miércoles, 5 de julio de 2017

Diario de un profesor (48)

Penúltima semana de clases en el instituto donde laboro. La próxima ya toca los exámenes finales. A estas alturas, tanto profesores como estudiantes están exhaustos y desean que todo culmine de una vez. Aquellos -con las pocas fuerzas que les quedan- dan las instrucciones y pautas sobre lo que serán las evaluaciones finales, pero los alumnos escuchan sin prestar mucha atención. Ya sus mentes y cuerpos están puestas en las vacaciones: ¡y vaya que ambos las necesitan!

Al igual que aquellos inquietos estudiantes, los profesores ansían con todo su ser terminar con el bendito ciclo; se imaginan ya culminando de corregir la montaña de exámenes que se acumularán sobre sus escritorios (tras cuatro y cinco días de vía crucis) y, poder por fin, echarse en sus camas y respirar tranquilos. Tendrán alguna semanas (incluso hasta un mes) para reponer energías, pues -solo el que ha sido profesor lo sabe- el desgaste físico y emocional que han experimentado es igual o mayor al de correr una maratón de 42 kilómetros. El profesor entrará, por tanto, a un proceso de reposo absoluto, de hibernación, pues en un mes volverá -tal como el atleta-  a enfrentarse al reto de "correr otra maratón", de poner a prueba sus capacidades fisiológicas y psíquicas para alcanzar la "meta": liderar y motivar a cientos de jovencitos que ni siquiera lo conocen y a quienes su curso no les dice nada. El docente ,por tanto, deberá batallar para llegar a buen puerto, aunque sienta - en varios momentos de la travesía- que ha perdido el rumbo.        

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