martes, 24 de julio de 2012

Kathy y el hipopótamo

“Kathy y el hipopótamo” (1983) es la segunda obra teatral de Mario Vargas Llosa, luego de “La señorita de Tacna” (1981). Posteriormente escribió, si no me falla la memoria, 4 obras más de este género, del cual el Nobel se declara admirador. Pues, bien, tengo que reconocer, luego de leer “Kathy y el hipopótamo” que el teatro no es el fuerte de nuestro gran escritor peruano. Y no por falta de ambición, pues si algo se rescata de esta obra es precisamente esto, sino porque el teatro tiene sus propios códigos y la obra no encaja en dicho género. Mientras leía la historia, entendía por qué las obras de Vargas Llosa no son escenificadas con frecuencia en los escenarios y la razón es porque son demasiado complejas y no tan teatrales, por decirlo de algún modo. Escenificar una obra de Vargas Llosa sería una labor ardua y compleja para un director, que ni siquiera tendría el éxito garantizado. Y ojo que la trama de “Kathy y el hipopótamo” es sencilla a primera vista (dos personajes que se reúnen en una buhardilla, dos horas al día, para elaborar un libro y dar rienda suelta a su imaginación y fantasía), pero se bifurca en tantos tiempos y momentos de las vidas de estos personajes (reales e inventados), que se llega a perder la perspectiva del tiempo y el espacio. Así, la técnica de alternancia de los tiempos, que maneja de maravilla Vargas Llosa en la novela; llevado al teatro se vuelve demasiado artificial o forzado. Y no queda más que darle la razón a Alonso Alegría cuando señala que los mejores dramaturgos han sido siempre gente de teatro, gente que ha hecho y hace teatro.

Sin embargo, todo lo anterior no quita que la obra sea de interés, para quienes somos admiradores del escritor. Aquí aparece nuevamente Santiago Zavala, el personaje principal de la maravillosa novela Conversación en la Catedral. Y aparecen algunos de los temas recurrentes en su obra: la verdad de las mentiras, la ficción como una manera de hacer la vida más llevadera y que nos enriquece. Además, entendemos el por qué el autor es fan de los hipopótamos: estos animales son unos grandes amantes con sus parejas, representan el poder sexual.   

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