martes, 27 de diciembre de 2022

Diario de un profesor (80)

El estudiante llega siempre tarde a clase, pese a que la tolerancia es de 15 minutos. Le hago el aviso respectivo, pero salvo excepciones, sigue llegando tarde; así que cumplo con las reglas de la institución y le pongo falta. Transcurre el ciclo y no acude a la primera evaluación escrita, ni siquiera envía un mensaje justificando su falta y solicitando un examen de rezagados. Recién lo hace una semana después y le digo que ya es muy tarde. En el segundo examen sale desaprobado con 07. Le digo que espero que cambie de actitud en la segunda parte del curso, si no va a ser difícil que apruebe el curso. Sin embargo, el muchacho, de unos 18 años, sigue llegando tarde e incluso las más de las veces distrae a sus compañeros hablándoles y riéndose o se pone a ver su celular. Hago mi último intento y converso con él, le hago una metáfora con un deporte que él practica, le digo que todo es perseverancia y que sin esfuerzo no hay resultados. Él me promete que, en adelante, no va a faltar a ninguna clase y va a poner todo de sí. Pero su intención resulta flor de un día y a la semana todo sigue igual. Las últimas semanas del ciclo ya no asiste y ni siquiera se presenta al último examen escrito. A los días, recibo una justificación de su parte pidiéndome dar su rezagado. Termino aceptando, aunque me queda claro que no va a poder aprobar el curso. Sin embargo, tampoco se presenta al rezagado. 

Ya no hay nada que hacer. El muchacho tuvo varias oportunidades para enmendar el rumbo, pero no las aprovechó. Así como yo cuando era joven, el estudiante tendrá que madurar con los golpes de la vida, tendrá que percatarse que tiene que hacerse cargo de sus actos, que sin trabajo duro no hay frutos. Y así como yo a su edad, el joven tendrá que madurar hasta convertirse en un hombre maduro y responsable. Es la ley de la vida.  





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