martes, 12 de agosto de 2025

Diario de un profesor (100)

Este ciclo que terminó tuve 3 o 4 alumnos difíciles. No eran malos chicos, pero sí me costó saber llevarlos. Recuerdo que, a uno de ellos, en la primera clase, le dije educadamente para que leyera una diapositiva, y me miró con un gesto como si le hubiese insultado a su madrecita. Luego me percaté de que su semblante era así, serio, como si el mundo y la gente le disgustara, y entre ellos el profesor. En otra de las clases, a la que llegó tarde, me hizo un par de preguntas cuestionando los ejemplos que había dado. Tuve que tomar aire para no perder la compostura y responder de la manera más diplomática posible (total, es su derecho y es saludable que el estudiante cuestione lo que se le enseña). En otra ocasión, el estudiante no formó grupo para realizar ciertos trabajos y, en una par de evaluaciones en parejas, simplemente no quiso trabajar con algún compañero (al final, tuve que acceder a sus caprichos pero le desconté 3 puntos en sus notas). Para colmo, no cumplía con los cuestionarios que dejaba. Así vista las cosas, el alumno iba directo a repetir el curso.

Sin embargo, de inmediato, a través de sus preguntas, me di cuenta que el muchacho era hábil y en su primer examen salió con una nota aprobatoria (15) que demostraba que escribía y argumentaba bien. En la segunda parte del curso, pensé que su actitud cambiaría. Pese a esto, en una clase se la pasó mirando su celular y con sus audífonos. Pensé ignorarlo, pero en un momento no me contuve y le llamé la atención. "Joven, ¿va a escuchar la clase o va estar mirando su celular?". Recordé que la clase anterior, buena parte de esta, había estado durmiendo. El alumno no me respondió y me quedó mirando sorprendido. "Bueno, lo espero", agregué, esperando que guardara su celular y prestara atención. No obstante, el alumno se levantó de su pupitre y se retiró sin decir nada. Durante una semana se ausentó y pensé que ya no iba a volver a clases por la vergüenza. Mas se apareció la siguiente semana como si nada hubiese ocurrido e incluso me hizo un par de preguntas en clase, con un tono sosegado, que me dejó perplejo. 

Lo que vino después fue mejor. Por algún motivo, el estudiante cambió de actitud al menos en parte. Por ejemplo, accedió en la segunda etapa del curso a trabajar en grupo con un compañero. Además, un par de veces, noté que trató de esbozarme una sonrisa al despedirse, lo cual contrastaba con el semblante adusto que llevaba siempre. También, en una ocasión, recuerdo que lo veía bostezar en clase de manera exagerada y constante, y le pedí que por favor se cubriera la boca al bostezar; y él me hizo caso.

Y pese a que nunca hizo sus cuestionarios y en alguna evaluación reconoció que no había leído las lecturas del curso, logró dar un excelente examen final (obtuvo 17 de nota) que le permitió aprobar el curso. Incluso, fue una de las mejores notas de la sección.

Quiero finalizar indicando que en una de las últimas evaluaciones, el alumno me llamó y me dijo: "Profe, siempre se lo ve serio.....como si estuviera estresado" y se rio como nunca lo había visto. Pensé en responderle que yo también lo veía serio siempre (como si el mundo y la gente le apestaran), pero terminé dibujando una leve sonrisa y diciéndole: "Seguramente es así, pero a veces uno no se da cuenta. Gracias por tu comentario"; luego le di una suave palmada en el hombro y me alejé. Y pensé: aquí tengo una anécdota para mi diario.

   

La muerte de Iván Ilich

 

La muerte de Iván Ilich es una novela corta o cuento largo del escritor ruso León Tolstoi. Aparecida en 1886, es considerada una de las obras maestras del su autor, además de Anna Karenina y La guerra y la paz. Personalmente, Anna Karenina, que la leí cuando tenía 19 añitos, es una de las novelas que más huella ha dejado en mí, por no decir, la principal. Esta novela abordaba diversos temas pero, sobre todo, la insatisfacción del ser humano. Y aquí, en La muerte de Iván Ilich, los temas trascendentales,  como el propio título lo anticipa, son la muerte y la insatisfacción con la vida que hemos vivido. En pocas páginas, el genio de Tolstoi nos muestra la esencia del ser humano y la vida a través de Iván Ilich, un burócrata ruso exitoso que, de pronto, es aquejado por una grave enfermedad que lo llevará a la muerte en cuestión de meses. Sin embargo, la novela no es lineal, sino que empieza con la noticia de la muerte de Iván Illich y su velatorio. Es recién a partir del segundo capítulo -la novela consta de 12 breves capítulos- que el narrador nos relata la vida del personaje principal, desde su juventud, su etapa universitaria, sus primeros años trabajando como funcionario ruso, su enamoramiento y la familia que formará con Praskovia Fiodorovna, la enfermedad y su posterior muerte. Como ya indiqué, su ascenso social y personal se trastoca con la enfermedad que lo llevará a la muerte con tan solo 45 años. En esos meses de agonía, Ilich se percatará que esa vida de burócrata exitoso y padre de familia ejemplar de dos hijos, no tiene el valor real que él inicialmente pensaba. Se da cuenta que, pese a su ascenso en la escala social, al hecho de poseer una lujosa casa y haber formado una familia, no ha llevado la vida que hubiese querido. Ve, en sus últimos días, que ha vivido con apetitos, rencores y peleas mezquinas tanto en su trabajo como en su hogar. Siente la lástima de sus familiares hacia él que lo ven más como un estorbo. Asimismo, no encuentra sentido en la muerte y el sufrimiento que padece. Pese a eso, en su último momento de conciencia, pierde el miedo a la muerte y encuentra en ella una forma de liberación, de "luz", de "alegría". Sin duda, Tolstoi fue un genio.

jueves, 7 de agosto de 2025

Flores amarillas

 

Estoy gratamente sorprendido por la novela Flores amarillas, del escritor y periodista peruano Raúl Tola (1975). Había leído su primera novela juvenil Noche de cuervos (1999) que está escrita bajo la influencia de Bukowski y los escritores beatniks. Pero aquí, Flores amarillas, publicada ya en el 2013, es una novela histórica, ambientada en la época del presidente y dictador peruano Manuel Odría, y representa un salto cualitativo sustancial. En el 2013, ya Tola contaba con 37 o 38 años y, con dos libros más en su haber, Flores  amarillas es una obra que muestra su madurez y crecimiento.

Raúl Tola ha dicho que esta novela cuenta la historia ficcionada de su familia y que se inspiró en la película "El Padrino", de Ford Coppola. La historia gira sobre un próspero empresario peruano de raíces italianas, Severo Versaglio, que detrás de su faceta de padre y esposo ejemplar, oculta la de hombre de negocios inescrupuloso que tiene negociados con el gobierno del dictador Odría y no duda, incluso, en hacer jugarretas y traicionar a sus socios con el fin de ganar más dinero. Sin embargo, la novela también relata el ocaso de aquel hombre y su imperio. Asimismo, en Flores amarillas, Tola cuenta -con los aderezos de la ficción- la historia de su familia. De cómo Albano Versaglio junto con su hijo Giovanni escapan de Italia y llegan al Perú en el siglo 19. 

Hay que indicar, en primer lugar, que sorprende la buena prosa de Raúl Tola. Se nota que domina las palabras y sabe llevar el relato a través de buenos diálogos y párrafos muy bien construidos. Además, la estructura está bien planteada. Hay un gran trabajo detrás.

En segundo lugar, es una novela histórica ambiciosa. Se palpa que el escritor se ha documentado previamente para relatar la época del dictador peruano Odría, a mediados del siglo XX. Muestra los cambios que se van produciendo en Lima y en el Perú. A su vez, para relatar la Italia del siglo 19, y el periplo de Severo Versaglio por Brunate (en Lombardía) y Génova, se aprecia una exhaustiva investigación para hacer verosímil el relato.

En tercer lugar, es una novela entretenida que se lee de corrido. Muchos de sus capítulos te dejan en tensión de lo que luego va a suceder. Además, hay un trabajo más que destacado con la técnica, de la que sale airoso. Por ejemplo, Tola hace buen uso de los diálogos telescópicos, que alternan situaciones que ocurren en espacios o tiempos diferentes. Sin embargo, y de ahí mi crítica, se percibe aún la clara influencia de Mario Vargas Llosa -que incluso aparece como personaje brevemente-.

En suma, Flores amarillas es un muy buen libro, que muestra el gran talento de Tola; no obstante, refleja que le falta afirmar su propia voz sin que se perciba la deuda con sus maestros. Habrá que leer sus dos novelas posteriores para ver si lo consiguió.  

viernes, 1 de agosto de 2025

Diario de un profesor (99)

Acaba un ciclo más en la universidad. Días después, recibo la encuesta que llenan los alumnos calificando a sus docentes. Para mi sorpresa, veo que he recibido la calificación más baja en mis 4 años y medio como docente universitario. No es un promedio tan bajo (16.77), pero comparado con otros ciclos es inferior y por debajo del promedio general de la universidad (17.5). Veo que uno de los salones, en los que pensé ilusamente que había hecho un buen trabajo, me había calificado con 15.7. Sin embargo, en un salón donde no me hacía muchas esperanzas, tuve mi promedio más alto: poco más de 18. En ese momento me acordé de Blades: "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay dios". También me acordé de los tenistas, esos tenistas que llegan a estar entre los mejores del mundo, pero que -por diversos motivos- comienzan, con los años, a declinar en su carrera lentamente y nunca vuelven a recuperar su nivel. Recordé que hace un año, en mi caso, comenzó el "declive", sin embargo, en esta ocasión no pienso echarle la culpa los alumnos (sería lo más fácil), sino ver qué hacía antes que no estoy haciendo ahora o ver qué puedo perfeccionar. Me pregunto: ¿Será que he perdido la frescura como docente que tenía en mis inicios? ¿Será que he perdido la pasión inicial? ¿Será que reniego más y no estoy disfrutando? ¿Será que estos altibajos son parte normal de la carrera de un docente? La verdad no tengo una respuesta clara al respecto, pero sí que tengo 2 o 3 semanas para descansar, reponer energías y, sobre todo, ahondar en mi práctica docente para ver en qué puedo mejorar y mantener la pasión intacta. Al fin y al cabo, la carrera docente no es una carrera de velocidad, sino como la maratón, una de largo aliento.