martes, 31 de octubre de 2017

Diario de un profesor (53)

Hace más de seis años, cuando comencé a trabajar de profesor de redacción en un instituto, era el más joven de la plana docente. Tenía poco más de 30 años, pero parecía de menos. La mayoría de docentes eran de 40 años para adelante y vestían de terno o traje sastre. Con los años, comenzaron a llegar profesores de mi edad, pero aún así eran los pocos e, incluso, a veces me confundían como alumno.

Sin embargo, hace un año cambié de trabajo y ahí la plana docente y los tutures de Lenguaje son bien jóvenes. Por ejemplo, ahora encuentro profesores de cinco a doce años menores que yo. Claro, han pasado más de diez años de que empecé a trabajar y el tiempo no pasa en vano. Más aun, los tutores (asistentes de los profesores) son todavía más jovencitos: sus edades promedio fluctúan entre los 24 y los 30 años. Es decir, al costado de ellos, pertenezco a los más "viejos" del grupo. Solo hay unos tres o cuatro tutores mayores que yo. Es así, es la ley de la vida. Solo queda adaptarse y mantener el espíritu joven intacto. En otras palabras, que el cuerpo envejezca, pero no el corazón.

domingo, 15 de octubre de 2017

Cuentos Peruanos (Antología)

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En 1973, durante el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, editorial Peisa publicó -además de un amplio catálogo de obras de escritores e intelectuales del Perú- una antología de Cuentos Peruanos. En mi época de colegial degusté, saboreé algunas antologías de narradores del Perú y siempre he quedado gratamente sorprendido y maravillado por la calidad de estos. Esta vez no ha sido la excepción y he descubierto nuevos autores y he vuelto a releer y comprobar la calidad de otros.

De la lista de dieciséis relatos y trece autores, destacan los siguientes cuentos: 1) "El hipocampo de oro", de Abraham Valdelomar. El relato empieza un poco lento, pero poco a poco va ganando en emoción. El final es hermosísimo y me hizo recordar el desenlace de la película "El quinto elemento", de Luc Besson. 
2) "Cera", de César Vallejo, es un buen cuento. 3) "El amigo Braulio", de Manuel González Prada es una pequeña obra maestra sobre el tema de la envidia. 4) "Los ojos de Lina", de Clemente Palma, y "Calixto Garmendia", de Ciro Alegría, no tienen pierde. Son relatos cautivantes y muy bien escritos. 5) "El trompo", de José Diez Canseco, es otra joyita de la literatura peruana y la prosa de su autor es envidiable. 6) Un autor que me sorprendió por su oficio y calidad es Enrique López Albujar. "El campeón de la muerte" es un muy buen cuento, aunque el final, tal vez, es un poco predecible. Sin embargo, su trabajo con el lenguaje es más que evidente. 7) Otros cuentos que no están tan logrados, pero son de interés y resultan atractivos son "Ushanan Jampi", del mismo López Albujar; "El alfiler", de Ventura García Calderón"; "La familia Pichilín", de Carlos Camino Calderón; e "Historia de un tambor", de Manuel Beingolea.

Por supuesto, en toda antología queda el sinsabor de ciertos autores y relatos ausentes. Por ejemplo, aquí faltan Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, Enrique Congrains, Francisco Izquierdo Ríos. Falta también el relato de alguna escritora peruana (se me vienen a la mente poemas, dramas y novelas, pero no cuentos de narradoras mujeres). Pese a eso, esta antología de Peisa es digna de interés y es un excelente mosaico de la calidad de la narrativa breve en el Perú.
 

miércoles, 11 de octubre de 2017

Diario de un profesor (52)

Siento electricidad en el pecho. Me siento sin aire. Siento un hormigueo en el estómago y una presión en las mandíbulas y en las mejillas. Son los nervios, la ansiedad previos a una clase. Los mismos nervios que sentía cuando tenía una competencia de atletismo en el colegio. Esos nervios que significan que algo me importa y que quiero hacerlo bien. Antes, o hace unos años, pensaba que era un "problema" mío. Pero no. Los mejores deportistas, los top 1, sienten  los mismos nervios que yo antes de una competencia. E incluso, a veces, estos los traicionan. Lo mismo me sucede a mí... Es tan fuerte mi deseo de hacer bien las cosas, que los nervios (expresión del miedo) están ahí latentes, agazapados. No tengo una receta contra ello. Solo respirar profundamente, tratar de tranquilizarme, sonreír, quizá escuchar algo de música, y salir a dar lo mejor de mí, haciéndome amigo de mis nervios y utilizándolos como una energía a mi favor. Gracias a dios, casi siempre todo sale bien. Como hoy, por ejemplo.   

domingo, 8 de octubre de 2017

Promoción 1995

Finalicé el colegio en el año 1995 en una conocida institución católica de Lima. En esa época, la mayoría de escuelas eran de varones o de mujeres, y la excepción eran los colegios mixtos. El mío, por supuesto, era de varones y la promoción estuvo compuesta por cuatro aulas de 45 alumnos cada una. Es decir, 180 estudiantes. 

Hace casi 2 años y medio (en abril del 2015), tuvimos nuestra reunión por los veinte años de haber finalizado el colegio. No voy a negar que asistí con un poco de miedo y reticencia. Sin embargo, el encuentro fue grato y me permitió pasar un buen momento y hacer la paces con compañeros que no eran de mi agrado. En ese entonces, yo y la mayoría teníamos 36 años recién cumplidos, otros ya tenían o se acercaban a los 37, y los más benjamines se estaban despidiendo de los 35. Fue un acontecimiento ver rostros que no veía hacía mucho tiempo. Compañeros que se conservaban bien y mantenían la expresión juvenil, otros que habían engordado notablemente, otros que se estaban quedando calvos o ya mostraban el cabello encanecido, y quienes ya parecían señores. El tiempo había hecho su trabajo. Por supuesto, nadie profundizó en sus vidas; todos, casi sin excepción, nos remitimos a contar las divertidas anécdotas que vivimos de adolescentes, las palomilladas en clase (obviando lo inmaduros e imbéciles que eramos entonces) y nuestros éxitos en la vida. Casi nadie contó, por ejemplo, las mil y un caídas y decepciones que sufrimos en esos años, lo difícil que había sido la vida y nuestros fracasos. Claro, la idea era pasar un buen momento y era obvio que había que mostrar nuestra mejor cara...Tal vez por eso, a pesar de que fue una reunión muy divertida y entrañable, ya no he acudido a otra reunión de la promoción. Los aprecio, pero no me veo repitiendo o escuchando la misma anécdota una y mil veces. La verdad es que ahora todos somos personas diferentes (seguramente para mejor) y salvo esas anécdotas que vivimos, ya no tenemos nada en común.

Este 2017, a través del Facebook, he sido testigo -en los últimos meses- de que varios han cumplido 39 años. En otras palabras, a muchos les falta menos de un año para cumplir 40. Sí, 40 años. ¡Increíble. Cómo se pasa el tiempo! ¿Acaso no era en 1990 que esos chiquillos, nacidos en 1978, tenían 12 años? ¿Cómo es posible que aquellos que en 1998 tenía 20 añitos, el próximo cumplan 40? ¿No fue ayer 1998? ¿Cómo es posible que aquellos  que en el 2010 tenían 32 años, ahora estén a puertas de las cuatro décadas? ¡Alucinante! 

Pero esa es la realidad. En enero próximo, el mayor de la promoción, el palomilla que era el mayor de la promo (y que me llevaba un año y dos meses) va a cumplir 40. Y en los meses siguientes, varios le seguirán los pasos. El tiempo no perdona. A nadie. Las canas van poblando tu cabellera, los pelos te van raleando, el cuerpo empieza a engordar, las primeras arruguitas y lunares van surcando tu rostro y manos. Los jóvenes no sabemos que un día vamos a dejar de ser jóvenes (hasta que pasa). ¡Carpe diem!