Las relaciones son un ajedrez, un ‘tira y afloja’, un calculado juego de táctica casi militar. Increíblemente, hay gente que se especializa en eso. El canadiense Erik von Markovik, por ejemplo, autor del libro ‘Mystery Method’, que enseña a conquistar mujeres paso a paso. Uno de sus alumnos fue el norteamericano Neill Strauss, que escribió el best seller ‘The Game’, donde cuenta cómo llego a ser un seductor profesional. Para los dos, la indiferencia es un virtuosismo.

Por ejemplo, este es un caso típico que ilustra el valor tangible de la personalidad indiferente. Cuando estás con una chica, tu cerebro deja de pensar (eventualmente) en las demás mujeres. Ganas en aplomo porque ya conseguiste a la chica que te gustaba. Eres un hombre feliz que ha saciado su deseo. Las feromonas de tu cuerpo empiezan a despedir químicos solo perceptibles por el olfato femenino, y entonces ocurre lo impensado: todas las mujeres se empiezan a fijar en ti, sobre todo las que nunca en su putañera vida te hicieron caso. Como ahora les eres indiferente, te has convertido en un ejemplar atractivo. ¿¿No es injusto??

Las mujeres administran convenientemente el barato pregón del “quiero un chico diferente”, pero es mentira. Puede haber legiones de chicos emotivos y sentimentales detrás de ellas, pugnando por una oportunidad, pero al final eligen al mismo típico galifardón macho e inmaduro que, sin dudas, les romperá el corazón. En lugar de decir que quieren un chico “diferente”, deberían proclamar “quiero un chico INdiferente”. Sería más honesto de su parte.


Renato Cisneros (Blog Busco novia, 28/5/2007)

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