lunes, 20 de febrero de 2017

Diario de un profesor (40)

El jueves pasado, de manera inesperada, amanecí mal: me dolía el estómago, me sentía mareado y débil. Menos mal, era mi día libre y pude recuperarme para el viernes que sí tenía clases. Durante la tarde de ese jueves, con una taza de anís en las manos, y tirado en un sofá con rostro de moribundo, pensé que durante los 8 años y medio que llevaba dedicado a la docencia (6 años de manera interrumpida), nunca había faltado a una clase por enfermedad. La única clase a la que me había ausentado (con justificación) fue cuando presenté mi primer libro de cuentos en el 2011...Entonces, recordé el caso de muchos colegas que -debido al arduo trajín, el estrés, la tensión acumulada o el simple azar- no pudieron asistir a la institución donde laboran. Recordé también las palabras de una amiga docente de un colegio nacional emblemático: "El profesor, al menos una vez al año, se enferma. Es inevitable". Agradecí, por tanto, gozar de buena salud y de poder, a pesar de las dificultades, haber podido impartir -en todos esos años- mi materia con todas mis facultades y no mermado o disminuido. Aunque también cavilé que, inevitablemente, algún día, en el futuro, me tocaría enfermarme y no asistir. ¡Así es la vida y hay que estar preparado!       

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