15/11/2012
Cuando ya llevas enseñando un curso varios ciclos, comienzas a repetir cosas que ya dijiste. Y es ahí, cuando te das cuenta, te percatas que enseñar se parece a una obra de teatro en la que representas la misma obra una y otra vez para diversos espectadores. Y al igual que el teatro, cada función es diferente, a pesar de que el texto es el mismo.
Por lo anterior, ahora me veo pronunciando frases que ya dije antes, y el truco, como en el arte, no es tanto lo que dices, sino cómo lo dices. Y al igual que el actor, me doy cuenta que llega el momento, en cierto instante de la clase o "función", de soltar esa frasecilla que hará sonreír o provocar una emoción en los alumnos o "espectadores". Además, y así como el actor va ganando aplomo o experiencia con el tiempo, el profesor también va ganando recursos, cierta sensación de dominio sobre el escenario; va conociendo ese espacio sobre el cual se desplaza, va haciendo suyo aquel lugar. Y por supuesto, hay funciones buenas, otras regulares y también malas. Y por supuesto, a veces te sientes indispuesto en salir al "escenario", pero como todo aquel que respeta a su "público" (que ha pagado su entrada), te persignas, escondes la tristeza, dibujas una sonrisa y sales al "escenario" a dar tu vida y tu corazón".
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Lo que más recuerdo de mi mejor profesor es que parecía dar su vida mientras dictaba su clase. Y así como él se emocionaba, yo también me contagié de esa emoción.
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