domingo, 29 de julio de 2012

La tregua


Sin lugar a dudas, esta novela del uruguayo Mario Benedetti es uno de los libros más conmovedores e intensos que he leído en los últimos años. Lo he leído en unos cuantos días (en mis tiempos libres) y me faltan las palabras para expresar lo  excelente, formidable que es esta novela. Si tuviera que resumir, se trata de una historia de amor entre Martín Santomé, un hombre de casi 50 años y que está a poco menos de un año de jubilarse de su trabajo de oficinista, y Laura Avellaneda, una joven de 24 años que ingresa a trabajar en ese último año de Santomé y que trastoca su vida, pues él se termina enamorando de ella.

Escrito a manera de diario, los lectores vamos descubriendo la intimidad de Martín Santomé, su rutina, su familia (tiene 3 hijos y es viudo, pues perdió a su mujer hacía 20 años), sus meditaciones de la vida, sus anhelos, el repentino germinar de su amor por Avellaneda, el amor que se comienza a instalar en su vida dándole, como una tregua, una gran dosis de felicidad para su rutinaria vida. Conmueve la novela, porque, además de las excelentes y poéticas reflexiones del narrador-personaje sobre diversos temas (sobre todo, el amor, la mujer, la vida, el sexo, las relaciones filiales, la gente, los protocolos sociales, etc), nos habla de ese tema universal que es el amor, pero lo hace con una prosa tan pulcra y diáfana, que uno termina hechizado, sintiéndose identificado con ese tal Martín Santomé, y cruzando los dedos para que todo le salga bien    

Como dije al inicio, no tengo palabras para expresar lo hermosa que es esta novela, novela que no necesita de grandes recursos técnicos, pero que en esa aparente sencillez destila tal esencia de verdad, de humanidad, de ensoñación, que uno cae ante el arte hecho palabras de Benedetti. Publicada en 1960, cuando Benedetti bordeaba los 40, La Tregua, sin duda, es una obra maestra, una obra llena de fuerza, vitalidad, sensibilidad. Finalmente, mientras la leía, mis aburridos viajes en micro, fueron los más emocionantes y entretenidos que he tenido en mi vida; el día que la acabé de leer, ayer en el parque central de Miraflores, yo estaba sentado en una acera, con el libro en mi mano, con la gente alrededor, la noche, las luces de los faros, y yo arrobado devoraba las páginas conmovido, emocionado, como si esa historia fuese mía. Cuando terminé, lancé un suspiro y dije ¡guau! ¡guau! Es decir, sin palabras, solo hermoso.

  Ah, hay una frase que he subrayado y me encanta:

“Una de las cosas más agradables de la vida: ver cómo se filtra el sol entre las hojas”  

martes, 24 de julio de 2012

Kathy y el hipopótamo

“Kathy y el hipopótamo” (1983) es la segunda obra teatral de Mario Vargas Llosa, luego de “La señorita de Tacna” (1981). Posteriormente escribió, si no me falla la memoria, 4 obras más de este género, del cual el Nobel se declara admirador. Pues, bien, tengo que reconocer, luego de leer “Kathy y el hipopótamo” que el teatro no es el fuerte de nuestro gran escritor peruano. Y no por falta de ambición, pues si algo se rescata de esta obra es precisamente esto, sino porque el teatro tiene sus propios códigos y la obra no encaja en dicho género. Mientras leía la historia, entendía por qué las obras de Vargas Llosa no son escenificadas con frecuencia en los escenarios y la razón es porque son demasiado complejas y no tan teatrales, por decirlo de algún modo. Escenificar una obra de Vargas Llosa sería una labor ardua y compleja para un director, que ni siquiera tendría el éxito garantizado. Y ojo que la trama de “Kathy y el hipopótamo” es sencilla a primera vista (dos personajes que se reúnen en una buhardilla, dos horas al día, para elaborar un libro y dar rienda suelta a su imaginación y fantasía), pero se bifurca en tantos tiempos y momentos de las vidas de estos personajes (reales e inventados), que se llega a perder la perspectiva del tiempo y el espacio. Así, la técnica de alternancia de los tiempos, que maneja de maravilla Vargas Llosa en la novela; llevado al teatro se vuelve demasiado artificial o forzado. Y no queda más que darle la razón a Alonso Alegría cuando señala que los mejores dramaturgos han sido siempre gente de teatro, gente que ha hecho y hace teatro.

Sin embargo, todo lo anterior no quita que la obra sea de interés, para quienes somos admiradores del escritor. Aquí aparece nuevamente Santiago Zavala, el personaje principal de la maravillosa novela Conversación en la Catedral. Y aparecen algunos de los temas recurrentes en su obra: la verdad de las mentiras, la ficción como una manera de hacer la vida más llevadera y que nos enriquece. Además, entendemos el por qué el autor es fan de los hipopótamos: estos animales son unos grandes amantes con sus parejas, representan el poder sexual.   

domingo, 15 de julio de 2012

La palabra del mudo

He vuelto a releer a Julio Ramón Ribeyro (Perú, 1929-1994) y su colección de cuentos recopilados en La palabra del mudo (bueno, he leído una antología hecha por El Comercio en el 2002) y no me ha defraudado. Más aún, me he percatado que Ribeyro es mejor cuentista de lo que creía y que, sin ninguna duda, se codea con los mejores cuentistas de lengua española, pues no tiene nada que envidiar a Horacio Quiroga, Cortázar, García Márquez, Juan Rulfo y otros.

He releído a Ribeyro, pero me he topado con cuentos que no había prestado antes atención o simplemente no había leído. Y son cuentos maravillosos. Y no son todos realistas, sino que abarcan diversos estilos (aunque la mayoría son realistas) y temáticas y lugares diferentes (hay cuentos también experimentales donde la técnica está presente). Por si fuera poco, la prosa de Ribeyro, como dijo alguna vez Desiderio Blanco, es exquisita, no necesita de tanto ornamento, no es barroca, pero en su aparente simplicidad es bella y profunda. La prosa de Ribeyro es excelente y pronto te atrapa en la historia que el escritor nos quiere narrar. Asimismo, Ribeyro sabe que una buena prosa no sirve de nada si no hay de por medio una buena historia y eso se palpa en sus cuentos: son la conjugación perfecta de buenas historias y una deliciosa prosa.

Sin embargo, hay que decir que no todos los cuentos de Ribeyro son obras maestras, hay unos que sí lo son, otros se acercan y son muy interesantes y otros, los pocos, son solo regulares. Pero incluso es sus cuentos regulares, se ve la calidad de Ribeyro: su prosa envolvente, su penetración psicológica en sus personajes, las hermosas descripciones, las situaciones que se engarzan una con otra. Entre los grandes relatos me quedo con los clásicos “La insignia”, “El banquete”, “La botella de chicha”, “Solo para fumadores”, “La piel de un indio no cuesta caro”, “Por las azoteas”, “Al pie del acantilado”, “Alienación”. En esta relectura también redescubro los excelentes “Fénix”, “Silvio en El Rosedal”, “Los jacarandás”, “Tristes querellas en la vieja quinta”; y los interesantes “Interior L”, “El libro en blanco”, “Rider y el pisapapeles”, “Los cautivos”, “Papeles pintados”, la experimental “El carrusel” y otros más. Ribeyro es un capo y hay que leerlo y releerlo. Sin duda, nuestro mejor cuentista y uno de los mejores en letras españolas. Se debería hablar más de él afuera.


  

domingo, 8 de julio de 2012

Otra vez Federer

Fuente de la foto: http://www.telegraph.co.uk/sport/tennis/wimbledon/

Hoy domingo 8 de julio, Roger Federer ganó por 7ma. vez el Wimbledon y recuperó el primer puesto en el ranking mundial de tenis. El derrotado fue el británico Andy Murray, quien peleó inútilmente 4 sets (solo ganó el primero). Federer, a poco de cumplir 31 años, logró su 17 Grand Slam cuando ya muchos pensaban que no lo volvería a hacer (hace casi dos años que no ganaba uno de los torneos grandes) y su carrera estaba cuesta abajo. Sin embargo, el suizo nos demostró una vez más su grandeza, uno, tal vez, de sus últimos chispazos de genio, talento y temple. Al principio nervioso (algo infrecuente en él) perdió el primer set (4-6) y estuvo a punto de perder también el segundo. Sin embargo, logró recuperarse y mantuvo su servicio y rompió el de su rival, llevándose el segundo set (7-5). En el tercer set y con el marcador 1-1, la naturaleza jugó su papel y comenzó una fuerte lluvia que cayó sobre el césped de Wimbledon. Como la lluvia proseguía ya media hora, los jueces decidieron colocar el techo artificial y se reinició el partido, lo cual favoreció a Federer pues se le veía más decidido, tranquilo y con mejor físico que su rival. Así, y casi sin despeinarse, pero con momentos de gran emoción, ganó el tercer set (6-3) y el cuarto (6-4). Murray luchó, pero no bastó.

Federer parecía predestinado para ganar. Parecía como si tratándose de la mitología griega, un dios o un grupo de dioses ya hubiesen decidido de antemano que Roger, su favorito, su preferido, fuera el afortunado. Y así sucedió. Y nosotros, yo, tú, simples mortales, detrás de nuestros televisores, veíamos como ese “semidios” suizo, el cual estaba acompañado de su esposa fiel y sus dos hermosas hijas, lo acompañaban en el logro de una nueva hazaña.

No cabe duda que en unos 50 años, cuando muchos seamos polvo, los mortales del futuro seguirán hablando de las proezas del gran Federer.

domingo, 1 de julio de 2012

Voy a 200 km por hora


Mi auto es un Toyota Corona del 82, color rojo. Se lo compré a mi hermano a un precio cómodo, pero tiene un valor sentimental mayor pues perteneció antes a mi papá, quien dejó de manejar porque renegaba mucho. En mi época de niño el Toyota paraba guardado en el garaje y mi padre solo usaba el Volkswagen blanco del 80, que un día desapareció o no fue devuelto por una persona que se hacía llamar su amigo. El Toyota solo era usado para cosas importantes, entre ellas cuando viajábamos a la tierra de mi padre (Caravelí, Arequipa). Crecí, pues, mirando a estos dos autos y soñaba con un día manejar el Volkswagen blanco, hasta que un día éste no regresó. Hace tres años estuve a punto de comprarme un escarabajo de segunda mano, pero perdí mi empleo y tuve que posponer mi deseo.

A comienzos de año adquirí el Toyota (ya que mi hermano se había comprado un auto nuevo) y fue una manera de suplir la fallida compra del Volkswagen. Hace poco más de un mes obtuve mi brevete de conducir. Obtener el bendito brevete me demandó casi dos meses y fue como una pequeña Odisea: jalé repetidas veces hasta que al final lo conseguí. La última vez que fui al local del Touring (en la Panamericana Sur) hasta los jueces me conocían y uno me dio su teléfono en caso saliera jalado una vez más. ¡Por supuesto, jefe. Yo lo llamo!, le dije con una sonrisa.

Ahora manejo ese toyotita rojo y me siento como un niño con su juguete nuevo, me siento como un Schumacher, un Ayrton Senna que va a 50 Km por hora. Me siento un piloto de fórmula uno en mi imaginación, pero la realidad es que manejo como una viejita miedosa que llega a las justas a 50 km. Hace un mes cruce por primera vez el Ovalo de Higuereta y para mí fue un suceso mundial, un hecho trascendental en mi vida; por supuesto que lo crucé un domingo a las 7 a.m., hora en la que hay poquísimos carros y el riesgo es casi inexistente. Hoy me arriesgué hasta el Ovalo de Miraflores y así, espero, ir avanzando en mi recorrido por Lima.

El otro día, en una entrevista televisiva, escuché decir al piloto peruano Nicolás Fuchs que la máxima velocidad que ha alcanzado es 266 km por hora. Cuando escuché esto, no me quedó más que reírme para mí mismo. ¡Yo te gano!, imaginé decirle, a manera de bromita. También me acordé de esa hermosa canción de Roberto Carlos en la que señala: “Voy a 200 km por hora. Voy a parar de pensar en ti y prestaré atención al camino”. Yo haría mía esta frase, pero solo cambiaría el 200 por 50.  

http://www.youtube.com/watch?v=KxPKtzrolqw