Hoy domingo 8 de julio, Roger Federer ganó por 7ma. vez el Wimbledon y recuperó el primer puesto en el ranking mundial de tenis. El derrotado fue el británico Andy Murray, quien peleó inútilmente 4 sets (solo ganó el primero). Federer, a poco de cumplir 31 años, logró su 17 Grand Slam cuando ya muchos pensaban que no lo volvería a hacer (hace casi dos años que no ganaba uno de los torneos grandes) y su carrera estaba cuesta abajo. Sin embargo, el suizo nos demostró una vez más su grandeza, uno, tal vez, de sus últimos chispazos de genio, talento y temple. Al principio nervioso (algo infrecuente en él) perdió el primer set (4-6) y estuvo a punto de perder también el segundo. Sin embargo, logró recuperarse y mantuvo su servicio y rompió el de su rival, llevándose el segundo set (7-5). En el tercer set y con el marcador 1-1, la naturaleza jugó su papel y comenzó una fuerte lluvia que cayó sobre el césped de Wimbledon. Como la lluvia proseguía ya media hora, los jueces decidieron colocar el techo artificial y se reinició el partido, lo cual favoreció a Federer pues se le veía más decidido, tranquilo y con mejor físico que su rival. Así, y casi sin despeinarse, pero con momentos de gran emoción, ganó el tercer set (6-3) y el cuarto (6-4). Murray luchó, pero no bastó.
Federer parecía predestinado para ganar. Parecía como si tratándose de la mitología griega, un dios o un grupo de dioses ya hubiesen decidido de antemano que Roger, su favorito, su preferido, fuera el afortunado. Y así sucedió. Y nosotros, yo, tú, simples mortales, detrás de nuestros televisores, veíamos como ese “semidios” suizo, el cual estaba acompañado de su esposa fiel y sus dos hermosas hijas, lo acompañaban en el logro de una nueva hazaña.
No cabe duda que en unos 50 años, cuando muchos seamos
polvo, los mortales del futuro seguirán hablando de las proezas del gran
Federer.
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