No se lo digas a nadie (1994) fue la primera novela que publicó el escritor peruano Jaime Bayly. Recuerdo que la leí porque mi primo compró el libro, ya que Bayly era entonces famoso por sus excentricidades y por conducir un conocido programa de entrevistas en la TV. Recuerdo también, que yo aún adolescente, me devoré la novela en uno o dos días (igual me pasaría años después con La noche es virgen), pero cosa curiosa, así como la leí de rápido, así también me la olvidé. Sí recordaba, por supuesto, que la historia giraba en torno a Joaquín Camino, un joven de clase alta, que es homosexual pero no se acepta en una sociedad limeña homofóbica.
Pues bien, he releído la novela 18 años después (¡cómo se pasa el tiempo!) y creo que es una novela más interesante de lo que pensé y, sin embargo, también una obra fallida. No cabe duda que se lee de corrido: el libro consta de poco más de 400 páginas y me lo he leído, solo en mis ratos libres, en 5 días. La novela es ambiciosa, al menos en extensión. La novela comienza intensa, con capítulos que van narrando cómo el personaje va descubriendo su homosexualidad y conforme va creciendo va despojándose de sus escrúpulos y empieza a ser él mismo. Así, vemos el recorrido de Joaquín por el colegio, por la universidad (de donde es expulsado), su periplo por Nueva York, República Dominicana, Madrid y Miami. Y esto va sazonado de las aventuras nocturnas que tiene el personaje y sus noches de sexo con hombres –y a veces con mujeres- y el consumo de drogas: marihuana y coca.
Por otra parte, Bayly tiene facilidad para los diálogos y la narración de escenas; asimismo, el humor está siempre presente, quitándole drama a escenas que parecerían fuertes. Hay momentos en que el escritor se burla de sus personajes y los vuelve caricaturas: ejemplos son los de la madre beata y el padre machista, grosero y mujeriego. Sin embargo, en el tramo final de la novela, a partir del capítulo “La conquista de Madrid”, Bayly se aleja del eje de su historia: el conflicto interno de Joaquín Camino debido a su homosexualidad y el no poder aceptarse. Y ahí es donde falla la novela. Los dos últimos capítulos se van por la tangente y se alejan del conflicto central para terminar narrando las divertidas anécdotas que le pasan en Madrid, junto con su amigo Juan Ignacio, y en Miami, junto con sus padres. Solo en las dos últimas hojas, Bayly retoma, de nuevo, el conflicto de Joaquín, quien llora en un puente pues sus padres no aceptan su condición homosexual. Sin embargo, resultan tan cómicas las escenas anteriores, que ese final dramático pierde peso.
En resumen, No se lo digas a nadie es un libro con cosas interesantes, que muestra a un autor con talento, pero que no se salva de ser una obra fallida.
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