martes, 28 de diciembre de 2010

Mark Twain


Mark Twain (1835-1910), el escritor estadounidense, conocido por libros como “Las aventuras de Tom Sawyer”, “Las aventuras de Huckleberry Finn”, “El príncipe y el mendigo” y “Un yanqui en la corte del Rey Arturo” es reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes narradores de su tiempo. Justo acabo de leer dos relatos suyos: “El billete de un millón de libras” y “La confesión del moribundo” y me han hecho recordar a esos directores de cine norteamericanos (Frank Capra, Howard Hawks) que con tramas sencillas e ingeniosas encandilaban a la audiencia a mediados del siglo XX. Lo mismo, pues, me pasó leyendo a Twain, que con tramas simples pero imaginativas me atrapó y me llevo a disfrutar de finales inesperados. El primer relato (“El billete de un millón de libras”) es el mejor de los dos relatos y trata sobre dos hermanos ingleses millonarios que hacen una apuesta sobre el destino de un hombre norteamericano totalmente en la ruina y hambriento y al que le dan un billete de 1 millón de libras (más o menos 5 millones de dólares). El conflicto surge cuando este intenta comer o comprar alguna vestimenta en la calle y nota que es imposible que alguien pueda cambiarle dicho billete

jueves, 23 de diciembre de 2010

Escribir

Uno escribe porque algo le jode, porque algo tiene dentro de su mente que quiere expulsar, aunque no sabe realmente qué. Uno escribe para darle sentido a su vida, para ordenar el caos que lleva adentro. Uno escribe para vengarse de la realidad y embellecer su existencia. Uno escribe para no morir, para tener la sensación “ilusoria” que derrota al tiempo y la muerte. Uno escribe porque es una necesidad que nace de la desilusión de la vida. Uno escribe porque admira a un puñado de escritores que escribieron libros que aún te provocan admiración y que quieres imitar (aun cuando suene a una utopía). Uno escribe porque el tiempo pasa raudo y tienes que dejar tu huella, tu marca que indique que pasaste por la vida. Uno escribe a veces sin motivo y solo por una pulsión de la mente y el cuerpo. Uno escribe para vivir aventuras, esas que son tan escasas en la vida diaria. Uno escribe para no enloquecer. Uno escribe por mil razones que nunca llega conocer ni racionalizar. Uno escribe por pasión. Uno escribe por soledad. Uno escribe por soñador. Uno escribe porque te gustaría que cuando mueras, alguien lea algún texto tuyo y lo haga soñar, reír y emocionarse. Uno escribe, finalmente, para darle un sentido a nuestra existencia.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El fantasma de Canterville


Antes de leer “El fantasma de Canterville” de Oscar Wilde, era fan de la hermosa canción de Sui Generis que lleva el mismo título. Ahora que acabo de leer el relato del escritor inglés, me declaro fan de ambos: Oscar Wilde también es un maestro, un capo. El relato es sencillo y divertidísimo. La anécdota es la siguiente: una familia norteamericana llega a Inglaterra y compra una mansión llamada “Canterville Chase”, que perteneció a la familia Canterville y donde habita, según los antiguos inquilinos, el fantasma de Canterville (quien mató a su esposa hace más de tres siglos y que desapareció misteriosamente). A pesar de esto, la familia americana decide comprar la mansión, pues no cree en historias de desaparecidos y menos en fantasmas. Lo gracioso de la historia es cuando el patriarca de la familia Otis se topa con el fantasma; y en vez de asustarse, le ofrece al fantasma su aceite lubricante, para que pueda aceitarse las cadenas que lleva en sus pies y manos. Luego, y poco a poco, vamos viendo cómo el desconcertado con esta y otras situaciones, es el mismo fantasma, quien termina siendo objeto de sustos y burlas de la familia Otis. Al final, sin perder su maravilloso humor, la historia da un giro cuando el fantasma, miedoso y triste, entabla amistad con la hija menor de los Otis.

Luego de leer este relato, me doy cuenta que la literatura tiene varios registros y uno de ellos es el fantástico, ese que rompe con la realidad (o lo que entendemos por realidad), y nos hace maravillarnos y divertirnos con lo inverosímil, lo ilógico, pero que dentro del campo de la ficción adquiere coherencia y verdad. Wilde consigue esto con creces.

http://www.youtube.com/watch?v=uIGleQ-MJU8

domingo, 5 de diciembre de 2010

Poeta en Nueva York


Acabo de terminar de leer Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, y no me ha gustado, no me ha conmovido, no ha tocado alguna fibra de mi ser, como sí lo han hecho, por ejemplo, las hermosas obras de teatro del español. Salvo algunos poemas de Poeta en Nueva York (como “Vuelta de paseo”, “Paisaje de la multitud que vomita”, “Paisaje de la multitud que orina”, “La aurora” y “La vaca”), reconozco o compruebo que no tengo sensibilidad para la alta poesía, esa que de ser tan refinada no llego a comprender y menos a sentir. Y esto no me ha pasado solo con Lorca, sino con innumerables poetas reconocidos como Vallejo. ¿Deberé seguir perseverando en la lectura de poesía o debería contentarme leyendo novelas, cuentos, etc.?