jueves, 31 de diciembre de 2015

¡Se acabó el año!

A horas de concluir el 2015. ¡Quién lo diría! Momento propicio para estar con uno mismo y hacer un balance de lo que nos dejó este 2015 en nuestras vidas -en la tuya, en la mía-. Comenzaría diciendo que fue un buen año: crecí un poco como profesional, viajé y conocí la selva de mi país (un sueño que tenía pendiente), no sé sí crecí como persona -en todo caso, mis ideales y sueños se mantienen intactos-, sigo aprendiendo con humildad sobre las mujeres y actualmente salgo con una simpática chica con la cual estamos intentando -a pesar de los obstáculos- tener algo bonito y sincero. Además, finalicé el tercer borrador de mi libro de cuentos; seguí practicando deportes y corrí en 4 competencias de 10 kilómetros; salí a fiestas y bailé -aunque menos que el año pasado-; fui al cine y al teatro buen número de veces; el verano lo aproveché para ir a nadar y correr con un buen amigo; llevé un curso de Oratoria en el CCPUCP; proseguí con este blog, el cual tiene ya 8 años. Sin embargo, creo que dejé de lado un poco la amistad con mis amigos o al menos la descuidé; tengo pendiente publicar aquel libro de cuentos que empecé hace más de 3 años; tengo pendiente independizarme de una vez por todas (llevo más de 2 años aplazando esto). Tengo pendiente comenzar a enseñar en una universidad; tengo pendiente sacar mi título de maestría; tengo pendiente, en suma, dar ese "estirón" indispensable para, por fin, convertirme en un hombre de verdad.

Bienvenido 2016, y espero que este año sea, dios mediante, mejor que el anterior. Y que ante cualquier tropiezo, por más duro que sea, dios me dé la fuerza espiritual para levantarme y seguir adelante!!


lunes, 21 de diciembre de 2015

¡Un año más!

Veloz. Raudo. Inmisericorde. Así es el tiempo. Ese misterio de la naturaleza que no excluye a nadie y del cual somos parte. Ayer fuiste un niño y hoy ya eres una persona adulta que goza de sus últimos años de juventud. ¿Quién diría? Ayer estabas en el colegio y hoy eres un hombre aún joven pero que es consciente que el tiempo pasa para nunca más regresar. Ves en la calle a esos ancianos de más de 70 años y sabes que un día vas a ser como ellos. Ya no los miras con la lástima y la pedantería con que lo hacías a los 20s, sino con ponderación y respeto. Recuerdas que es el destino de la vida y que si bien un día llegarás a esa etapa, lo importante es haber vivido o sentir al menos que estás viviendo. Por ende, el problema no es envejecer sino llegar a la vejez sin haber cumplido gran parte de tus sueños.

Este 2016, cumplen 40 años algunos de tus grandes amigos. No lo puedes creer. Ayer, esos amigos tuyos, compinches de varias aventuras, tenían dieciocho años, y ya pronto estarán llegando a la base 4. ¿En qué momento se pasó el tiempo que no me di cuenta? A ti te faltan poco más de 3 años y sabes que ese lapso de tiempo se pasa volando. ¿Acaso no recuerdas que "ayer" estábamos recibiendo el año 2000 y todo el mundo viajó al Cuzco a recibirlo como si se tratase del fin del universo? ¿Acaso no recuerdas que en los 80´s, cuando eras niño, se veía el año 2000 como algo bien lejano? Sin embargo, en unos días, estaremos recibiendo ya el 2016 y es como si estuviéramos en el futuro... Habrá, por tanto, que arriesgar, vivir al máximo y, de una vez, realizar eso que ya te habías prometido hacía un par de años, y que aún tienes como meta pendiente. Ya es hora de dar el salto y probarte que vas en camino de hacerte un hombre. Es cierto, el miedo siempre estará presente, pero ahora por fin sientes que es el momento, sabes que a pesar de los obstáculos y tropiezos, podrás levantarte y seguir adelante y acercarte poco a poco a tus metas. ¡Es hora de dar el gran salto!

domingo, 6 de diciembre de 2015

Los mejores relatos de Roald Dahl (Antología)

Roald Dahl (1916-1990) nació en el País de Gales y es conocido por sus libros de literatura infantil como Charlie y la fábrica de chocolates (1964), que Tim Burton llevó al cine, y Matilda. Recuerdo que el escritor y docente Jorge Eslava es un fan entusiasta de dicho escritor y sobre todo de su novela Matilda.

Hace más o menos 5 años, compré una antología titulada Los mejores relatos de Roald Dahl (Editorial Alfaguara: serie roja), basada o extraída del libro original The great automatic gammatizator and other stories, y recién hace un mes le di una oportunidad y comencé a leerlo. Pues bien, déjenme decirles que he quedado más que maravillado. El libro, compuesto de 13 relatos, no tiene pierde, pues no hay cuento malo y de los trece, en mi opinión, 10 son excelentes y los 3 restantes son buenos. Además, Roald Dahl demuestra que es un excelente escritor no solo en el ámbito juvenil sino también en el adulto.

Los relatos de Dahl se caracterizan, la mayoría (al menos en esta maravillosa antología) por el componente lúdico, por poner a sus personajes -y al lector- en situaciones insólitas y hasta descabelladas, y por sus finales sorpresivos. Además, hay un afán por divertir al lector, por dejar de lado la escritura solemne; es decir, por hacer de la literatura una experiencia de disfrute, de goce. Por si fuera poco, la prosa de Dahl está bien trabajada, posee un estilo sencillo, directo, pero muy bien elaborado. Sus descripciones de personajes, física y sicológicas, son una maravilla. Y todo eso permite que uno disfrute leyéndolo.

De los trece relatos de la antología, los que más me gustaron -aunque, como ya señalé, todos son buenos- destaco "El abrigo Bixby y el abrigo del coronel", "Hombre del sur", "La patrona", "Placer de clérigo", "El hombre del paraguas", "Jalea real" y "La venganza es mía".

Finalmente, quiero señalar que si tuviera que recomendar a un adolescente un autor para iniciarse en la lectura, sería Roald Dahl. ¡No hay forma de que se aburra! Dahl, en sus cuentos, ha demostrado que lo lúdico, lo divertido pueden ir de la mano con la calidad literaria. Y ojo, no es literatura solo para jóvenes, sino también para adultos que quieran gozar de la experiencia de leer. 





jueves, 26 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (22)

En las tardes, trabajo en una universidad como tutor brindando asesorías de Lenguaje. Llega a mi cubículo un muchacho de 18 años, que ya ha venido otras veces, y lo recibo amable. De pronto, dos muchachos, amigos de él, que no han encontrado tutor disponible, hacen el amago de querer acoplarse a la asesoría que brindo. Mi rostro dibuja una mueca de disgusto que me nace de lo más profundo de mi ser y les señalo: "Por si acaso, solo vamos a revisar la práctica que su amigo me ha traído". Finalmente, uno de ellos se anima a quedarse y yo no puedo dejar de mostrar un gesto de molestia, de incomodidad. Al cabo de un par de minutos, mientras inicio la clase, en el mundo de mis pensamientos, de mi yo interno, me percato de mi mal proceder, me sorprendo de esa faceta que desconocía en mí, y entiendo que no debí actuar así. Por eso, respiro y comienzo a sonreír, a mirar con empatía a esos dos jovencitos que, me doy cuenta, solo quieren que les enseñe lo poco que sé. Y por tanto, comienzo a enseñarles con pasión, esa pasión que desbordaba en mí cuando comencé a enseñar y que hoy palideció por unos cuantos segundos. No importa, esta anécdota me servirá para reflexionar y mejorar.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (21)

Termino de dictar una clase sobre el sumillado (una técnica de lectura). Siento que he realizado una buena y amena clase y algunos alumnos se despiden agradecidos. Sonrío para mis adentros y me siento un buen profesor. De pronto, ya con el salón casi vacío, se me acerca una estudiante y me dice: "Profesor, me puede repetir lo del sumillado. No le he entendido nada. Usted para corriendo". De golpe, siento que aquella alumna me baja de mi nube, como si un  furibundo puñete impactara en mi vientre y me dejara sin aire y totalmente abatido. Alzo la mirada y contemplo su mirada sincera. Tomo una bocanada de aire, como tratando de recuperarme, y pienso: "Nunca hay que creérsela. Nunca".

domingo, 1 de noviembre de 2015

Diario de un profesor (20)

Ingreso a una clase. Es de noche: casi las nueve. He llegado con las justas a tiempo, luego de un tráfico infernal y de correr y subir escaleras para llegar al tercer piso, donde queda el aula. Veo a los estudiantes esperándome y los saludo de manera seca. Reparto rápido las separatas con el rostro adusto. Luego comienzo a tomar lista con voz grave. "Profesor, ¿está amargo?", me pregunta una alumna que se sienta adelante. "¡No!", le contestó rápidamente tratando de suavizar el tono de mi voz. Sin embargo, mientras continúo llamando a los estudiantes, pienso que la alumna tiene razón. ¡Mi lenguaje no verbal es evidente! ¡Estoy de mal humor! Entonces, me doy cuenta que debo dejar los problemas y el cansancio fuera del aula y tratar de sonreír y ser -como siempre lo he pensado- amable y educado. Y dar lo mejor de mí en clase, tal como un artista en una función, ya que el público se merece lo mejor. Por tanto, agradezco dentro de mí a aquella alumna por su comentario oportuno, esbozo mi mejor rostro y me lanzo a dictar como si fuese la primera vez. 

jueves, 29 de octubre de 2015

Diario de un profesor (19)

La semana pasada vi un documental alemán llamado "Mejor es tener nada a tener absolutamente nada" (2010). En el documental, había un hombre de unos 40 años, que había estudiado filosofía, y que laboraba en un colegio de alumnos problema; es decir, alumnos que habían sido retirados de otros colegios y nadie quería recibir. Hubo una frase que dijo que me impactó: "Los dos primeros años no podía dormir por el miedo". Agregó que luego de tres años pudo recién vencer su miedo y aprendió a comprender y lidiar con esos estudiantes a los cuales respetaba y quería.

Aquella frase señala algo fundamental: el miedo es algo normal o natural. Todo profesor, al menos una vez en su vida, ha sentido miedo al lidiar con sus alumnos, miedo de no estar a la altura de las circunstancias, miedo de no tener el carácter, el temple, para llevar a buen puerto a un grupo de muchachos. Lo hermoso de aquella frase es que aquel hombre también da la respuesta o solución: su amor por los alumnos, su fuerte convicción por la enseñanza, y de que ésta puede hacer de ellos mejores personas, lo hizo perseverar, no aflojar, no tirar la toalla.  Aquel hombre no pudo dormir dos años, pero luego, en base a amor y perseverancia, se dio cuenta -eso también él lo dice en el documental- que el truco estaba en saber escuchar a aquellos estudiantes, en ser abierto y sincero con ellos y así se fue ganando su respeto. ¡Qué hermosas palabras de aliento para aquellos que nos dedicamos a este oficio!

sábado, 10 de octubre de 2015

Diario de un profesor (18)

El lunes pasado arranqué un nuevo ciclo en el instituto donde trabajo. Sin embargo, y a diferencia de otros ciclos, y luego de 4 años en la misma institución, siento una falta de motivación. Primero, porque no he terminado de escribir el libro de cuentos que me propuse terminar este año. Segundo, porque no he tenido realmente vacaciones para reponer energías, ya que he estado trabajando en otra institución donde soy nuevo. Tercero, porque mi sueldo es exactamente el mismo al de hace 4 años. Y finalmente, y sobre todo, porque siento el desgaste del paso de los años, a pesar que soy joven.

Hace casi diez años comencé a enseñar, y tras una pausa de 2 años y medio (de setiembre del 2008 a marzo del 2011) en que me dediqué a otras cosas, retomé la enseñanza en marzo del 2011. Es decir, llevo más de 7 años enseñando y 4 años y 7 meses  ininterrumpidos dedicándome  a la docencia. Sin embargo, ahora, más que nunca, siento una pesadez, una modorra de preparar mis clases, cuando en el fondo me gustaría dedicarme a terminar de escribir mi libro de cuentos. Me pregunto: ¿qué hacer en esos casos? ¿Cómo me motivo? ¿Cómo encontrar dentro de la rutina esa magia o pasión que desbordaba cuando comencé a enseñar? ¿Cómo no perder la pasión tal como ocurre con el potro salvaje del cuento de Horacio Quiroga? No lo sé exactamente. Sin embargo, sé que debo dejar todo de mí en cada clase, no ser un profesor mediocre, dar lo mejor de mí a los alumnos. Dar mi vida, tal como mis admirados profesores Óscar Luna Victoria, Eduardo Rada y Antonio Gonzalez. Debo, como un deportista, no dejarme abatir, pelear cada "partido" como si fuese el último, y de pronto, sin darme cuenta, como un acto de magia, encontrar esa luz que habita dentro de mí y que le da sentido a nuestras vidas: la pasión.

jueves, 8 de octubre de 2015

Esperando la noche

Esperando la noche (2015) es la primera novela de la escritora peruana y amiga Nieves Vargas, quien radica en España hace más de diez años. Conocí a Nieves en el año 2002 cuando estudiamos en el Club de Teatro de Lima, institución del fallecido Reynaldo D´Amore. Ese año fue para mí el mejor año de mi vida: por los buenos amigos, por el teatro y la infinidad de obras que fuimos a ver, y sobre todo por la vida bohemia. Leyendo la novela de Nieves Vargas, palpo que, al igual que para mí, ese año dejó una profunda huella en ella.

Esperando la noche es la historia de un grupo de amigos del Club de Teatro que comparten su pasión por las tablas y que viven la noche de manera intensa; pero, por sobre todo, la novela gira alrededor de Terry, una joven de poco más de veinte años, de carácter intenso, voluble y liberal que esconde heridas del pasado que quiere exorcisar. La narradora de la historia es una mujer de 81 años, soltera, que está de viaje por España, y rememora sus años de jueventud, en que perteneció a aquel grupo de jóvenes del Club, y fue gran amiga y confidente de la vida atribulada de Terry.  Así, la narradora nos hace conocer el mundo de Terry, que posee una personalidad compleja y seductora, y que detrás de sus costumbres liberales, esconde, como toda mujer, el anhelo de un hombre que la rescate del vacío que la envuelve.

Personalmente, leyendo la novela, y siendo buen amigo de la autora, no me queda más que reconocer que hubo cosas que me gustaron y otras que pudieron ser mejor. Me gustó la riqueza sicológica de la protagonista, ya que está retratada con matices. Además, la autora hace de Terry un personaje rico y sólido. Me gustó también el retrato que hizo de algunos personajes del Club, como la Acróbata, el divertido y loco Titiritero, y las pinceladas acerca del Coyote, la Abogada, Mundo Pequeño y Mente Sana. También destaco el retrato que hizo del bar Pier´s, con sus infinitas puertas y habitaciones, de la noche, del cigarro, del humo. Asimismo, hay pasajes logrados en cuanto a la prosa, como cuando describe la chacra del abuelo de Terry en Huaral, la escena de amor de Terry con el hombre del cual se llega a enamorar; es decir, hay pasajes de bella prosa.

En cuanto a lo negativo, destaco cierta incoherencia con respecto al tiempo, ya que si la narradora tiene 81 años (es decir, nació en 1934), cómo se explica, en una de las escenas finales, que el abuelo de Terry haya nacido en 1909. Por otro lado, y pese a que la edición del libro está bien hecha en cuanto a la portada, a la calidad del papel y el tipo de letra, he encontrado en el texto varios errores de tildación y sobre todo ausencia de signos de puntuación: comas, punto y seguido, dos puntos y rayas. Creo que con un buen corrector, el texto hubiera resultado mejor.

Pese a lo anterior, es libro me gustó y me conmovió; la autora es una buena y minuciosa observadora de los caracteres de sus personajes y en ocasiones su prosa se lee como un poema lírico. Y por sobre todo, me gustó porque me hizo regresar al pasado y recordar, o volver a vivir, aquel inolvidable año del 2002 en que éramos jóvenes y la amistad era genuina pero efímera ante el paso del tiempo. 


domingo, 4 de octubre de 2015

Contarlo todo

Publicada en el 2013, Contarlo todo, del escritor peruano Jeremías Gamboa (1975) tuvo, antes de aparecer, grandes elogios de nuestro Nobel Mario Vargas Llosa. Esto hizo que su aparición en el mercado editorial, viniera precedida de un gran interés por parte de los lectores y una gran campaña de marketing. Sin embargo, las críticas no le fueron tan favorables: muchos dijeron que era solo una novela regular y no la gran novela que había señalado Vargas Llosa; otros, simplemente la demolieron.

Recién hace una semana y media comencé a leer la novela (que tiene 500 páginas) y la verdad es que me encantó de inicio a fin. Es una de las mejores novelas de aprendizaje que he leído en mi vida y terminé identificándome con el protagonista. ¿Cuál es el argumento? Es la historia dre Gabriel Lisboa, álter ego del autor, un joven humilde, que vive con sus tíos en Santa Anita, que logra gracias a su talento y esfuerzo estudiar Comunicaciones en una importante universidad privada; luego, a partir de los 19,  comienza a practicar en importantes medios impresos (revistas, periódicos) y termina, a los 25, siendo editor de una importante revista de un importante medio. Es ahí que, intempestivamente, renuncia a su cómodo trabajo para cumplir su gran sueño que se ha ido incubando desde que era practicante: ser un escritor.

La novela, asimismo, no es solo la historia de un joven que quiere ser escritor, sino también una novela sobre el proceso creativo (muchas veces esquivo), sobre la amistad (reflejada en El Conciliábulo), sobre los miedos y complejos que nos acompañan, sobre el complejo amor y sobre todo, sobre la búsqueda de uno mismo por saber quién eres y qué quieres en la vida. Lisboa no lo sabe pero poco a poco irá descifrando ese enigma.

Es cierto que Contarlo todo no es Conversación en la Catedral ni La ciudad y los perros, pero es un libro muy bien escrito, bien estructurado, ambicioso en su extensión y en los temas que trata,y sincero y urgente por la verdad o las verdades que nos comunica. Y es por eso, creo yo, que el libro de Gamboa perdurará o vencerá la barrera del tiempo... No hay grandes tecnicismos formales, pero la novela es tan sincera y  está tan bien narrada, que termina impactando y conmoviendo. Finalmente, recomiendo este libro sobre todo a aquellos jóvenes que no saben qué hacer con su vida, o que de repente sueñan con escribir pero el temor les embarga. La novela de Jeremías Gamboa, sin darte una respuesta precisa, te hará sentir acompañado, menos desamparado, tal como un buen amigo. 


domingo, 6 de septiembre de 2015

La distancia que nos separa

El escritor y periodista peruano Renato Cisneros (1976) publicó este año La distancia que nos separa, un libro que trata sobre su padre, el fallecido general El Gaucho Cisneros (1926-1995), quien fue ministro durante los gobiernos de Morales Bermudez y Fernando Belaunde. Con tres poemarios en su haber (se incio como poeta), con dos novelas publicadas (que tuvieron su germen en su blog) y su libro Busco Novia, La distancia que nos separa representa un avance cualitativo notable en la obra de Cisneros. Representa también una obra de madurez. Y no es casual que su autor publique este libro a los 39 años, ya que está dejando la juventud y este libro representa una deuda pendiente consigo mismo, una deuda que tenía que saldar con él y con su padre.

Este libro no se puede calificar en cuanto a género, pero mezcla el reportaje y la biografía con la ficción. Y eso mismo lo señala Cisneros en la parte final del libro: "Una mañana entendí que no quería hacer un perfil [de mi padre] ni una biografía ni un documental; que necesitaba llenar espacios blancos con imaginación porque mi padre también está hecho -o sobre todo está hecho- de aquello que imagino que fue, de aquello que ignoro y que nunca dejará de ser pregunta". Ahora, el libro en sí es una búsqueda, una profunda indagación de Cisneros de aquella figura que lo marcó: su padre. Un hombre tan distante de él, pero a la vez tan parecido que, pese a que falleció cuando Cisneros solo tenía 19 años, dejó una profunda huella en él. Más aún,  ese volver o reconstruir el pásado de su padre o responder esas preguntas que nunca le quedaron claras, representa una manera de cicatrizar o sanar heridas dentro de él. Heridas que parecían cicatrizadas, pero que Cisneros descubre que siempre estuvieron ahí y que se debían a su pasado y a su relación con su padre. El libro también es un homenaje a ese hombre que amó y ,a veces, odió.

La primera parte del libro es brillante, bien escrito, lleno de pasión, de cólera, de sinceridad, como si cada palabra brotara del alma del escritor. Además, es inevitable durante la lectura no asociar esa compleja relación entre padre e hijo con la relación que uno tiene con su padre. O que no te conmuevas por algún pasaje que hace que una lágrima asome por tu rostro. Pero conforme avanza el relato, el libro pierde la potencia del inicio (aunque siempre resulta interesante). Personalmente, siento que a partir del capitulo 7 (el capítulo más largo) -donde se cuenta la trayectoria política del Gaucho Cisneros desde que fue ministro de Morales Bermudez (mediados de los años 70) hasta su frustrada postulación para el Congreso (en 1995)- el libro pierde esa fuerza  de sus primera páginas. Tal vez porque se vuelve un reportaje (muy interesante), pero pierde ese componente ficcional o imaginativo. No estoy seguro. Asimismo, los últimos capítulos, aunque están bien escritos, y la parte final que trata sobre la muerte del Gaucho resulta conmovedora, ya la tensión narrativa no es la misma, pues ya intuyes por dónde va la historia y su desenlace.

Sin embargo, haciendo las sumas  y restas, La distancia que nos separa de Renato Cisneros, es un buen libro, muy bien escrito, que es un homenaje y una indagación a la figura de su padre. Y sobre todo, y de ahí su gran valor, es una aguda reflexión a la compleja relación que cada uno tiene con ese hombre que te dio la vida, y que algún día nos dejará, y del cual somos tan diferentes pero a su vez tan parecidos. 




 

domingo, 30 de agosto de 2015

El coronel no tiene quien le escriba

Publicada en 1961, El coronel no tiene quien le escriba fue la segunda novela de Gabriel García Márquez, luego de La hojarasca (1955). Más tarde, en 1967, saltaría a la fama con la célebre Cien años de soledad. El coronel no tiene quien le escriba es una de las novelas más conocidas del autor y, según Wikipedia, el diario El Mundo la consideró entre las cien mejores novelas en español del siglo XX. Sin embargo, en mi humilde opinión, esta pequeña novela -que no llega a las cien páginas- es solo regular, pero sí muestra el talento de un  joven escritor en ciernes que está consolidando su estilo y que en unos años deslumbrará al mundo con su talento. Es decir, en dicha nouvelle ya se aprecia la calidad literaria del futuro nobel, pero todavía está lejos de la calidad de obras maestras como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera.

El argumento de El coronel no tiene quien le escriba es sencillo: un viejo coronel colombiano retirado, que vive con su mujer en la extrema pobreza, espera hace más de 15 años su pensión de veterano luego de haber participado en la guerra civil. Todos los viernes acude a la oficina de correos, con el fin de recibir esa carta que confirme el otorgamiento de su jubilación. Y esa esperanza, a sus 75 años, es lo que lo mantiene a flote, además del apoyo de su mujer y el gallo que heredó tras la trágica muerte de su único hijo. Lo mejor de la novela es, sin duda, esa recreación de la pobreza en que viven tanto el Coronel como su esposa, que muchas veces no tienen ni qué comer y se aferran a la esperanza de que llegue la dichosa carta. Asimismo,  encierran también sus esperanzas en el gallo, sin embargo están en la disyuntiva de hacerlo pelear o venderlo. No obstante, tienen que darle de comer pero no cuentan con los medios suficientes.

Por otro lado, el personaje del Coronel, junto con el de su esposa, está muy buen delineado y, como indica alguna reseña, uno llega a sentir compasión por aquel. E incluso a identificarse. También se vislumbra en la novela ese estilo que el autor llevará a su cumbre más tarde: "la economía expresiva" y un estilo "más puro y transparente" alejándose del "barroquismo faulkneriano de La hojarasca". Finalmente, hay que indicar que aquí ya se menciona al personaje central de Cien años de soledad: el coronel Aureliano Buendía.

En conclusión, El coronel no tiene quien le escriba es una interesante novela corta de regular calidad, que muestra a un escritor en ciernes que todavía está forjándose y encontrando su estilo, ese que en los próximos años cuajará para regalarnos algunas de las mejores novelas de la lengua española. 

sábado, 22 de agosto de 2015

Mad Men


Gracias a Netflix, en los últimos meses he disfrutado de varias series: The walking dead, The breaking bad, House of cards, Mad men. Todas estas me han gustado, pero la que más he disfrutado y de cierta manera me he identificado (con sus personajes) ha sido Mad Men. Esta serie que duró del 2007 al 2015 (finalizó en mayo), está compuesta de 7 temporadas y retrata la vida en una agencia de publicidad, en Nueva York, durante la década de los años 60. Como se alude en el primer capitulo, y se infiere del título de la serie, en aquella época la gente que se dedicaba a la naciente industria de la publicidad eran conocidos como Mad men (hombres locos), por el tipo de vida que llevaban. Y esto se grafica en la serie, en muchos de sus personajes, pero sobre todo en su protagonista Don Draper (excelentemente interpretado por Jon Hamm). Don es el talentoso director creativo de la agencia Sterling-Cooper, está casado con una bella mujer (Betty) y tiene dos hijos, pero oculta un pasado tortuoso y lleva una doble vida plagada de excesos, que lo llevan a pisar fondo.

Mad Men, además, es no solo un homenaje al mundo de la publicidad, a la que retrata a la perfección en su diversas caras, sino también es un magnífico retrato de las relaciones de oficina entre trabajadores y jefes: las envidias, los enfrentamientos, el trabajo en equipo, las crisis, etc. Asimismo, en un homenaje a los años 60, por lo relevante de esa década en el devenir actual de la humanidad, pero a su vez es una crítica a mucho de lo que se vivió en aquella época: el racismo, el problema del tabaco, la guerra de Vietnam, la homofobia, etc.

Por supuesto, también hay que destacar las excelentes actuaciones que realzan esta serie: además del personaje de Don Draper, está Peggy Olson, una secretaria que viene de un pequeño pueblo a Nueva York, con deseos de triunfar; el joven y ambicioso Pete Campbell; el irreverente Roger Sterling; la insegura y ansiosa Betty Draper; la guapa y eficiente Joan Halloway, etc.

Sin lugar a dudas, hay que ver Mad Men. Es una hermosa serie, que aunque tiene sus bajos en la sexta temporada, vuelve a cobrar vuelo en la última, como queriendo despedirse de su público de la mejor manera. ¡Y vaya que lo logra!

Doce cuentos peregrinos

Gabriel García Márquez (1927-2014) publicó en 1992 su libro Doce cuentos peregrinos. Su cuarto y último libro de cuentos, de una trayectoria en la que predomina la novela (10). Como el título insinúa, los cuentos transcurren en diferentes ciudades del mundo, sobre todo en Europa, y los personajes estan ahí por circunstancias de la vida. Como una vez me lo indicó un amigo, este libro contiene cuentos disímiles, muy variados en temática, pero tienen como único eje común, como ya lo señalé, que sus protagonistas están lejos de su lugar de origen.

Lo primero que quisiera decir al respecto, es que no se puede negar la calidad de la prosa de Gabo en cada uno de sus relatos. Segundo, el escritor colombiano sabe contar una historia, sabe llevar el ritmo, la cadencia de las palabras o frases y así llevar con él al lector. Tercero, crea atmósferas que te sumergen en el mundo de los protagonistas. Sin embargo, Gabo, creador de obras maestras como Cien años de soledad y El amor en los tiempos de cólera, no es infalible y de ahí -en mi humilde opinión- que haya relatos más logrados que otros. Es decir, hay cuentos redondos y otros que se quedaron en el intento. Personalmente me quedo con los relatos "Diecisiete ingleses envenenados" (¡qué capacidad para narrar!), "Sólo vine a hablar por teléfono" y "Buen viaje, señor presidente", el último una suerte de drama-satira sobre un dictador de un país latinoamericano, que pasa sus días de austero destierro en Ginebra. Luego, en un segundo peldaño, cuentos buenos pero que no llegan a ser obras maestras, señalo "La santa" y "El verano feliz de la señora Forbes". Y finalmente otros relatos, muy bien escritos, pero cuyos finales no me resultaron verosímiles: "Espantos de agosto", "El rastro de tu sangre en la nieve" (este último, cuenta la historia de una jovencita recién casada que se hinca el dedo anular con la espina de una rosa y luego comienza a desangrarse gradualmente hasta terminar muerta en plena luna de miel).

En conclusión, haciendo sumas y restas, Doce cuentos peregrinos es un libro muy recomendable y disfrutable, que encierra algunas joyitas. Sin embargo, pienso que, al menos en el género cuento, el gran Gabo no llega al nivel de grandes cuentistas sudamericanos como Horacio Quiroga, Julio Cortázar y Julio Ramón Ribeyro.
 


sábado, 8 de agosto de 2015

El evangelio de la carne



El evangelio de la carne (2013) es una película del director peruano Eduardo Mendoza Echave que, en mi opinión, es una de las mejores cintas peruanas de la los últimos años. La trama gira en torno a 3 historias que se desarrollan en simultáneo y que se entrecruzan al final. La primera historia gira en torno a un policía (interpretado por Giovanni Ciccia) que tiene a su mujer grave (Jimena Lindo)producto de una extraña enfermedad. La segunda, acerca de un hombre sesentón (Ismael Contreras) que, luego de haber estado en la cárcel por haber manejado ebrio y producido la muerte de varias personas, quiere redimirse ingresando a una comunidad de hermanos del Señor de los Milagros y así cargar el anda durante la procesión; sin embargo, a la par, compensando el favor de un amigo que lo ayudó a salir de la cárcel, tiene que trabajar para él falsificando dinero. La tercera historia, finalmente, gira en torno a un veinteañero (Sebastián Monteghirfo) que es líder de la barra de la U, quien ve a su hermano menor ir a la cárcel por un incidente involuntario (pero del que se siente culpable), y busca sacarlo de ahí. Asimismo, dentro de la barra, uno de los miembros cuestionará y retará su liderato.

Una de las cosas que más llama la atención de la película es que se nota el riesgo de su director. Mendoza ha buscado hacer una cinta que cuente una buena historia (historias en este caso) y que el manejo o tratamiento formal (es decir, la parte audiovisual) acompañe o refuerce a la trama. Por ejemplo, los flashbacks que aparecen en varias escenas y que permiten conectar el presente con el pasado. Se me viene a la mente la escena en que el policía regresa a su casa y encuentra a su mujer en babydoll y mientras ella lo encara para que le haga el amor, hay veloces flashbacks que muestran a aquel haciendo el amor con una chiquilla horas antes.

Asimismo, la música crea la atmósfera ideal para esta Lima que se presenta, nuevamente, en estado de descomposición tanto física como moral. Además, las actuaciones de sus protagonistas son convincentes, bien logradas, junto con la de los actores secundarios. Y todo esto permite que Mendoza presente un fresco convincente y algo desperanzador de la Lima del siglo XXI. Esto se vislumbra sobre todo al final, ya que a pesar de que uno de los protagonistas llega a cumplir su sueño de cargar el anda del Señor de los Milagros, el otro (el joven barrista) fallece; mientras que el personaje del policía acude a la procesión del Señor de los Milagros, junto con su esposa moribunda. para que obre un milagro. Siendo el final abierto.

En conclusión, El evangelio de la carne, sin llegar a ser una obra maestra o una película brilllante, es una buena y ambiciosa cinta que muestra a un director arriegado que busca conmovernos, afectarnos con una historia no nos resulte indiferentes. ¡Y vaya que lo logra! 



viernes, 31 de julio de 2015

Diario de un profesor (17)


El cuerpo es una manifestación de nuestro estado emocional. Como profesor, lo palpo con frecuencia, sobre todo cuando siento el estrés, la tensión, los nervios. El ciclo pasado, noté, mientras preparaba una clase, que un temblor involuntario se apoderaba del dedo anular de mi mano izquierda. Solito se desperezaba y se agitaba hacia arriba. Y ese tic se repetía, ante mi asombro e impotencia, cada dos o tres segundos. Por esa misma época, un día frente al espejo, descubrí un temblor similar a la altura de mi entrecejo. Era como un alfiler invisible que te hincaba de adentro hacia fuera. Y tú solo palpabas un puntito de piel trémula. Finalmente, hace un mes, cuando ya me había olvidado de los casos anteriores, sentí, una noche, un hincón diminuto y persistente en un punto de mi rostro. Me dirigí al baño, prendí la luz, acerqué mi rostro al gran espejo y divisé aquel temblor ahora a la altura de mi mentón. Dibujé una media sonrisa y pensé que sin duda esto era consecuencia del estrés, que mañana debía salir a correr y me pregunté cuál sería el próximo lugar en manifestarse.        

Diario de un profesor (16)


Hace una semana ingresé a trabajar a una prestigiosa universidad como tutor en el área de Humanidades. Específicamente, en el área de Lenguaje. El tutor es como un asistente de cátedra que apoya al profesor en sus clases, brinda asesoría a los alumnos en temas de redacción y corrige prácticas. En teoría, si lo hago bien, en el futuro podré ser profesor en dicha universidad, que por cierto es una de mis grandes metas o sueños. A casi 4 años de haber comenzado a enseñar en el Instituto en el que actualmente laboro, ya sentía que era el momento de dar el paso, de avanzar, de seguir creciendo. Y la oportunidad apareció de la forma más inesperada. Un nuevo compañero de trabajo, con el que conversaba muy de vez en cuando y con el que ni siquiera tenía mucha afinidad, me pasó la voz acerca de la convocatoria. Pasé las pruebas y ahora me encuentro en este nuevo “territorio”… Justo ahora que escribo esto, recuerdo todo el camino recorrido: la primera vez que enseñé (muerto de miedo) casi diez años atrás, en el Icpna; los talleres de oratoria que impartí durante dos años y medio a niños y adolescentes; el taller de redacción que ofrecí durante cuatro meses en un instituto llamada ArtEstudio 13; mi labor como asistente de Cátedra (no remunerado) con el profesor González en la Universidad de Lima; las decenas de veces que postulé sin éxito a colegios, academias, institutos y universidades; mi labor como profesor de Razonamiento Verbal, durante dos años (en niveles secundario y preuniversitario) en Trilce, donde ganaba una miseria pero fui feliz; aquella vez que me inscribí en la Universidad Cayetano Heredia para estudiar la carrera de Educación (y que terminé hace poco más de un año); mi ingreso al Intituto hace casi cuatro años y las mil anécdotas que guardo en todo este tiempo de labor docente. ¡En octubre o noviembre de este año, se cumplirán 10 años de la primera vez que enseñé! Y ahora que he ingresado a dicha universidad, siento que he recorrido, tal como un deportista, un largo camino (pero que ni siquiera estoy en la mitad), y que depende de mi esfuerzo y disciplina llegar lo más lejos que pueda. Y así, tal vez algún día, llegar -como el profesor González - a tener treinta años o más como docente, pero manteniendo intacta, en la mirada, la llama de la pasión.

lunes, 27 de julio de 2015

Motivación 360°

Durante mucho tiempo fui reacio a leer libros de autoayuda o superación personal. En la época de la universidad, estaba mal visto leer ese tipo de literatura, sumado a estos los libros de Paulo Coelho, Sergio Bambarén, etc. Con los años y la madurez, uno se percata que ese sesgo se debía a simples prejuicios basados en una supuesta rebeldía o en un afán insulso de refinamiento cultural.

Pues bien, hace como 5 o 4 años, leí el libro del peruano David Fischman "El camino del líder" y me gustó. Me pareció un libro bien escrito y que te permitía reflexionar sobre aspectos de tu desarollo personal. Luego leí "El secreto de las siete semillas" (su obra más redonda) y "El éxito es una decisión". Y tuve la misma opinión que con el primero. Es cierto, son libros de superación personal, pero eso no quita que están bien hechos, que tienen sustancia y están escritos en una prosa sencilla pero bien trabajada.

Ahora acabo de terminar de leer "Motivación 360°" (2004), escrito en colaboración con Lenna Matos, y me parece una obra interesante, didáctica, útil para cualquier profesional o persona, que quiere motivarse o motivar a los demás en su vida personal y laboral. Además, la edición, las ilustraciones, las fuentes bibliográficas y el tipo de papel contribuyen a la calidad del libro. Entre las ideas más interesantes encuentro las siguientes:

-Es más importante la motivación intrínseca que la motivación extrínseca.
-A veces es necesario utilizar la motivación extrínseca, pero no hay que abusar de ella y hay que saber cuándo utilizarla, porque puedes disminuir la motivación intrínseca.
-La manera de que un trabajador o un alumno llegue a la motivación intrínseca, es crear un clima adecuado en el trabajo o en el aula en el que le demos autonomía y se sienta escuchado. Pero también que haya normas o reglas que se comprometa a respetar, planteando sus sugerencias.
-Uno de los más importantes motivadores es el reconocimiento; es decir, reconocer el trabajo, el esfuerzo de nuestros trabajadores o alumnos.
-Hay que cultivar la autonomía en nuestros hijos, trabajadores, alumnos. No tenerlos controlados, limitados. Darles espacios de opinión, de acción, sin caer en el libertinaje o ausencia de reglas.
-Si uno cree que es bueno en algo, está mas motivado que otro que no lo cree.
-Se puede motivar diciéndole a alguien, de manera sincera, que es bueno en algo.
-No es lo mismo motivación que satisfacción. Por ejemplo, tu trabajo te motiva, pero si no cuentas con un salario adecuado, eso te genera insatisfacción.
-Algo que genera motivación es prestarle atención a las personas (y no tanto a las metas) y que se sientan valoradas y respetadas. Y eso se aplica a uno mismo.

lunes, 29 de junio de 2015

Un día nuevo (Líbido)


"Un día nuevo" es el quinto y último álbum de estudio que lanzó el grupo peruano Líbido en el 2009. En estas dos semanas he estado escuchándolo una y otra vez, a través de Spotify, y me parece un excelente disco, tal vez el mejor de todos los que ha editado. No hay canción mala en el álbum, todas son buenas. Uno lo escucha y se palpa madurez músical, madurez interpretativa (de parte de su vocalista Salim) y riesgo en su propuesta. Es pop del bueno, un pop potente, rockero, que no les impide jugar, probar con otros ritmos e idiomas. Aquí todos los integrantes colaboran en las composiciones y hacen un trabajo admirable. "Enloquece" es un buen intro al disco, con una guitarra y unos coros potentes y una buena interpretación de Salim; siguen las buenas "Un día nuevo", "Nadie sabe lo que vendrá" (que fue uno de los singles que tuvo mayor rotación en MTV), "Malvada". Destacan además "Octubre", "El cielo apunta abajo", "Amor anestesiado", etc.

Este disco, de 13 canciones y 45 minutos de duración, no defrauda, al contrario supera las expectativas y pone a Líbido como unas de las bandas más importantes de la escena local. Lástima que la banda de entonces se haya después desintegrado y ahora solo queden dos miembros del grupo original. No importa, ahí están sus discos para quien quiera escucharlos. ¡Líbido es mejor grupo de lo que parece!

https://www.youtube.com/watch?v=cBihdIcEX78&list=PLECB9AC3870B78032

jueves, 18 de junio de 2015

Diario de un profesor (15)

Me dedico a la docencia, pero nunca me olvido que entre los 13 y los 22 años fui un VAGO que no estudiaba nada y que pasaba con notas mediocres. Recién a los 23 me volvieron las ganas de estudiar y recuperar el tiempo perdido. Por eso ahora, cuando me topo con un alumno flojo, me veo reflejado en él y pienso que nunca es tarde para enmendar el rumbo!

miércoles, 17 de junio de 2015

House of cards

 
Llegué a la serie "House of cards" de Netflix porque me la recomendó mi hermano y escuché a la periodista Rosa María Palacios decir que la veía. Además su protagonista era Kevin Spacey, el que protagonizó y ganó el Oscar a mejor actor por Belleza americana, allá por el año 2000.

Viéndola noté que la coprotagónica era la guapa Robin Wright, conocida por ser Jeny en Forrest Gump. Asimismo, el director de las primeros capítulos era David Fincher, también productor, quien dirigió Red social en el 2010. Con todos estos antecedentes, la serie prometía y vaya que cumplió con las expectativas.

La trama gira en torno al congresista demócrata estadounidense Francis Underwood, quien apoyado por su esposa Claire, quiere llegar a la Presidencia a como de lugar. En la primera temporada (actualmente ya culminó la tercera y se ha anunciado la cuarta para el 2016) vemos como el inescrupuloso y experto manipulador Underwood -magistralmente interpretado por Spacey- va creando intrigas para deshacerse de sus rivales y llegar a escalar. Primero como vicepresidente y más tarde, en la segunda temporada, como Presidente. El papel de su esposa Claire -también excelentemente representada por la guapísima Robin Wright- es vital para que aquel cumpla sus propósitos, ya que al igual que él están hechos con la misma arcilla: ambiciosos, brillantes, carismáticos, excelentes mentirosos. Ese cigarillo que se fuman juntos al final de la jornada, en su hogar, representa muy bien el equipo que son. Aunque en la tercera temporada, ya él como Presidente, la relación se resquebrajará vertiginosamente y ella terminará abandonándolo.

Lo interesante de House of Cards, además de sus brillantes actuaciones (hasta los papeles secundarios están muy bien interpretados, es el caso de Doug Stamper, brazo derecho de Underwood; Zoe Barnes, reportera del Washington Herald; Remi, un abogado lobista, etc.), es que refleja los entretelones de la política, el juego de intrigas y manipulaciones que se esconde tras los bastidores del poder. Claro, hay un poco de aderezamiento, de exageración. Por ejemplo, que Underwood asesine a dos o tres de sus rivales políticos para así llegar a la Presidencia. Pero aún así, la serie es brillante, sobre todo las dos primeras temporadas que culminan con la llegada a la presidencia de Underwood. La tercera temporada no es tan buena, pero no deja de ser interesante. Hay capítulos algo densos sobre conflictos internacionales, pero con todo eso House of Cards es una muy buena serie que vale la pena ser vista. 

domingo, 14 de junio de 2015

Mi corbata (Manuel Beingolea)

Me la regaló Marta, una provinciana a quien seduje con mi aplomo y mis modales de limeño. Estaba hecha de un retazo de seda rosa, oriundo quizá, de algún vestido en receso, y sobre ella la donante había bordado con puntadas gordas e ingenuas multitud de florecillas azules, que no pude reconocer si eran miosotis. Me la envió encerrada en una caja de jabón Windsor, que olía muy bien.

Yo por aquel tiempo era un pobrete que me comía los codos y andaba de Ceca en Meca, galopando tras un empleo en alguna oficina del Estado. Ser amanuense era entonces mi mayor ambición. Cincuenta soles de sueldo eran para mí, inestimable tesoro, que solo muy escasos mortales podían poseer. ¡Oh, cincuenta soles de sueldo! ¡Con esa suma asegurada hubiera yo doblado el cabo de la felicidad! ¿Qué cómo? Cuando se es amado, a pesar de ser pobre, una gran confianza en el porvenir nos alienta. Y la dulce serranita me amaba. Muchos pretendientes había despachado por mi causa. Felices horteras endomingados que le hacían la rueda, mientras le vendían media vara de surah o un corte de indiana. Así como así, eran mejores que yo los tales horteras desde el punto de vista matrimonial. Tenían regulares sueldos y lo que ellos llamaban las rebuscas, cosa que, probablemente yo, me moriría sin conocer. Pero Marta los mandaba a paseo sin escucharlos siquiera. Solo yo era el preferido. Quizá me encontraba distinto también a los jóvenes de su tierra, sentimentales y turbulentos. A mí no me disgustaba la muchacha. Tenía bonito pelo, ojos tiernos y tocaba en el piano “Al pie del Misti” con bastante sentimiento ¿Con ella y mis 50 soles hubiera sido feliz! Lo único que parecía apenarla era mi poca fe. Mi carencia de religión.

- ¿Creen usted en Dios? – me preguntaba a menudo.
- Naturalmente – le respondía yo.
- No es bastante, es preciso cumplir con la Iglesia, es preciso creer.
     La verdad es que yo no creía sino en mi pobreza. Solo se cree en Dios a partir de cincuenta soles de sueldo.
Un día fui invitado sin saber cómo a una reunión. Figuraos mi alborozo cuando recibí la siguiente esquela:
“Grimanesa de Bocardo e hijas, tienen el honor de invitar a usted a su casa, Aumente 341, a tomar una taza de té la noche del martes.”
Y en el reverso: “Señor Idiáquez”. ¡Canastos! ¡Una taza de té! Yo que ni siquiera había comido seriamente aquel día.
Me pareció recibir una invitación celestial y me preguntaba si los filetes de oro de la esquelita no serían una insignia angélica. Bocardo … Bocardo. Nombre sonoro. ¡Qué diablo! Nombre perteneciente sin duda a algún abogado de nota de esos que llevan siempre como cola esta frase: “Lumbrera del foro peruano”. Nombre que quizá hace y deshace de millones de empleos de cincuenta soles.

Me emperejilé lo mejor que pude, con un chaquet de diagonal ribeteado con trencilla , unos pantalones de esa tela a cuadritos que parece un trazado para jugar al “León y las ovejas”; un chaleco despampanante, escotado hasta el ombligo, dejando al descubierto la dudosa pechera de mi única camisa formal, donde figuraba un grueso botón de doublé y un sombrero hongo de copa no más alta que la cáscara de nuez, de esos que puso en moda en Lima el ya olvidado actor Perrín. Y, en medio de todo esto, resplandeciente como un astro de primera magnitud, mi famosa corbata. Famosa sí. ¡Voto al chápiro!

La casa de Aumente n° 341 era un majestuoso prodigio de simetría. Constaba de dos ventanas de reja, una a cada lado de la puerta, dos balcones, uno sobre cada ventana. Adentro, dos departamentos, uno a cada lado del zaguán. En el fondo, una mampara de vidrieras con una ventana a cada lado. Todo allí parecía en equilibrio, repartido a ambos lados de alguna cosa, como hecho ex profeso para demostrar la ley de compensaciones. Entré. Alguien tocaba un vals al piano cuyos fragmentos se escuchaban entre un sordo murmullo. Dejé mi sombrero en una salita y penetré en el salón. Multitud de parejas bailaban atropellándose. Grupos animados conversaban en los rincones, en el hueco de las ventanas; algunos jóvenes se paseaban solos, con las manos entre los bolsillos. Vi, asimismo, niñas a quienes nadie sacaba a danzar, bien por negligencia o por ignorancia del baile. Yo hubiera querido ponerme a las órdenes de la dueña de casa, como se estila en semejantes ocasiones, pero – la verdad- sentí embarazo. No me atreví a preguntar dónde se la podía encontrar. Una linda morena vestida de color malva, sentada en el extremo de un sofá, me cautivó desde el primer instante. Resolví bailar con ella. Cuando se lo propuse pareció sorprendida y me miró de arriba a abajo. Sin embargo, me dijo con amabilidad exquisita:

- Tengo ya compromiso, caballero.
Yo me senté a su lado sin saber que decirle al pronto. Me concreté a olerla. Y que bien olía. ¡Voto al chápiro! ¡Qué pobre me pareció Marta con su jabón de Windsor! Esta, en cambio, embriagaba. De su seno elevado y palpitante se escapaban oleadas que me desvanecían. Indudablemente la dicha debía oler a eso. Empezaba a dirigirle la palabra, cuando un joven se acercó, le dio el brazo y desapareció dejándome lelo. Entonces me juzgué en la obligación de sacar a una esbelta rubia que mordía nerviosamente el extremo de su abanico. Mirome de hito en hito y me dijo secamente: “Estoy cansada”. Luego creí oportuno dirigirme a otra señorita, la cual me dijo con marcado desdén, lo mismo. Volví a la carga con otra que también me despachó fulminándome con una mirada despreciativa. Recorrí las restantes, a las que acababan de bailar y a las que no habían bailado aún y todas me petrificaban con aquel terrible y descortés: “Estoy cansada”. ¡Y lo mejor es que salían con el primero que se les presentaba! Empecé a amoscarme. Me pareció notar que algo chocarrero, existente en mí, me hacía acreedor al desprecio. Entonces sin saber qué partido tomar, rogué a un joven que discurría por allí, y que me infundió confianza (hay rostros así que infunden confianza), que me explicara el caso. Mirome con impertinencia y me dijo: “Tiene usted una corbata imposible. Lo mejor que puede usted hacer es largarse joven”. ¡Corbata imposible! Y me fijé en la de él. En efecto, era una hermosa corbata color de vino, hecha de mano maestra, atravesada por un alfiler de oro.

Salí avergonzado, sin despedirme. ¿De quién me iba a despedir? Tal como había entrado. Nunca he comprendido por qué me invitaron a aquella casa. Quizá por equivocación.
Como es de suponerse, la sangre me hervía. Hubiera deseado aporrear, abofetear, pisotear a alguien. Maquinaba venganza terrible contra la para mí desconocida señora Bocardo. Hubiera deseado decirla: “Venga usted para acá, grandísima tía, ¿con qué objeto me invita a su cochina taza de té, que ni siquiera he bebido?”. Y en cuanto a Marta, la muy serrana, ya podía esperarme sentada. ¡Qué ridícula me pareció su corbata! Una corbata que no servía ni para ahorcarse. Que fuera allá con sus horteras. Lo que es yo… ¡Que si quieres!

Desde aquel día se presentó en mi mente un mundo elegante y seductor, desconocido hasta entonces. Comprendí que en la vida había algo mejor que empleos de cincuenta soles. Me harté de las perrerías de mi existencia, de las monsergas de mi patrona, de las comidas del restaurante a diez centavos el plato, esas infames comidas con sabor a chamusquina. ¡Ah, qué mundo tan perro! ¡Qué indecencia! ¡Había que salir de él a todo trance, como pudiera, sin reparar en los medios!

Por lo pronto era menester vestir elegante y usar corbatas atravesadas por un alfiler de oro. Haciendo acopio de todo el aplomo que me quedaba, me lancé donde el mejor sastre de Lima. Me hice confeccionar un traje de chaquet, según la última moda. Di las señas de mi patrona, a quien anticipadamente anuncié un supuesto destino en la aduana con sueldo fabuloso y esperé los acontecimientos. Mi patrona era viuda de un coronel, cuyo retrato al óleo, obra del pintor Palas, se exhibía en el salón amueblado con buen gusto. ¡Cuán distinto del cuarto que me alquilaba en el interior, donde apenas cabía una cama de dobleces! ¡La rogué, poniéndome grave, que recibiera la ropa que había mandado hacer por cuenta del Ministerio de Hacienda. Cuando oyó “Ministerio de Hacienda” abrió cada ojo la señora … ¡Voto al chápiro! ¡Jamás he mentido con tal aplomo!
-¿Supongo que me pagará usted lo atrasado? –me dijo con júbilo.
- Con creces, mi querida señora, con creces – le respondí yo, echándome atrás.
El mejor sastre de Lima no tuvo inconveniente en dejar el traje en el salón de una señora donde se exhibía un retrato tan prócer. Cuando la criada le dijo: “El joven ha salido”, hizo la mar de reverencia.

¡Oh! No había para qué molestarse, mandaría la cuenta, ¡bah! Apenas le vi torcer la esquina, me colé a la casa de mi patrona. Ya estaba allí mi traje extendido sobre un sofá. ¡Oh, qué maravilla de traje! Figuraos un chaquet redondeado correctamente, con una gracia mundana singular, una hilera de botones forrados en tela, unas solapas bien alisadas, con poca hombrera. Una chaquet digno de Ministro de Hacienda. Corrí a mi tugurio, lo dejé sobre mi camastro y volví donde mi patrona desolado…

-¿Qué necesita usted? – me dijo ésta, con todo cariño.
- ¡Ah, señora, usted sabe! Mi sueldo no lo recibiré hasta fin de mes … ¡necesito ahora cien soles para ciertos gastos! …
- Con el mayor gusto, Idiáquez – respondiome- Solo le voy a pedir un favor: si usted puede colocar a mi hijo en su oficina… no es porque necesite nada, mientras yo viva… ¡usted sabe! … ¡pero! ¡Es tan bonito estar en Aduana!.
Le ofrecí destinar a toda su familia. Entonces me dijo: “¿Gusta usted doscientos?”. Puse una cara de banquero que teme comprometerse, y por fin la dije: “¡Bueno, vengan”!.

Si me hubierais visto volver una hora después, en un coche cargado de camisas, sombreros, pares de botas, bastones y cajas de estupendas y lujosísimas corbatas…Pero prefiero mostrarme en Mercaderes, con mi chaquet, exhibiendo una corbata modelo, atravesada por un alfiler de oro, y con una espejeante chistera. Me calcé los guantes color patito, me puse el pantalón bien planchado, cayendo sobre unos escarpines que, a su vez, caían sobre dos botas de charol, flamantes. Ninguna mujer me pareció bastante bonita. Ninguna tienda bastante abastecida. Ninguna corbata bastante lujosa. La calle de Mercaderes fue para mí un estrecho sitio donde no cabía mi persona. Hombres y mujeres me miraban fija y tenazmente, con envidia aquéllos, con complacencia éstas. De pronto, al salir de Guillón, encontré a la morena del baile, magníficamente ataviada, irresistible, encantadora. Estaba vestida de claro y llevaba en la mano multitud de paquetitos. Me miró con una de aquellas miradas con que las mujeres suelen decir “me gustas”. La seguí. Iba en compañía de una criada, de una persona de esas en quienes no se repara jamás. Ella volvió la cara sonriente. Parecía que quisiera decirme: “Atrévete”. Yo me acerqué, y después de saludarla correctamente la deslicé al oído todas aquellas frases que son del caso: “¿Tan temprano de paseo?”. “¡Con razón la mañana está tan hermosa!”. “¿Qué le parece a usted el calor?”. Contestome con amabilidad inusitada. Hízome recuerdos del baile donde “nos divertimos tanto” y luego me rogó que fuera a su casa, donde sus padres tendrían gran gusto recibiéndome.
 

Me enamoré terriblemente de la señorita en cuestión. Acudí a su casa, donde fui tratado con grandes agasajos. La despatarré con una docena de corbatas hábilmente combinadas. La pedí en matrimonio y a los cuatro meses me casaba con ella entrando en posesión de una fortuna respetable. ¡Al demontre las perrerías!

Hoy soy padre de una hermosa familia que da bailes a los que concurren las mejores corbatas de Lima. Poseo casas en la capital. Una hacienda en las afueras. Quintas en el campo. Minas en Casapalca. Voy jueves y domingo al Paseo Colón en un elegante carruaje, y he hecho varios viajes a Europa. Mi mujer no contenta con hacerme rico, ha querido hacerme célebre: gracias a ella he sido diputado, senador y … lo demás. Todo sin más esfuerzo que un cambio de corbata.
      

Pero he aquí entre nos, os confesaré que no soy feliz. Mi mujer es cariñosa, es cierto. ¡Me anuda cada corbata! Pero me parece que piensa más en sus trajes que en su marido. Mis hijos también piensan más en sus caballos que en su padre. Yo me he vuelto ambicioso y pienso más en la “cosa pública” que en mi mujer y en mis hijos. Más feliz hubiera sido con mi arequipeñita. ¡Oh! Esa que me quería arrancado y por mí mismo. Con ella y mis cincuenta soles hubiera vivido ignorado, sin ambiciones que me consumen, ni desengaños que me torturan. ¿Qué habrá sido de ella? A veces, cuando estoy muy triste, saco del fondo de mi gaveta la corbata que me regaló y me enternezco recordando a Marta y aspirando ese olor ya desvanecido del jabón Windsor. Decididamente la verdadera dicha debe oler a jabón Windsor. 
                                                                                         Manuel Beingolea (Perú, 1875-1953)

jueves, 21 de mayo de 2015

Lucía, de Rafo Ráez y los Paranoias


Lucía (2014) es el último disco de Rafo Ráez y Los Paranoias. Está compuesto solo por 6 temas y tiene una duración de  casi 20 minutos. ¿Por qué un disco tan breve? ¿Por mantener una unidad? ¿Por calidad estética? ¿Por mantener el ritmo de producción? Nos ponemos a escuchar el disco pensando que a veces menos es más. Que de repente son pocas canciones, pero tal vez tan buenas que no se necesita más. Sin embargo, “Lucía” es solo un disco regular que tiene como principal logro el afán experimental de Rafo Ráez por seguir probando, innovando y no repetirse. Y sí, Rafo Ráez y Los Paranoias no se repiten, crean canciones, melodías irrepetibles, disímiles, pero que, en su mayoría, y a diferencia de otros discos, no conmueven o no lleguen a la fibra más íntima del oyente. Eso me ocurre con “Detector de mentiras” y “Pluma de cóndor”. “Ella quería ser astronauta” y “Lucía, en una sequía de amabilidad” son canciones superiores a las anteriores, pero tampoco me llegan a conmover del todo, solo tienen breves chispazos. La mejor canción del disco es “María Ramos”. Aquí sí se percibe al mejor Rafo Ráez, ese que perpetró himnos como “Pelícano”, “El hombre que quería ser árbol”, “Artificial de noche”, “Camisa”, “Tronador”, “Rocinante en el hipódromo”, etc. El disco se cierra con “Tras 1000 horas”, una canción con una buena melodía, pero que tampoco llega a despegar del todo.

Para quienes somos admiradores de Rafo Ráez, nos preguntamos si estará atravesando un momento de sequía creativa. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Rafo y su grupo volverá pronto a la carga y estamos seguros que nos seguirá regalando joyitas musicales como las que le conocemos.  Una de ellas, por ejemplo, “Tronador”, de su disco El loco y la sucia, que ayer escuché en una versión de un grupo llamado “Las amigas de nadie”.