sábado, 31 de diciembre de 2016

Fin de año (2016)

En poco menos de 4 horas, se acaba un año más. El 2016. Qué rápido avanza el tiempo. Horas previas uno reflexiona, cavila, en soledad, sobre cómo nos fue en este año. Como todo en la vida, hubo momentos buenos y momentos malos. Pero lo importante es que los sueños y las esperanzas se mantienen incólumes. Aún sigues siendo ese adolescente soñador que en el colegio pensabas en cosas imposibles. Si algo voy a recordar de este 2016 va a ser mis viaje a Brasil (Río de Janeiro) para ver las Olimpiadas (sueño cumplido), y mi viaje a Apurimac y el Cuzco (qué hermoso es el Perú). También voy a recordar que dejé durante 6 meses uno de mis trabajos para abocarme a terminar de escribir un libro que ya tengo casi culminado y solo me falta ultimar detallles. Voy a evocar todos esos días que me encerraba en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, y en mi pequeña y fiel laptop apretaba las teclas con furia para escribir esas historias sobre chicas y amores frustrados que me tocó vivir.

Asimismo, voy a recordar la historia me tocó vivir con una chica y que culminó los primeros meses del año. Y sin embargo, hasta el día de hoy su imagen me persigue. Hay mujeres que olvidas pronto, pero ella me ha dejado una profunda huella. Con ella entendí esa frase de la canción La distancia, de Doménico Modugno: "La distancia es como el viento: apaga esos fuegos pequeños y enciende aquellos grandes". Y si no hice más por ella, fue, más que por temor o miedo a salir dañado, porque no estaba seguro de que fuera una buena chica. Era bella, inteligente, pero sentía que le faltaba corazón o nobleza. Ella me decía que era mala, fría, que "la conociera antes de que me arrepienta", pero también me soltó frases como "no soy un demonio", "no soy tan mala persona como crees". Me hubiera gustado entenderla o aguantarla, pero al final, ya ni siquiera, accedió a conversar, por más que se lo propuse varias veces.

Finalmente, en lo profesional bajé el ritmo por lo de mi libro, pero continué haciendo mi trabajo lo mejor que pude. Es un mundo el oficio de la docencia y el arte de liderar adolescentes y jóvenes. También salí a bailar algunas veces (no tantas como en años anteriores), hice deporte en el verano y corrí varias carreras de 10 kilómetros (bajé mi marca del año pasado por más de 2 minutos), fui al teatro un par de veces, fui a un concierto de Rafo Ráez, sali con algunas chicas aunque el amor me sigue siendo una materia esquiva, vi varias películas, no escuché tantos discos, leí y aprendí algo de portugués gracias a mi viaje a Brasil, me hice un tatuaje en el antebrazo... Y bueno, sigo aprendiendo con humildad y espero, con la ayuda de Dios, que este 2017 sea un mejor año que el anterior. Soy consciente que son mis últimos años de juventud, asi que debo arriesgar y aprovecharlos.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Mi hombre (cuento de Rosa Montero)

Mi hombre
Me he casado con un descuartizador de aguacates. Ya comprenderán que mi matrimonio es un fracaso. Cuando conocí a mi marido yo tenía diecinueve años. Por entonces estaba convencida de que el día más hermoso en la vida de una muchacha era el día de su boda, y cada vez que veía una novia me ponía a moquear de emoción como una tonta. Ahora tengo cuarenta y tres años y no me divorcio porque me da miedo vivir sola.   

Él es un hombre muy bueno. Es decir, no me pega, no se gasta nuestros sueldos en el juego, no apedrea a los gatos callejeros. Por lo demás, es de un egoísmo insoportable. Viene de la oficina y se tumba en el sofá delante de la tele. Yo también vengo de mi oficina, pero llego a casa dos horas más tarde y cargada como una mula con la compra del hiper. Que me ayudes, le digo. Que ahora voy, responde. Nunca dice que no directamente. Pero yo termino de subir todas las bolsas y él no ha meneado aún el culo del asiento. Voy a la sala, le grito, le insulto, manoteo en el aire, me rompo una uña. Él ni se inmuta. Entonces me siento en una silla de la cocina y me pongo a llorar. Al ratito aparece él, en calcetines. "¿Qué hay de cena?", pregunta con su voz más inocente. Hago acopio de aire para soltarle una parrafada venenosa, pero él me intercepta con una habilidad nacida de años de práctica: “Ya sé, te voy a preparar una ensalada que te vas a chupar los dedos", exclama con cara de pillín. Esa ensalada de aguacates y nueces y manzana que tanto le gusta. Así que yo me amanso porque soy idiota y, aunque refunfuñando, le ayudo a sacar los platos, la fruta, los cuchillos, y le ato a la espalda el delantal mientras él mantiene los brazos pomposamente estirados ante sí como si fuera un cirujano a punto de realizar una operación magistral a corazón abierto.

Entonces él empieza a pelar los aguacates y yo, por hacer algo, lavo y corto la lechuga, pico la cebolla, casco y parto las nueces, convierto dos manzanas en pequeños cubitos. Le miro por el rabillo del ojo y él sigue pelando. De modo que saco las patatas, las mondo, las lavo, las corto finitas, que es como a él le gustan; cojo la sartén, echo el aceite, enciendo el fuego, frío primero las patatas bien doradas y luego hago también un par de huevos. El aceite chisporrotea y salta, y, como no tengo puesto el delantal, me mancho de grasa la pechera de la blusa. Le miro: él continúa impertérrito, manipulando morosamente su aguacate. Tan torpe, tan lento y tan inútil que más que cortar el fruto se diría que está haciéndole una meticulosa autopsia. "No sirves para nada", le gruño. Y él me mira con cara de dignidad ofendida. "¡Y encima no me mires así", chillo exasperada. Él frunce el ceño y se desanuda el delantal con parsimonia. Después se va a la sala y se deja caer en el sofá, frente al televisor, mientras se chupa el pringoso verdín que el aguacate ha dejado en sus dedos. Yo sé que ahora pondré la mesa como todas las noches y cenaremos sin decirnos nada.


Lo más terrible es que, en nuestro fracaso como pareja, apenas si hay batallas de mayor envergadura que estos sórdidos conflictos domésticos. Y no es que me importe mucho hacerme cargo de las labores de la casa. No me gustan, pero si hay que hacerlas, pues se hacen. No, lo que me amarga la vida es su presencia. Porque me encanta cocinar para mi hija, por ejemplo, aunque, por desgracia, viene muy poco a vernos; pero servirle a él me desespera. Será que le odio. Hay momentos en Ios que no soporto ni su manera de abrir el periódico: estira los brazos y sacude el diario delante de sí, antes de darle la vuelta a la hoja, como quien orea una pieza de tela. Hace muchos años ya que, si no es para discutir, apenas si hablamos.

No siempre fue así. Al principio todo era distinto. Él estudiaba dibujo lineal por las noches. Y soñaba con hacerse arquitecto. Quería ser alguien. Es más, yo creía que él era alguien. Pero nunca se atrevió a dejar la gestoría. No sé cuándo le perdí la confianza, pero sé que me decepcionó hace ya mucho. No era ni más listo ni más trabajador ni más capaz que yo. Tampoco era más fuerte, me refiero a más fuerte por dentro; por ejemplo, no me sirvió de nada cuando creímos que la niña tenía la meningitis. Y yo, para estar enamorada, necesito admirar al que ha de ser mi hombre. Me has decepcionado, le he dicho muchas veces. Y él se calla y se pone a orear el periódico.

Claro que quizá yo también he cambiado. Antes la vida me parecía un lugar lleno de aventuras, y por las noches, mientras me dormía, la cabeza se me llenaba de imágenes felices: nosotros dos con nuestra hija pequeña, envidiados por todos; él trabajando en un estudio de arquitectura y envidiado por todos; nosotros dos viajando en avión por medio mundo y envidiados por todos. Eran estampas quietas, como las de los álbumes de cromos de mi infancia. Después dejé de pensar en esas cosas, porque estaba siempre tan cansada que me dormía nada más acostarme. Y luego se me pasó la juventud. Llega un día en el que te despiertas y te dices: así que en esto consistía la vida. Poca cosa.

Le he engañado en dos ocasiones. Con dos compañeros de oficina. Fue un desastre. Yo buscaba el amor a través de ellos y me temo que ellos sólo me buscaban a mí. Los dos estaban casados. Me sentí ridícula. Entre unos y otros, entre estas cosas y todas las demás, se me ha agriado el carácter. Yo de joven era muy alegre. Él me lo decía siempre: me encanta tu vitalidad. Y de novios me llamaba Cascabelito. Ahora que lo pienso, quizá para él yo también haya sido una decepción: últimamente no hago otra cosa que gruñir, protestar y estar de morros todo el día.

A veces, sin embargo, me despierto de madrugada sin saber dónde estoy. Me rodea la oscuridad, me acosa el vértigo, me encuentro sola e indefensa en la inmensidad de un mundo hostil. Entonces mi brazo tropieza con una espalda blanda y cálida. Y el rítmico sonido de una respiración muy conocida cae en mis oídos como un bálsamo. Es él, durmiendo a mi lado; reconozco su olor, su tacto, su tibieza. Poco a poco, las tinieblas dejan de ser tinieblas y la habitación comienza a reconstruirse a mí alrededor: la mesilla, el despertador, la pared del fondo, la blusa manchada de grasa que me quité anoche y que descansa ahora sobre la silla. La cotidianidad triunfa una vez más sobre el vacío. Me abrazo a su espalda y, medio dormida, contemplo cómo el alba pone una línea de luz sobre el tejado de las casas vecinas. Y entonces, sólo entonces, me digo: es mi hombre.

*Extraído del libro Amantes y enemigos (1998), de Rosa Montero (Madrid, 1951)

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Mi corbata (cuento peruano)

Autor: Manuel Beingolea (Lima,1875-1953)

                                                         MI CORBATA
Me la regaló Marta, una provinciana a quien seduje con mi aplomo y mis modales de limeño. Estaba hecha de un retazo de seda rosa, oriundo quizá, de algún vestido en receso, y sobre ella la donante había bordado con puntadas gordas e ingenuas multitud de florecillas azules, que no pude reconocer si eran miosotis. Me la envió encerrada en una caja de jabón Windsor, que olía muy bien.

Yo por aquel tiempo era un pobrete que me comía los codos y andaba de Ceca en Meca, galopando tras un empleo en alguna oficina del Estado. Ser amanuense era entonces mi mayor ambición. Cincuenta soles de sueldo eran para mí, inestimable tesoro, que solo muy escasos mortales podían poseer. ¡Oh, cincuenta soles de sueldo! ¡Con esa suma asegurada hubiera yo doblado el cabo de la felicidad! ¿Qué cómo? Cuando se es amado, a pesar de ser pobre, una gran confianza en el porvenir nos alienta. Y la dulce serranita me amaba. Muchos pretendientes había despachado por mi causa. Felices horteras endomingados que le hacían la rueda, mientras le vendían media vara de surah o un corte de indiana. Así como así, eran mejores que yo los tales horteras desde el punto de vista matrimonial. Tenían regulares sueldos y lo que ellos llamaban las rebuscas, cosa que, probablemente yo, me moriría sin conocer. Pero Marta los mandaba a paseo sin escucharlos siquiera. Solo yo era el preferido. Quizá me encontraba distinto también a los jóvenes de su tierra, sentimentales y turbulentos. A mí no me disgustaba la muchacha. Tenía bonito pelo, ojos tiernos y tocaba en el piano “Al pie del Misti” con bastante sentimiento ¡Con ella y mis 50 soles hubiera sido feliz! Lo único que parecía apenarla era mi poca fe. Mi carencia de religión.

- ¿Creen usted en Dios? – me preguntaba a menudo.
- Naturalmente – le respondía yo.
- No es bastante, es preciso cumplir con la Iglesia, es preciso creer.
   La verdad es que yo no creía sino en mi pobreza. Solo se cree en Dios a partir de cincuenta soles de sueldo.
   Un día fui invitado sin saber cómo a una reunión. Figúrense mi alborozo cuando recibí la siguiente esquela:   
   “Grimanesa de Bocardo e hijas, tienen el honor de invitar a usted a su casa, Aumente 341, a tomar una taza de té la noche del martes”.
   Y en el reverso: "Señor Idiáquez”. ¡Canastos! ¡Una taza de té! Yo que ni siquiera había comido seriamente aquel día.
  
Me pareció recibir una invitación celestial y me preguntaba si los filetes de oro de la esquelita no serían una insignia angélica. Bocardo… Bocardo. Nombre sonoro. ¡Qué diablo! Nombre perteneciente sin duda a algún abogado de nota de esos que llevan siempre como cola esta frase: “Lumbrera del foro peruano”. Nombre que quizá hace y deshace de millones de empleos de cincuenta soles.

Me emperejilé lo mejor que pude, con un chaquet de diagonal ribeteado con trencilla, unos pantalones de esa tela a cuadritos que parece un trazado para jugar al “León y las ovejas”; un chaleco despampanante, escotado hasta el ombligo, dejando al descubierto la dudosa pechera de mi única camisa formal, donde figuraba un grueso botón de doublé y un sombrero hongo de copa no más alta que la cáscara de nuez, de esos que puso en moda en Lima el ya olvidado actor Perrín. Y, en medio de todo esto, resplandeciente como un astro de primera magnitud, mi famosa corbata. Famosa sí. ¡Voto al chápiro!
 
La casa de Aumente n° 341 era un majestuoso prodigio de simetría. Constaba de dos ventanas de reja, una a cada lado de la puerta; dos balcones, uno sobre cada ventana. Adentro, dos departamentos, uno a cada lado del zaguán. En el fondo, una mampara de vidrieras con una ventana a cada lado. Todo allí parecía en equilibrio, repartido a ambos lados de alguna cosa, como hecho ex profeso para demostrar la ley de compensaciones. Entré. Alguien tocaba un vals al piano cuyos fragmentos se escuchaban entre un sordo murmullo. Dejé mi sombrero en una salita y penetré en el salón. Multitud de parejas bailaban atropellándose. Grupos animados conversaban en los rincones, en el hueco de las ventanas; algunos jóvenes se paseaban solos, con las manos entre los bolsillos. Vi, asimismo, niñas a quienes nadie sacaba a danzar, bien por negligencia o por ignorancia del baile. Yo hubiera querido ponerme a las órdenes de la dueña de casa, como se estila en semejantes ocasiones, pero –la verdad– sentí embarazo. No me atreví a preguntar dónde se la podía encontrar. Una linda morena vestida de color malva, sentada en el extremo de un sofá, me cautivó desde el primer instante. Resolví bailar con ella. Cuando se lo propuse pareció sorprendida y me miró de arriba a abajo. Sin embargo, me dijo con amabilidad exquisita:
                                                                                                     
- Tengo ya compromiso, caballero.
   Yo me senté a su lado sin saber que decirle al pronto. Me concreté a olerla. Y que bien olía. ¡Voto al chápiro! ¡Qué pobre me pareció Marta con su jabón de Windsor! Esta, en cambio, embriagaba. De su seno elevado y palpitante se escapaban oleadas que me desvanecían. Indudablemente la dicha debía oler a eso. Empezaba a dirigirla la palabra, cuando un joven se acercó, le dio del brazo y desapareció dejándome lelo. Entonces me juzgué en la obligación de sacar a una esbelta rubia que mordía nerviosamente el extremo de su abanico. Mirome de hito en hito y me dijo secamente: “Estoy cansada”. Luego creí oportuno dirigirme a otra señorita, la cual me dijo con marcado desdén, lo mismo. Volví a la carga con otra que también me despachó fulminándome con una mirada despreciativa. Recorrí las restantes, a las que acababan de bailar y a las que no habían bailado aún y todas me petrificaban con aquel terrible y descortés: “Estoy cansada”. ¡Y lo mejor es que salían con el primero que se les presentaba! Empecé a amoscarme. Me pareció notar que algo chocarrero, existente en mí, me hacía acreedor al desprecio. Entonces sin saber qué partido tomar, rogué a un joven que discurría por allí, y que me infundió confianza (hay rostros así que infunden confianza), que me explicara el caso. Me miró con impertinencia y me dijo: “Tiene usted una corbata imposible. Lo mejor que puede usted hacer es largarse joven”. ¡Corbata imposible! Y me fijé en la de él. En efecto, era una hermosa corbata color de vino, hecha de mano maestra, atravesada por un alfiler de oro.

Salí avergonzado, sin despedirme. ¿De quién me iba a despedir? Tal como había entrado. Nunca he comprendido por qué me invitaron a aquella casa. Quizá por equivocación.
    

Como es de suponerse, la sangre me hervía. Hubiera deseado aporrear, abofetear, pisotear a alguien. Maquinaba venganzas terribles contra la para mí desconocida señora Bocardo. Hubiera deseado decirla: “Venga usted para acá, grandísima tía, ¿con qué objeto me invita a su cochina taza de té, que ni siquiera he bebido?”. Y en cuanto a Marta, la muy serrana, ya podía esperarme sentada. ¡Qué ridícula me pareció su corbata! Una corbata que no servía ni para ahorcarse. Que fuera allá con sus horteras. Lo que es yo… ¡Que si quieres!

Desde aquel día se presentó en mi mente un mundo elegante y seductor, desconocido hasta entonces. Comprendí que en la vida había algo mejor que empleos de cincuenta soles. Me harte de las perrerías de mi existencia, de las monsergas de mi patrona, de las comidas del restaurante a diez centavos el plato, esas infames comidas con sabor a chamusquina. ¡Ah, qué mundo tan perro! ¡Qué indecencia! ¡Había que salir de él a todo trance, como pudiera, sin reparar en los medios!

Por lo pronto, era menester vestir elegante y usar corbatas atravesadas por un alfiler de oro. Haciendo acopio de todo el aplomo que me quedaba, me lancé donde el mejor sastre de Lima. Me hice confeccionar un traje de chaquet según la última moda. Di las señas de mi patrona, a quien anticipadamente anuncié un supuesto destino en la aduana con sueldo fabuloso y esperé los acontecimientos. Mi patrona era viuda de un coronel, cuyo retrato a óleo, obra del pintor Palas, se exhibía en el salón amueblado con buen gusto. ¡Cuán distinto del cuarto que me alquilaba en el interior, donde apenas cabía una cama de dobleces! ¡La rogué, poniéndome grave, que recibiera la ropa que había mandado hacer por cuenta del Ministerio de Hacienda. Cundo oyó “Ministerio de Hacienda” abrió cada ojo la señora… ¡Voto al chápiro! ¡Jamás he mentido con más aplomo!

-¿Supongo que me pagará usted lo atrasado? – me dijo con júbilo.
- Con creces, mi querida señora, con creces – le respondí yo, echándome atrás.

El mejor sastre de Lima no tuvo inconveniente en dejar el traje en el salón de una señora donde se exhibía un retrato tan prócer. Cuando la criada le dijo: “El joven ha salido”, hizo la mar de reverencias.

¡Oh! No había para qué molestarse, mandaría la cuenta, ¡bah! Apenas le vi torcer la esquina, me colé a la casa de mi patrona. Ya estaba allí mi traje extendido sobre un sofá. ¡Oh, qué maravilla de traje! Figuraos un chaquet redondeado correctamente, con una gracia mundana singular, una hilera de botones forrados en tela, unas solapas bien alisadas, con poca hombrera. Una chaquet digno de Ministro de Hacienda. Corrí a mi tugurio, lo dejé sobre mi camastro y volví donde mi patrona, desolado…

-¿Qué necesita usted? – me dijo ésta, con todo cariño.
- ¡Ah, señora, usted sabe! Mi sueldo no lo recibiré hasta fines de mes … ¡necesito ahora cien soles para ciertos gastos! …
- Con el mayor gusto, Idiáquez –respondiome– Solo le voy a pedir un favor: si usted puede colocar a mi hijo en su oficina… no es porque necesite nada, mientras yo viva… ¡usted sabe! … ¡pero! ¡Es tan bonito estar en Aduana!
   Le ofrecí destinar a toda su familia. Entonces me dijo: “¿Gusta usted doscientos?”. Puse una cara de banquero que teme comprometerse, y por fin la dije: “¡Bueno, vengan”!

Si me hubierais visto volver una hora después, en un coche cargado de camisas, sombreros, pares de botas, bastones y cajas de estupendas y lujosísimas corbatas…Pero prefiero mostrarme en Mercaderes, con mi chaquet, exhibiendo una corbata modelo, atravesada por un alfiler de oro, y con una espejeante chistera. Me calcé los guantes color patito, me puse el pantalón bien planchado, cayendo sobre unos escarpines que, a su vez, caían sobre dos botas de charol, flamantes. Ninguna mujer me pareció bastante bonita. Ninguna tienda bastante abastecida. Ninguna corbata bastante lujosa. La calle de Mercaderes fue para mí estrecho sitio donde no cabía mi persona. Hombres y mujeres me miraban fija y tenazmente, con envidia aquellos, con complacencia estas. De pronto, al salir de Guillón, encontré a la morena del baile, magníficamente ataviada, irresistible, encantadora. Estaba vestida de claro y llevaba en la mano multitud de paquetitos. Me miró con una de aquellas miradas con que las mujeres suelen decir “me gustas”. La seguí. Iba en compañía de una criada, de una persona de esas en quienes no se repara jamás. Ella volvió la cara sonriente. Parecía que quería decirme: “Atrévete”. Yo me acerqué, y después de saludarla correctamente la deslicé al oído todas aquellas frases que son del caso: “¿Tan temprano de paseo?”. “¡Con razón la mañana está tan hermosa!”. “¿Qué le parece a usted el calor?”. Contestome con amabilidad inusitada. Hízome recuerdos del baile donde “nos divertimos tanto” y luego me rogó que fuera a su casa, donde sus padres tendrían gran gusto recibiéndome.

Me enamoré terriblemente de la señorita en cuestión. Acudí a su casa, donde fui tratado con grandes agasajos. La despatarré con una docena de corbatas hábilmente combinadas. La pedí en matrimonio y a los cuatro meses me casaba con ella entrando en posesión de una fortuna respetable. ¡Al demontre las perrerías!

Hoy soy padre de una hermosa familia que da bailes a los que concurren las mejores corbatas de Lima. Poseo casas en la capital. Una hacienda en las afueras. Quintas en el campo. Minas en Casapalca. Voy jueves y domingo al Paseo Colón en un elegante carruaje, y he hecho varios viajes a Europa. Mi mujer no contenta con hacerme rico, ha querido hacerme célebre: gracias a ella he sido diputado, senador y… lo demás. Todo sin más esfuerzo que un cambio de corbata.

Pero he aquí entre nos, os confesaré que no soy feliz. Mi mujer es cariñosa, es cierto. ¡Me anuda cada corbata! Pero me parece que piensa más en sus trajes que en su marido. Mis hijos también piensan más en sus caballos que en su padre. Yo me he vuelto ambicioso y pienso más en la “cosa pública” que en mi mujer y en mis hijos. Más feliz hubiera sido con mi arequipeñita. ¡Oh! Esa que me quería arrancado y por mí mismo. Con ella y mis cincuenta soles hubiera vivido ignorado, sin ambiciones que me consumen, ni desengaños que me torturan. ¿Qué habrá sido de ella? A veces, cuando estoy muy triste, saco del fondo de mi gaveta la corbata que me regaló y me enternezco recordando a Marta y aspirando ese olor ya desvanecido del jabón Windsor. Decididamente la verdadera dicha debe oler a jabón de Windsor.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

No somos nada

Leo hoy en los periódicos, la tragedia de un equipo brasileño de fútbol (Chapecoense) que perdió la vida -salvo 3 jugadores, un periodista y 2 miembros de personal- al estrellarse el avión en el que viajaban rumbo a Medellín. En total, 71 fallecidos entre jugadores, personal técnico, periodistas y personal del avión. El Chapecoense iba a disputar la final de la Copa Sudamericana. Era un equipo humilde y casi desconocido que en base a esfuerzo había llegado a las instancias finales de aquel campeonato. Leo que uno de los jugadores, Thiaguinho, durante el vuelo, se entera por un regalo de su joven mujer, que va a ser padre.También que un comentarista fallecido, el ex jugador Mario Pontes, había tomado el vuelo en reemplazo del comentarista "oficial". Leo, además, que el hijo del técnico del Chapecoense, Matheus Salori, quien también es futbolista del equipo, no viajó porque olvidó su pasaporte. Otro jugador, Martinucci, tampoco viajó porque estaba lesionado. El nombre del alcalde de Chapecó, Luciano Buligon, estaba también en la lista de pasajeros, pero no llegó a subir al avión. Asimismo, leo que el avión -de la empresa boliviana Lamia- se especializaba en transladar equipos de fútbol y que el capitán  a mando -que falleció- era el mismo que llevó, 18 días antes, a la selección argentina (entre ellos Lionel Messi) de Belo Horizonte a Buenos Aires. Finalmente, a uno de los jugadores sobrevivientes, el arquero suplente Jackson Follman, se le amputó la pierna derecha.

En 1987, aquí en el Perú, también ocurrió una tragedia similar con el joven equipo de Alianza Lima, que entonces lideraba el campeonato nacional de fútbol.

¿Qué decir ante lo anterior?
Solo lamentar la pena de tanta gente inocente que iba en busca de sus sueños, y acompañar en el dolor a esas familias que ahora lloran a sus héroes. Y sobre todo, constatar, una vez más, que la vida del ser humano es tan frágil e impredecible, que uno nunca sabe cuando va a morir. Un instante, estamos vivos gozando o sufriendo, y en otro instante, cuando menos te lo esperas, la muerte te envuelve con su manto negro. Solo queda aprovechar la vida. ¡¡¡Carpe diem!!! ¡Que en paz descansen las víctimas de esta tragedia!

Fuente de la imagen:Goal.com

lunes, 28 de noviembre de 2016

Diario de un profesor (39)

Esta semana finalizan las clases en la universidad en la que trabajo como Asistente de cátedra o Jefe de prácticas. Trabajo con chicos entre 17 y 19 años, que están en los primeros ciclos. Tengo un año y cuatro meses en dicho trabajo y ha cosechado, como todo en la vida, buenos y no tan buenos momentos. Siento que aún no encuentro la forma de adentrarme en el mundo de aquellos adolescentes, aun cuando tengo bien presente que hace no mucho fue uno de ellos. La mayoría de muchachos de esa edad es reacia a los adultos (y a mí ya me ven como uno). Trato de tratarlos con amabilidad, pero aún así siento, las más de las veces, que soy un extraño, un desconocido para ellos. Otro aspecto, y que creo debe ser el dilema de muchos profesores, es saber qué tanta confianza les puedes dar, qué tan bueno o amable puedes ser. Pues no falta uno que por allí quiere aprovecharse y no te queda más que ser cortante y frío. Personalmente, creo que hay que evitar, por más malcriado que sea el alumno, no gritarle ni ponerse a su nivel. Es cierto, que en ciertos momentos, te pueden dar ganas de subirle la voz, pero creo que a largo plazo, esa estrategia no funciona: lo pierdes como alumno y solo creará resentimiento en él hacia tu persona. Es un camino más largo, pero hay que buscar que el alumno a aprenda a respetar a sus semejantes sin necesidad de la violencia. Y con eso, no quiero decir, que uno como profesor, o adulto, prescinda de las normas y las reglas, sino que trate de ponerse en lugar del
adolescente y recuerde que alguna vez nosotros fuimos como él. Es decir, tratemos de ser más tolerantes y pacientes, así como nuestros padres fueron con nosotros. Suena cursi, pero el amor, el respeto, son o resultan armas más poderosas que el grito y la violencia, que solo generan un respeto artificial basado en el miedo.

Carrera Entel (10 kilómetros)

Desde que era niño corría. Era el segundo mejor de mi salón en el colegio y, con los años, me convertí en uno de los mejores de mi año. Gané la maratón los últimos tres años de secundaria, luego de varias derrotas en años anteriores. Y, sobre todo, gané los 400 metros planos, en quinto de media, con nuevo récord (55 segundos clavados). Para mí correr era sinónimo de libertad. A diferencia de los deportes colectivos -en los cuales dependías de otras personas y, además, tenías que lidiar con estas- en el atletismo eras tú y solo tú. Si ganabas, el mérito era solo tuyo. Si perdías, la culpa era solo tuya. No había nadie a quien achacarle la culpa. Y, en mi experiencia escolar, me fue mucho mejor en los deportes individuales que en los deportes colectivos.

Cuando finalicé el colegio, acudí algunas veces a entrenar con la selección de atletismo de mi universidad. Pero mi falta de disciplina y perseverancia, me hicieron abandonar el equipo y no participar en los Juegos Universitarios (¡cómo me hubiera gustado ser más perseverante en aquella época). Sí, recuerdo, entre los años 2000 y 2004, haber participado en algunas carrreras de 10k que organizaban algunas instituciones esporádicamente. Recuerdo que no entrenaba mucho, pero aún así competía y llegaba en puestos aceptables.

Hace dos años, motivado por la fiebre de las carreras que ha invadido Lima en los últimos años, decidí volver a competir de manera oficial. En todos los años anteriores, al menos dos veces por semana, salía a correr para desestresarme y mantener el físico. Pues bien, hace exactamente dos años, en noviembre del 2014, competí en la carrera de 10K que organizaba Entel. Entrené para llegar, pero ya en la carrera lo disfruté tanto, que en el trayecto -mientras iba pasando atletas- recordaba mis tiempos de colegial en que corría como el viento. Esa vez marqué 54 min con 44 seg. y me ubiqué en el puesto 591 de un total de 5000 atletas. A partir de ahí -motivado por superar mis tiempos y recuperar, de cierta manera, el tiempo que perdí en la universidad y mi sueño trunco de correr en la selección universitaria y por qué no nacional- decidí entrenar más y participar en más competencias de 10K. En el 2015, competí en 4 competencias: Movistar, Toyota, RPP y ENTEL. En el Entel del 2015, marqué 51:25 y me ubiqué en el puesto 371. Es decir, bajé mi marca en 3min con 19 seg (aunque mi mejor marca de ese año fue en RPP con 51:12.). Estaba contento con mi progreso, pero no satisfecho. Me prometí, el próximo año, bajar la barrera de los 50 minutos.

Este 2016, mi carrera en Movistar no fue muy auspiciosa (cronometré 52), pero luego, en base a entrenamiento y fortaleza mental, he logrado, para mi propia sorpresa, batir mis marcas personales. En la carrera Toyota, en 10K, en agosto, cronometré 49 min y 47 seg. Y en la última de Entel, este domingo 27 de noviembre, marqué 48 min y 54 seg. Personalmente, estoy muy contento, pero también me queda la espinita que con más entrenamiento (porque pude haber entrenado más), puedo superar esta marca y llegar, por qué no, a 47, 46 e incluso 45 minutos. En todo caso, seguiré entrenando y veré, teniendo en cuenta que ya no soy un chiquillo de 25 años, hasta dónde puedo llegar. ¡Porque, al fin y al cabo, nuestros límites están en nuestra cabeza y depende de uno superarlos! 



 

lunes, 7 de noviembre de 2016

Guy de Maupassant

El francés Guy de Maupassant (1850-1893) es considerado uno de los grandes cuentistas de la historia. Escritor prolífico, produjo gran variedad de relatos. Precisamente, la colección de Alianza Editorial que acabo de leer, El horla y otros cuentos fantásticos, comprende su veta fantástica y agrupa 18 relatos escritos entre 1876 y 1890 (aunque la gran mayoría están escritos entre 1882 y 1886). Eso sí, todos están ordenados de manera cronológica y aparecieron, la gran mayoría, en periódicos.

Luego de leer este conjunto, debo decir que es justo considerar a Maupassant como uno de los grandes maestros del género. El escritor es un gran contador de historias; maneja una prosa impresionista hermosa y cautivante; sus tramas realistas, en las que invade lo fantástico, resultan sugerentes y persuasivas. Además, sus personajes son dignos de interés, poseen originales puntos de vista y muestran riqueza sicológica; y sus finales nunca resultan indiferentes. Eso sí, apela a estrategias narrativas que aparecen en más de uno de sus cuentos. Por ejemplo, la estrategia del protagonista que relata, a un grupo de personas, una historia o una anécdota que vivió años atrás. O la estrategia de contar una historia a través de un diario personal o un diario que alguien encuentra. O valerse del recurso del sueño para echar a volar la imaginación.

De la colección de 18 relatos, destacan sobre todo el magnífico "Sobre el agua", " Magnetismo", "Aparición", "La mano", "Misti", "La cabellera", "Loco", "La muerta", "La dormilona" y "¿Quién sabe?". Cosa curiosa, "El horla", que es el cuento más largo de la colección y el más conocido, no me pareció tan bueno e incluso me resulto algo redundante y con un final no tan contundente. Pero con todo, el libro es muy recomendable y disfrutable.




jueves, 27 de octubre de 2016

El profesor

Leí la novela El profesor, del irlandés Frank Mc Court (1930), gracias a una recomendación del escritor y educador Jorge Eslava en un texto periodístico de hace un par de años. Ganador del premio Pulitzer, por su novela autobiográfica Las cenizas de Ángela, Mc Court ingresó a la literatura con dicha novela recién a los 66 años. En el 2005, a los 75 años, publica El profesor, que es un homenaje a su carrera de docente, durante casi treinta años, en institutos (léase colegios) de Nueva York.

Narrada en un estilo ágil y ameno, la novela de Mc Court va cobrando vuelo conforme va avanzando la trama y se va centrando en sus dilemas como docente dentro del aula de clase. A veces hay flashbacks al pasado, a su pobre infancia en Irlanda o sus duros inicios como joven migrante en Nueva York; sin embargo, lo mejores momentos de la novela transcurren en aquellos salones en lo que tiene que lidiar con cientos de adolescentes y debe buscar la manera de entretenerlos y además enseñarles sus cursos: Lengua Inglesa y Creación Literaria. Hay pasajes que resultan conmovedores y muy motivadores (y que  he incluido en posts anteriores) y, como toda carrera profesional, Mc Court nos cuenta sus buenos momentos, pero también aquellos en los que el desánimo y la crisis lo invadieron. Aquellos en que te cuestionas si eres realmente un buen profesor o sientes que de repente te falta el carácter o la pasión necesaria para llegar a los alumnos. Como él dice, tienes que buscar tu propio estilo, tu propia voz, y eso demanda tiempo y esfuerzo. Llama la atención, asimismo, sus poco convencionales estrategias de enseñanza. Por ejemplo, aquella en que los estudiantes, del curso de Lengua Inglesa, analizaron y leyeron recetas de comida y las acompañaron con melodías.

Mc Court no es un eximio escritor, pero hay que reconocer su manera ágil de narrar y su brillante uso de las elipsis. El valor de esta novela, El profesor, se basa sobre todo en su gran valor testimonial y motivador: un profesor anónimo, como muchos otros, que batalla a diario con miles de adolescentes, y que comparte sus pequeños triunfos y fracasos, sus convicciones y temores, en esta sacrificada y apasionante labor de la enseñanza. Recomendable. 


   

Diario de un profesor (38)

Extracto de la novela El profesor, de Frank Mc Court

"Una joven profesora suplente se sentó a mi lado en el comedor de profesores. Iba a emprender su carrera profesional como fija en setiembre, y me preguntó si podía darle algún consejo.
   -Descubre qué es lo que te gusta, y céntrate en ello. A eso se reduce todo. Reconozco que no siempre me gustó enseñar. Estaba perdido. En el aula estás solo, un hombre o mujer ante cinco clases todos los días, cinco clases de adolescentes. Una unidad de energía contra ciento setenta y cinco unidades de energía, contra ciento setenta y cinco bombas de relojería, y tienes que buscarte modos de salvar la vida. Puede que te aprecien, incluso que te quieran, pero son jóvenes, y los jóvenes tienen el deber de expulsar de expulsar del planeta a los viejos. Sé que estoy exagerando, pero es como cuando sube un boxeador al ring o como cuando sale un torero al ruedo. Pueden dejarte k.o. o darte una cornada, y allí acabará tu carrera profesional en la enseñanza. Pero si aguantas, aprendes los trucos. Es difícil, pero tienes que ponerte cómodo en el aula. Tienes que ser egoísta. Las líneas aéreas te dicen que, si falta el oxígeno, lo primero que debes hacer es ponerte tu mascarilla, aunque tu instinto te mueva a salvar primero al niño
   El aula es un lugar de gran dramatismo. Nunca sabes lo que has hecho para o por los centenares de alumnos que llegan y se van. Los ves salir del aula: soñadores, apagados, burlones, con admiración, sonrientes, desconcertados. Al cabo de unos años desarrollas unas antenas. Te das cuenta de si le has llegado o si los has hecho apartarse de ti. Es una química. Es psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y , mientras quieras ser profesor, no tienes escapatoria. No esperes ayuda de los que han huido del aula, de los de arriba. Están demasiado ocupados yendo a almorzar y absortos en pensamientos elevados. Estás solo con los chicos. Bien, suena ya el timbre. Nos vemos más tarde. Descubre qué es lo que te gusta, y céntrate en ello".

sábado, 22 de octubre de 2016

Diario de un profesor (37)

Fragmento de la novela El profesor, de Frank Mc Court

"Todos los días me llevaba a casa libros y trabajos en una cartera marrón de imitación cuero. Tenía la intención de instalarme cómodamente en un sillón y leer los trabajos, pero después de una jornada de cinco clases y ciento setenta y cinco adolescentes, no sentía grandes deseos de prolongarla con sus deberes. Aquello podía esperar, maldita sea. Me había ganado un vaso de vino o una taza de té. Ya leería los trabajos más tarde. Sí, una buena taza de té y leer el periódico o darme un paseo por el barrio, o pasar un rato con mi hija pequeña, que me contaba cómo le iba en la escuela y las cosas que hacía con su amiga Claire. Además, estaba obligado a hojear un periódico para estar al día con lo que pasaba en el mundo. Un profesor de Lengua Inglesa debía saber lo que pasaba. Nunca sabías cuándo un alumno tuyo podía plantear alguna cuestión relacionada con la política internacional o con una obra de teatro off-Broadway estrenada hacía poco. No querías encontrarte allí, delante del aula, moviendo la boca sin que saliera nada.
   Esa es la vida del profesor de Lengua Inglesa de instituto".

miércoles, 19 de octubre de 2016

Diario de un profesor (36)

A veces, escucho a colegas docentes decir: "Me encanta enseñar". Otros, señalan: "Enseñar me relaja". No puedo evitar sonreír para mis adentros cuando escucho aquellas frases. Personalmente, a mi enseñar me cuesta mucho, sufro en el proceso, y si disfruto, es una vez culminada la clase y tras saber que lo hice bien. Con esto no quiero decir que no me gusta enseñar (sí me gusta), pero me cuesta horrores. Recuerdo que en el colegio, cuando participábamos en las olimpiadas deportivas internas, me llenaba de nervios cuando tenía que competir en atletismo, en las carreras de 400 metros y maratón. Era el segundo mejor de mi salón y, por esa obligación de hacerlo bien y ganar, me ponía súper nervioso (cosa que no me sucedía con otros deportes). Lo que quiero decir con esto, es que mis nervios y mi sufrimiento tienen su origen en el miedo a no hacer las cosas bien, a no estar a la altura de las circunstancias, más si se trata de algo que me apasiona, me gusta y me importa. Volviendo a la comparación con el atletismo, una vez, en segundo de media, perdí una carrera (una maratón), a pesar de que me entrené como nunca antes, por mis excesivos nervios. No los pude controlar. Sin embargo, esa derrota me sirvió de mucho. Porque aprendí a perder, comencé a controlar mejor mi ansiedad y mis nervios (como todo deportista  y ser humano) y los tres años siguientes gané la maratón de mi colegio casi disfrutándolo. Espero replicar eso en la enseñanza algún día. Hay que seguir perseverando.

domingo, 16 de octubre de 2016

Diario de un profesor (35)

Fragmento de la novela El profesor, de Frank Mc Court
"También los profesores aprenden. Después de pasar años en el aula, después de encontrarse cara a cara con miles de adolescentes , tienen un sexto sentido respecto a todos los que entran en el aula. Ven las miradas de reojo. Les basta con olisquear el aire de una clase nueva para saber si es un grupo inaguantable o si es un grupo con el que podrán trabajar. Ven a los chicos reservados a los que hay que animar a intervenir y a los bocazas a los que hay que hacer callar. Por la manera de estar sentado un chico, saben si éste va a colaborar o si va a ser inaguantable. Cuando el alumno se sienta erguido, con las manos juntas ante sí sobre el pupitre, mira al profesor y sonríe, es buena señal. Si está repantigado, si saca las piernas al pasillo entre los pupitres, si mira por la ventana, al techo o por encima de la cabeza del profesor, es mala señal. Prepárate para tener problemas con él.
   En todas las clases hay uno que es como una plaga enviada al mundo para ponerte a prueba. Suele sentarse en la última fila, donde puede inclinar la silla contra la pared..."

martes, 11 de octubre de 2016

Diario de un profesor (34)

Fragmento de la la novela El profesor, de Frank McCourt (2005)
"Toda clase tiene su química. Hay clases que se disfrutan y se esperan con interés. Ellos saben que los aprecias y, a cambio, te aprecian a ti. A veces te dicen que la lección ha estado muy bien, y tú te sientes el rey del mundo. Esas cosas, de alguna manera, te dan energía y ganas de pasarte el camino de vuelta a casa cantando.
   Hay otras clases que te gustaría que [los alumnos] se subieran al transbordador de Manhattan y no volvieran jamás. En su manera de entrar y salir del aula hay un algo de hostilidad que te da a entender lo que piensan de ti. Pueden ser imaginaciones tuyas, e intentas  encontrar la manera de ganártelos. Pruebas a impartirles lecciones que dieron resultado con otras clases, pero ni siquiera eso sirve, y todo por esa química.
   Saben cuándo te tienen asustado. Tienen instinto para detectar tus desilusiones. Había días en que me daban ganas de quedarme sentado a mi mesa y dejarles hacer lo que quisieran. Sencillamente, no era capaz de llegar a ellos. En 1962, tras cuatro años en el oficio, aquello ya no me importaba..."

sábado, 8 de octubre de 2016

Diario de un profesor (33)

En el último mes y medio, con el fin de controlar mejor mis nervios y mejorar como profesor (siento que me he convertido o me estoy convirtiendo en un docente acartonado, formal, solemne, aburrido), he llevado talleres de clown y de narración oral. A pesar que tuve un incoveniente con el docente del primer taller, aprendí algunas cosas interesantes. El clown es como un taller de aprender a fracasar, de reirte de tus torpezas y miedos, de desnudarte frente a la gente y hacer el ridículo. El problema es que, al estar totalmente "desnudo" frente al público, te encuentras en un estado tal de vulneralidad que me resulta complicado. Eso de desnudarte abruptamente, sin un previo proceso, puede ser, en vez de liberador o catártico, un proceso de sufrimiento, pues ahondas en tus miedos y debilidades, en vez de apuntalar tus fortalezas. Y si no estás guiado por la persona correcta, el clown en vez de ser liberador puede resultar contraproducente.

Más allá de eso, ambos talleres me han servido y pienso seguir llevando talleres de este tipo -la impro, el stand up comedy, el canto, la expresión oral, el teatro, la oratoria, el dibujo, etc., pueden ser otras alternativas- que me permitan llegar mejor a mis alumnos, y así  transladar ese aspecto lúdico -que solo tiene el arte- a las aulas de clase. Y de esta manera, ir renovando mis clases y mi vocación.
 

viernes, 30 de septiembre de 2016

Fin

Luego de varios meses de corrección, y tras varios años de haber iniciado el proyecto de escribir sobre chicas (todo empezó en setiembre del 2012), hoy culminé mi segundo libro. Es decir, he demorado, robándole tiempo a los estudios y al trabajo, 4 años en culminar el bendito libro. Sé que si lo vuelvo a leer voy a tener ganas de seguir corrigiéndolo, pero ya no puedo dedicar más tiempo a este. Es hora de dejar partir al libro y abocarme a nuevos proyectos (por ejemplo, mi tesis de maestría) . Solo sé que di mi mayor esfuerzo a pesar de mis limitaciones y espero, de todo corazón, que al menos un par de relatos estén decentes.

Han transcurrido casi 6 años desde que acabé mi primer libro de cuentos (agosto del 2010). Este lo publiqué en julio del 2011 y lo presenté en setiembre del mismo año en el Icpna de Miraflores. Luego estuve un año sin escribir una sola línea hasta setiembre del 2012, en que comencé a escribir los borradores de los cuentos que componen esta nueva obra. Inicialmente, se componía de 10 relatos (cada uno lleva el nombre de una mujer), pero al final prescindi de dos, pues sentí el libro muy redundante y predecible. Finalmente, debo decir, más allá del resultado,  que he tratado de escribir un libro sencillo, entretenido, sincero, bien escrito, con algunos juegos de técnica. Haciendo el paralelo con la música o el cine, he intentado hacer una balada pop o una comedia romántica. ¡Espero haberlo logrado!

jueves, 22 de septiembre de 2016

Diario de un profesor (32)

Recuerdo que en tercero de media, tenía una profesora de Lenguaje, pequeñita, gordita y de cabello corto, que con solo mirarnos hacía que los 44 alumnos varones de mi colegio guardáramos silencio. Mi aula era el terror del resto de profesores, sin embargo, esta mujer  -que valgan verdades tenía aspecto de bruja mala-  hacía que los más malcriados de  mi clase se conviertan en mansas palomitas. Yo, personalmente, le tenía miedo, pavor. Más aun, cuando explicaba el tema de las oraciones arbóreas en la pizarra, y con su potente y amarga voz, llamaba a alguno de nosotros al frente y nos pedía resolver algún ejercicio. Yo, desde mi carpeta, muerto de miedo, rezaba a diosito para que no me llamara, porque además que sabía que no iba a poder resolver el bendito ejercicio, iba a ser blanco de sus reproches y burlas. Ese año, recuerdo que debido al miedo no aprendí nada y terminé odiando las oraciones arbóreas. Ahora que han pasado los años, y me dedico a la docencia, sé que la disciplina en un aula es vital para el desarrollo normal de una clase (precisamente el mayor temor de un profesor, y causante del estrés, es el no poder lidiar con la disciplina dentro de un aula). Y esta profesora tenía un don en mantener la disciplina en su aula. No obstante, como alguna vez señaló el educador Constantino Carvallo, un poco de temor por parte de los alumnos es bueno (ya que eso genera respeto); sin embargo, el exceso de temor o miedo termina resultando contraproducente, ya que bloquea el aprendizaje. Precisamente, eso es lo que me pasó a mí, pues el miedo que me producía aquella profesora, hizo que no pueda concentrarme ni entender y menos disfrutar del aprendizaje. Por eso, lo ideal es que los profesores manejen la disciplina en su clase (cómo lograrlo es otro gran tema), pero a través del respeto y no del miedo.


miércoles, 7 de septiembre de 2016

El paso del tiempo

En 1976, nació Alex, mi mejor amigo. En 1976, nació mi primo Diego. En 1976, nació mi amigo escritor Javier S y mi amigo abogado y poeta Ricardo. En 1976, nació también el escritor peruano Renato Cisneros y el actor, escritor y conductor Aldo Miyashiro. A los dos primeros, los conozco de toda la vida. Es decir, desde que eramos niños y jugábamos Bata, chapadas, Mundo, Nintendo, etc. Recuerdo, con Alex, mi mejor amigo, haber coleccionado figuritas para llenar el álbum del mundial de fútbol de Italia 90. Recuerdo, en 1993, yo con 14 y él con 17, haber asistido a mi primer tono en el Club Petroperú. Recuerdo, cuando en el verano de 1994 (ayer nomás), jugábamos básquet todos los días, y en febrero él cumplió 18 años. Recuerdo, nítidamente, cuando un mes más tarde, me mostró orgulloso su Libreta Electoral (hoy DNI), con su foto de adolescente, de cabello largo, y su metro setenta y ocho de estatura. Pues bien, en febrero último, mi gran amigo Alex cumplió 40 años. ¡40 años! En qué momento transcurrió tan rápido el tiempo. Pareciera como si fuera ayer cuando jugábamos en nuestro barrio y hacíamos carreras para ver quién era el más rápido. ¿No fue ayer, en enero del 2002 (yo tenía 22 y el 25), que viajamos en bus a Chile y conocimos Arica e Iquique? ¿No fue ayer, en el 2004 (yo 25 y el 28), que me acompañó a mi graduación en la universidad? Sí, mi amigo Alex tiene hoy 40 años, al igual que la mayoría de los antes mencionados (mi primo Diego los cumple en noviembre),  y hoy reside en Estados Unidos y es padre de un niño de 7 años. ¡Es el paso del tiempo, nadie lo detiene! Yo también en poco menos de 2 años y medio, cumpliré esa bendita edad. Y solo queda aprovechar el tiempo. ¡No queda otra! ¡Carpe diem!

lunes, 29 de agosto de 2016

Diario de un profesor (31)

Este es un fragmento del hermoso libro Un placer ausente (Apuntes de un profesor sobre la lectura escolar), del escritor y educador peruano Jorge Eslava. Aquí Eslava entrevista al narrador y filósofo francés Francois Vallaeys, conocido por sus inolvidables espectáculos de narración oral.

Eslava: "No crees que sería otra la relación de los chicos con la literatura y con la palabra, incluso con el respeto a muchos temas, si en las facultades de educación y en los pedagógicos se implantaran talleres de narración de cuentos para los profesores. Imagínate a niños de los primeros grados completamente encandilados porque la maestra les cuente un cuento.
Valleys: Es mi sueño. Es que yo no entiendo cómo uno puede dictar sin haber hecho teatro, narración de cuentos... no entiendo cómo puede uno enseñar sin tener la perfecta conciencia de que está siendo un one-man show, una one-woman show, delante de un público. Y que eso es bello, pero debe trabajarse. Yo he tenido tantos profesores aburridos que sin duda me decían cosas muy valiosas, pero lo decían tan mal que yo me olvidé de inmediato.
Eslava: A mí me encanta el concepto que se sostiene en el profesor como un buen actor.
Vallaeys: Para mí está clarísimo. La actuación aporta tanto a mis clases como los propios conocimientos"

lunes, 22 de agosto de 2016

Nuevas y viejas metas

Regreso a Lima luego de un hermoso viaje. Un viaje siempre te pone a prueba, te reta, te hace conocerte más a ti mismo. Luego de unos días de descanso, hoy retorno a la rutina del trabajo. Eso es bueno, porque el dinero -que es lo que mueve el mundo- ha menguado considerablemente en el último mes. Hay que trabajar duro y parejo para ahorrar y viajar e independizarse. Tengo que seguir enfrentando mis miedos y crecer como persona. Es la única manera de salir adelante. Por un lado, debo ahora sí terminar ese bendito libro de cuentos (que he culminado pero aún falta mayor trabajo) y embarcarme en mi tesis de maestría. Por otro lado, tengo que trabajar con ímpetu y seguir ganando experiencia como docente y así crecer como profesional. Dios quiera que tenga el coraje y el valor para hacer frente a los retos de la vida, y cuando caiga, me dé la fuerza espiritual, para levantarme y seguir luchando. Es lo único que le pido. Que guíe mis pasos. ¡Carpe diem! ¡Fail again. Fail better! ¡Todo es cuestión de paciencia y constancia!   

lunes, 8 de agosto de 2016

La revolución de Aura




La revolución de Aura (2016) es el primer libro del escritor peruano Javier Sicchar Rondinelli (1976). Antes de ofrecer mi opinión, debo indicar que soy amigo de Javier desde hace once años, cuando estudiábamos una maestría en Literatura en la Universidad de San Marcos y soñábamos con ser escritores.

La novela, según la contratapa, relata la historia de Aura quien "es perseguida por el gobierno del fantasmal y siniestro presidente que todos conocen como El Orador. Ella es la cabecilla del grupo de disidentes que quiere derrocar al gobierno, sin embargo Aura tiene una historia con el partido político de Los Coterráneos que ahora está en el poder y cuyo líder es El Orador. ¿Cómo es que después de ser una ferviente dirigente del partido, decide convertirse en disidente?".

Entre los puntos a favor de la novela, destaco la buena prosa, pues se nota un trabajo con el lenguaje. Sobre todo, me gustan las descripciones impresionistas que tiene el autor al describir paisajes, situaciones, personajes. Destaco también la capacidad para la ficción; es decir, para imaginar escenas y retratarlas de manera verosímil. Por ejemplo, la novela alude al segundo gobierno de Alan García (El Orador), pero a partir de ahí, ficcionaliza y lo retrata como un personaje más malévolo y perverso.

En cuanto a lo negativo o por mejorar, creo que el talón de Aquiles de la novela está en su estructura. Es una historia ambiciosa, que arriesga (existen "muchas voces" de diversos personajes y se narra con constantes saltos en el tiempo); sin embargo, al no estar bien estructurada, la historia se torna algo confusa y caótica y no tenemos claro a dónde apunta la novela. Por ende, el lector tiene que ir atando cabos. Por ejemplo, hasta la página 100, los personajes que parecen principales son Aura y Fernando (un fotógrafo), pero también aparecen otros personajes como Camilo, un hombre misterioso que escribe desde la prisión, Beto, el periodista Pedro Buckley, Roberto, etc. Pero hasta ese momento, aún no vemos la conexión con la historia de Aura y los pequeños capítulos parecen como piezas sueltas de un rompecabezas. Luego, más adelante, Camilo (dirigente de Los Coterráneos y pareja de Aura) cobra mayor protagonismo que Fernando, quien solo al final de la novela recupera interés. Recién los cabos sueltos se van a unir al final de la novela cuando dialogan, en secreto, Aura y Fernando, el fotógrafo. Recién ahí entendemos las motivaciones de la "revolución" de Aura, la relación que tuvo con Camilo, el romance que tuvo con JL (que era el hombre que escribía desde la cárcel), etc. Sin embargo, creo, en mi humilde opinión, que al no tratarse de una novela de misterio (en la que se debe resolver un enigma), el autor debió narrar y explicar la transformación de Aura durante la novela y no recién al final.

En conclusión, La revolución de Aura encierra aspectos positivos y muestra ambición, pero al no haber un dominio de la estructura, el relato pierde fuerza y se vuelve algo caótico. Sin embargo, Javier Sicchar demuestra talento y depende de su perseverancia pulir ese defecto en su próximo libro.

domingo, 31 de julio de 2016

Diario de un profesor (30)

"¿Cuál es la clave para ser un buen clown?
Tanja Simma (Austria): "La llave para mí  es trabajar con el corazón, tienes que aceptar quién eres, con tus fortalezas  y debilidades, ser capaz de reírte de tus fallas. Al inicio puede ser doloroso porque es cuando te sientes más vulnerable. Esa es la parte más sensible del clown, porque es gracioso y te ríes, pero también te toca.
Helen Gustin (Francia): "Además, es un trabajo diario. En el escenario, tienes que conectarte con el público, respirar con él, Y para eso hay que trabajar por muchos años. Tu clown solo da pequeños pasos. Cuando tenga 80 años, seguiré aprendiendo cosas nuevas".
Tanja Simma: "Por eso, siempre digo que ser clown es una decisión de vida"
En: diario Correo (26/5/2016)

Pregunto, ¿las respuestas de estas dos mujeres sobre el oficio de clown no se asemejan también al oficio del profesor? Corazón, conocerte a ti mismo, reírte de tus errores, trabajo diario (esfuerzo), conexión con el público (los alumnos), perseverancia, mantener la curiosidad y vocación son claves también para aspirar a ser un buen docente.

jueves, 21 de julio de 2016

Diario de un profesor (29)

Cuando uno es profesor, trata, en clase, de ser una suerte de ejemplo o modelo para los demás. Incluso, algunos colegas señalan que uno no solo es modelo dentro, sino también fuera de clase. En parte tienen razón. Sin embargo, también creo que la vida privada de un profesor es su vida privada y por tanto, fuera de clase, en su intimidad, no tiene porqué ser un ejemplo. Al fin y al cabo, es un ser humano con virtudes y defectos y que como cualquiera comete errores y a veces es mezquino. En mi caso particular, siempre en clase he tratado de ser respetuoso con los estudiantes y de enseñar con la mayor entrega y compromiso. Más allá de eso, es decir en otros ámbitos, no tengo por qué seguir siendo un modelo de conducta ni nada por el estilo. Recuerdo que en el colegio, nosotros alumnos, veíamos a muchos de nuestros profesores, sobre todo los hombres, como unos lornas que no tenían vida (y eso, porque ellos también se comportaban como supuestos "modelos" de conducta). Sin embargo, ahora que me dedico a la docencia, y converso con colegas, sé que muchas veces los profesores manejan un doble discurso. Hablamos de valores, de honestidad, de respeto, pero muchas veces, en el ámbito privado, no los cumplimos. Así que es preferible no pontificar y, si se desea ser un "modelo" , demostrarlo con los actos y no con las palabras (pues estas se las lleva el viento). Personalmente, me conformo con transmitir a mis alumnos mi pasión por el curso que enseño, a que no pierdan su curiosidad y a que aprendan a respetar a su prójimo. 

lunes, 11 de julio de 2016

Crónica de una noche de discoteca

Llevo años acudiendo a discotecas, sobre todo a partir de los treinta. Hubo un lapso de 6 o 7 años que acudía más a bares, pero en las discotecas, la magia está en que puedes abordar a las chicas sin problemas. Claro, el problema o el asunto radica en que le gustes a la chica y ella acepte bailar contigo. En estos años, he tenido noches buenas, regulares (la gran mayoría) y malas. Noches en que he conocido y bailado con chicas simpáticas, con las cuales luego he salido; otras en las cuales, sin buscarlo, me he visto besándome con completas desconocidas; y otras, en las que me cansaba de ser rechazado, incluso por las menos agraciadas. Es curioso, las discotecas y el rito alrededor del cortejo, encierran una filosofía de vida. A pesar de todo, me gusta el ambiente de las discotecas: la música, el humo, el trago, las luces, las jóvenes con tops y jeans apretados, o sexys vestidos, bailando de manera sensual.

Aquel sábado, acudí a una disco en Chacarilla. Fui con mi grupo de amigos: tres compinches de la universidad. Al ingresar, a la medianoche, la fiesta ya estaba iniciada y había mujeres muy guapas. Pedí una chelita, porque ya habíamos tomado un par afuera. Me separé un poco de mi grupo y contemplé a tres amigas, de unos 25 años, con ceñidos vestidos negros, conversando entre ellas. Una de ellas, blancona, de lentecitos, cabello castaño largo, rostro coqueto y bonita figura, llamó mi atención. Luego de unos minutos, me acerqué y la invité a bailar con una sonrisa. Ella me miró, examinándome, y me señaló de manera educada que por ahora "no", que "más tarde". Como ya conozco ese floro, le pregunté si era de verdad ese "más tarde" y ella me contesto que sí. "¡Te tomo la palabra!", le dije. "¡Vengo en media hora!", agregué, y ella me sonrió. Me alejé y volví con mis amigos.

A los cuarenta minutos, regresé y la encontré aún con sus amigas. Me acerqué, pero ahora ella me miró con semblante adusto y me señaló seria que no quería bailar. Le repliqué que no estaba cumpliendo con su palabra, pero ni caso me hizo. "¡Mujeres!", maldije mientras me retiraba derrotado. Sin embargo, luego de media hora, mientras meaba en el baño, que estaba a unos metros de donde estaba ella y su grupo, se me vino la idea de insistirle una vez más, total, no perdía nada y hasta le podía gustar (o molestar) mi actitud. Entonces, me acerqué a ella y le dije que quería hablarle un minuto. Una de sus amigas, me señaló ofuscada: "¡Pero ya te dijo que no!", sin embargo, ella aceptó e incluso esbozó una sonrisa como si le gustara mi atrevimiento. Le pedí entonces para bailar nuevamente, al menos una canción. La chica me sonrió, guardó silencio un par de segundos, pero al final volvió a negarse aunque, ahora, de manera educada,. Yo me resigné y le extendí la mano, como despedida, y ella me dio su suave mano. Luego me alejé y me volví a reincorporar a mi grupo de amigos.

No recuerdo si tuvimos suerte ese día. Creo que llegamos a bailar con un grupo de chicas, pero a la media hora se marcharon, y nos quedamos solos conversando y mirando cómo los chibolos se divertían y sacaban plan. Y mientras contemplaba aquel espectáculo, solo, pensé en cómo los años habían transcurrido tan rápido y  ahora yo, pasando la barrera de los 35, me sentí algo tío para estas chibolas de veinte o poco más. Como a las 2 y 30 a.m., me dirijo al baño, y observo en la pista de baile, entre asombrado y con espíritu de deportista que sabe perder, a la chica que me había choteado, besándose de lo más apasionada y cariñosa con un patita. El chibolo era más alto, más joven, más fornido y guapo que yo e incluso hasta bailaba mejor. Me reí para mis adentros y pensé: "¡Así es la vida. Cachacienta como ella sola!". Y proseguí mi camino al baño. 

miércoles, 29 de junio de 2016

Narrativa norteamericana clásica (Antología)

Acabo de leer una espléndida antología de cuentos estadounidenses (del siglo XIX e inicios del XX), de la editorial peruana Ecoma, a cargo del editor Eduardo Congrains Martín (¿es Enrique Congrains el autor de "El niño de junto al cielo"?), de 1973, y he quedado maravillado. Muy buena antología, que incluso cuenta con una interesante introducción del crítico Tomás  G. Escajadillo. Todos los cuentos, salvo uno o dos, son buenos y sirven para ofrecer un fresco sobre la rica narrativa norteamericana antes de que aparezcan los grandes y modernos escritores estadounidenses del siglo XX: Ernest Hemingway y William Falkner.

Entre los autores y cuentos que sobresalen, tenemos los siguientes: "Rip Van Winkle", de Washington Irving, un cuento que empieza realista pero deriva en lo fantástico; el clásico "El barril del amontillado", de Edgar Allan Poe; el cuento largo clásico "Bartleby", de Herman Melville; el divertidísimo "La célebre rana saltadora del distrito de Calaveras" de Mark Twain; el  relato "La suerte de Roaring Camp", de Bret Harte, que conmueve por su trágico desenlace y por retratar la vida del salvaje Oeste; "Un suceso en el Puente", de Ambrose Bierce, que es la historia de un hombre que va a ser ahorcado y se nos cuenta su historia con saltos de tiempo y un desenlace inesperado. Además, tenemos el instrospectivo y excelente relato "Cuatro encuentros", de Henry James; el magnífico "El hotel azul", de Stephen Crane, tal vez, el mejor cuento de la antología junto con "Preparar un fuego", de Jack London. Finalmente, destacan el entrañable "Phoebe, la ausente", de Theodore Dreiser; el excelente cuento introspectivo "El caso de Pablo", de la narradora Willa Cather (la única mujer de la antología) y "Quisiera saber por qué", de Sherwood Anderson, a pesar que el conflicto del protagonista adolescente, en la época actual, ya resulta caduco.

En síntesis, esta antología norteamericana de editorial Ecoma está muy bien hecha y cumple con el objetivo de ofrecernos una rica visión sobre la narativa norteamericana clásica del siglo XIX e inicios del XX. ¡Muy recomendable!


lunes, 20 de junio de 2016

Si me hiciera un tatuaje...

Si me hiciera un tatuaje, me colocaría, en mi antebrazo izquierdo, al igual que el tenista suizo Stanilas Wawrinka,el siguiente pensamiento motivador del dramaturgo irlandés Samuel Becket. Francamente, hermoso.

"Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better" (Samuel Becket)

Traducción: 
"Siempre intentaste. Siempre fallaste. No importa. Intenta otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor".


martes, 14 de junio de 2016

¿Vale la pena seguir escribiendo?

Me falta corregir un cuento, para terminar mi libro. La verdad siento, salvo uno que otro relato, que el libro aún no cuaja y falta trabajarlo más (pero ya llevó años trabajando éste y ya es hora de concluirlo). No importa, ya me prometí que de este año no pasa. Por otro lado, en estos meses de escritura o corrección final he sido consciente, más que antes, de mis limitaciones, de la sensación o casi certeza de ser "un escritor limitado". Sin embargo, eso no me desanima a terminar mi libro y hacerlo lo mejor que pueda con mi pequeño talento. Creo que el problema no radica en si tienes un gran o pequeño o nulo talento, la cuestión está en escibir eso que te nace de las entrañas y dar tu vida por eso. Escribir, al fin y al cabo, es una deuda contigo mismo y no con los demás (aunque, claro, lo ideal es que lo que escribas tenga calidad y conecte con los lectores).

No obstante, lo que sí me ha hecho dudar sobre seguir escribiendo, luego de terminar este libro, es si realmente vale la pena escribir. Personalmente, durante el proceso de corrección final, me he sentido muy sensible (demasiado diría yo) y he sentido, emocionalmente, que me siento más débil, con menos confianza en mí; es decir, como si en vez de fortalecer mi mente, mi actitud, estuviera regresando a aquellas épocas de inseguridad adolescente. Y es que valgan verdades, la literatura, en gran medida, está poblada de protagonistas insatisfechos, perdedores, quebrados emocionalmente, vacíos, heridos, solitarios, que no conectan con la gente o el mundo que lo rodea. Y ahora que uno ya es adulto, y tiene que fortalecer su actitud positiva frente a la vida, estos personajes de la literatura no contribuyen a esa meta. Igualmente, escribir nace de una herida y volver a recordar esas heridas, que ya tenías olvidadas o cicatrizadas, duelen y afectan el alma. Por eso, me pregunto, ¿vale la pena seguir escribiendo? Por otro lado, sé que escribir a veces es una terapia, que te ayuda a conocerte a ti mismo, pero una vez que ya te conociste, ¿no es mejor olvidar el pasado y labrar un futuro exitoso?

Una solución a lo anterior, pienso, sería dejar de escribir historias tristes, melancólicas, que no hablen de derrotas o fracasos, sino de triunfos. ¿Pero eso no empobrecería mis relatos? Lo más seguro es que sí. Finalmente, la literatura no da dinero, y a mi edad, ya uno es consciente, de la importancia de lo material, que no lo es todo (por supuesto), pero sí es fundamental para necesidades básicas de la vida. Entonces, me pregunto, ¿no será hora de dejar de pensar en seguir escribiendo y comenzar a asegurar mi futuro económico a pesar de que, en el fondo, eso no te dé la felicidad? ¡Hay que buscar el punto medio, esa es la cuestión!

En todo caso, voy a terminar de escribir ese bendito libro y luego ya veré. 
 

martes, 31 de mayo de 2016

Diario de un profesor (28)

Observar cómo enseñan otros docentes es una buena manera de observar cómo enseñas tú. Claro, sin caer en el estéril ejercicio de compararse y ver quién es mejor. Por ejemplo, ahora que asisto profesores -que a veces resulta complicado- me percató que cada docente tiene virtudes particulares y, por supuesto, cosas en las que podría mejorar. Por ejemplo, uno sobresale por el respeto y la disciplina que impone en clase, sin necesidad de subir o elevar la voz; otro sobresale por su frescura y su empatía con los estudiantes; otro, por su dominio del tema y porque explica en sencillo aquello que resulta ambiguo y tedioso; otro, destaca por su serenidad. Sin embargo, también hay aspectos por mejorar. A veces, por ejemplo, el que inspira respeto es demasiado serio y puede producir temor o falta de confianza en los alumnos; aquel que es sereno podría caer en falta de dinamismo, etc. Y uno viendo todo esto, toma consciencia sobre nuestras propias virtudes y defectos (y los aspectos en los que debemos mejorar). Y entiende que no existe el profesor perfecto. Finalmente, y sobre todo, entiende que hay que seguir trabajando con humildad y constancia tratando de llegar -aunque parezca una utopía- al corazón de nuestros alumnos. 

Diario de un profesor (27)

Ahora que me he tomado una pausa en la docencia, con el fin de realizar un proyecto personal, y solo me dedico a asistir a profesores y dar clases a grupos reducidos de alumnos (de 1 a 3), siento que me encuentro fuera de ritmo. Es decir, si ahora tuviera que pararme frente a un grupo de 30 alumnos o más, durante dos horas, seguramente -me temo- me cansaría más rápido, me sentiría con falta de reflejos para enfrentar cualquier situación problemática en clase, e incluso me sentiría más inseguro y nervioso de poder liderar a un grupo de estudiantes. Y es que el oficio del docente es muy parecido al deportista. Si no entrenas diariamente, si no sudas y pones a prueba tus condiciones, si no pules tus virtudes y defectos, el "dia del partido", seguramente, no realizarás una buena performance. Por tanto, me da miedo que al retomar las clases, en un par de meses, haya perdido mis cualidades. Sin embargo, viendo el lado positivo, esta pausa me está permitiendo reponer energías, observar en qué debo mejorar, renovar la pasión por la enseñanza y recordar -porque a veces se nos olvida- que la docencia es "un acto de amor" y de servicio al prójimo. Ahí radica el éxito de un docente y eso no lo debemos olvidar.

sábado, 14 de mayo de 2016

Duque

Escrita entre 1928 y 1929, pero publicada recién en 1934, Duque del escritor peruano José Diez Canseco (1904-1949) es, en mi opinión, una de las novelas más brillantes de la literatura peruana. Conocido por su cuento "El trompo" (sí, la historia del negrito Chupitos) y por su relato juvenil "El Gaviota" (el cual recomienda con pasión el escritor y educador Jorge Eslava), José Diez Canseco destacó por retratar tanto a la gente de clase humilde (su libro Estampas mulatas, que agrupa sus relatos, es un claro ejemplo) como a la alta clase limeña. Precisamente, Duque es un magnífico retrato de la aristocracia limeña a principios del siglo XX. Su protagonista, Teddy Crownchield, es un joven de veinticinco años que regresa a Lima junto con su madre (viuda de un millonario), luego de un largo viaje a Europa, y es "atrapado en el vértigo de la ciudad". Así, vemos su recorrido por grandes fiestas y cenas (en el Palais Concert, el Club Nacional, etc.), por campos de golf y de polo, por prostibulos y fumaderos de opio; somos testigos también de sus flirts y su relación con la bella Beatriz, además de su aventura homosexual con el padre de ella (Carlos Astorga). Sin embargo, Diez Canseco, con su hermosa prosa, que combina la coloquialidad con términos extranjeros, es un diestro narrador y hace que en vez de juzgar al joven Teddy, le agarremos simpatía, más cuando quiere dejar atrás esa vida licenciosa y "sórdida" y le propone matrimonio a Beatriz.

Duque, además de su bellísima prosa y su atrayente trama, es también un homenaje a la Lima de principios del siglo pasado. A través de sus páginas, recorremos maravillados el Jirón de la Unión, la Plaza de Armas, el Palais Concert, el Club Nacional, los pantanos de Villa, etc. Asimismo, penetramos en el modo de vida de esa elegante, refinada, culta y frívola aristocracia limeña, a través de magníficos personajes secundarios como la madre de Crownchield, Carlos Suárez del Valle, Rigolleto, etc.

Finalmente, uno se pregunta, por qué no se habla mucho de esta novela que es brillante. Tal vez sea por su temática sórdida, ya que se habla de drogas, de sodomía, de prostitución en el mundo de la alta clase limeña. Y de repente, en esa época que Lima era más pacata, una historia tan subversiva e innovadora, no encajaba dentro del canon de la literatura. Sin embargo, es momento de reivindicarla. Duque es una novela superior que sorprende por el gran talento de su autor, reflejado en su magistral uso del lenguaje y en el poder de una historia que muestra personajes difíciles de olvidar. Sin  duda, Duque es mil veces superior a cualquier novela de Jaime Bayly o Beto Ortiz, por citar algunos autores polémicos.   

viernes, 29 de abril de 2016

Escribir

Cuando escribes estás hurgando dentro ti, dentro de tu alma, de tu ser, de tus recuerdos, y, a veces, resulta placentero, pero, las más de la veces, duele. Cuando escribes estás luchando contra tus limitaciones, contra tu mediocridad, contra tus miedos. Cuando escribes, inevitablemente, te comparas con aquellos escritores que admiras y la desesperanza te colma y sientes que lo que escribes es una porquería. Pero al rato, ves la luz en esos mismos autores que admiras, pues sabes que escribir es una carrera de largo aliento, de soledad, de concentración, que implica dar todo de ti y, como en una maratón, llegar a la meta. No importa, por tanto, que llegues primero, sino que llegues dando todo lo mejor de ti y saber que te has superado. La competencia no es con los demás, es contigo. Por eso, sabes que este dolor , este cansancio físico y mental que te invade por momentos, y te invita a abandonar la "carrera", será momentáneo. Porque cuando llegues al final del camino, el placer será inmenso.

Cuando escribes  te sientes también frágil, vulnerable emocionalmente, ya que estás trabajando con tus emociones. Desentierras momentos de tu vida de repente no tan agradables, y te cuestionas y te preguntas si de repente no te faltó valentía en tal o cual situación. Y desconfías de ti y de lo que has avanzado en estos años. Sin embargo, ese ser imperfecto, con acciones valientes y cobardes, eres tú y no queda más que aceptarte e incluso reírte o burlarte de ti mismo. Aceptar a ese personaje del cual escribes, y agarrarle cariño, darle tu apoyo, entenderlo, hacerlo entrañable.

Finalmente, cuando escribes piensas en el tiempo, en la velocidad del tiempo. Sabes que este momento es único e irrepetible y que tu juventud (aquella que hace unos años creías eterna) se está agotando poco a poco. Cuando escribes, sabes que en el fondo lo haces para revelarte contra la tiranía del tiempo, contra la erosión de los años, y buscas que al menos algo de lo que escribas pueda detener su inexorable paso. Tener la ingenua ilusión de que tu vida no fue en vano y  que pervive en las páginas de un libro tuyo que emociona  a un futuro lector.
  

sábado, 16 de abril de 2016

Maldita ternura



Maldita ternura  es la primera y única novela, hasta el momento, del periodista y escritor peruano Beto Ortiz (1968). Aunque publicada en el 2004, salió en el 2014 -bajo el sello Planeta- una segunda edición abreviada (conformada por 13 de los 18 capítulos originales) con el fin de que, en palabras del autor, "la estructura del libro sea menos caótica". No sé que tan válido sea modificar el contenido original luego de diez años, pero en todo caso, por lo que leo en la contratapa, en esta segunda edición se han omitido capítulos relacionados con personajes de la farándula como la Chola Chabuca o Magaly Medina, ya que -en palabras de Ortiz en el prólogo- han envejecido y se desviaban de la trama central: el triángulo amoroso real-ficticio entre Beto Ortiz-protagonista y un joven pirañita, de 19 años, apodado El General, y Lucy Borgia, una mujer cincuentona que dirige una institución de rehabilitación para jóvenes y que tiene a su cargo a El General, quien al parecer es uno de sus jóvenes amantes.

Debo confesar que en las primeras 60 páginas del libro, la novela me causó una gran impresión. La prosa coloquial de Ortiz me parecía lograda y rozaba la poesía. Además, había nervio, bronca, en cada una de sus palabras. Además, mostraba dominio de la jerga, del humor criollo del periodista y del niño de la calle (los pirañitas). Asimismo, el capítulo dedicado a su amigo reportero Bruno (De Olazabal) es excelente, sobrecogedor, a pesar que no tiene nada que ver con la trama y podría formar parte de una crónica aparte. Pero a partir del capítulo "Huanchaco hostal" la novela comenzó a decaer ostensiblemente. De su historia de amor con El General pasa a contarnos una historia con un tal Charly (que resulta luego ser otro de sus amantes en Trujillo y al cual conoció años antes). Luego retoma su historia con El General, para después hacer saltos al pasado para contar, por ejemplo, su primera vez, a los 17 años, con un tal Rony; o saltos al futuro, para hablar desde su exilio en Miami. Es ahí cuando Ortiz, que -es cierto- busca jugar con el tiempo y no contar la típica historia lineal, hace caótico su relato. Juega con los tiempos, pero no lo hace de manera eficaz y hace que la trama luzca desordenada. Además, la prosa baja en calidad y comienza a recurrir o abusar del humor fácil y el doble sentido chabacano. Por otro lado, recurre a un humor que hace que el conflicto sentimental del personaje se diluya y pierda intensidad. Eso sí, debo reconocer que en los capítulos finales Ortiz (en "Cicatrices" y "Reo ausente", por ejemplo) vuelve a arriesgar y a lucir algo inspirado, pero aun así eso no salva a la novela. Personalmente, creo que Ortiz es un buen cronista (un claro ejemplo, es el capítulo dedicado a Bruno de Olazabal), pero el género de la novela, al menos en este caso, le quedó grande debido a su falta de pericia.  




martes, 5 de abril de 2016

Cinco esquinas

Cinco esquinas (2016) es la última novela de nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Publicada hace un mes, antes de que el autor cumpla 80 años, ha recibido críticas diversas: algunos alabándola, otros censurándola. Personalmente, creo que es una novela menor de Vargas Llosa, pero a pesar de eso está por encima del promedio y resulta de interés.

La novela relata -tomando como telón de fondo la época del gobierno autoritario de Alberto Fujimori, en la década de los 90s-  el chantaje (¿real? ¿ficticio? ¿real-ficticio?) que sufre el acaudalado ingeniero minero Enrique Cárdenas por parte de Rolando Garro, el inescrupuloso director de un semanario amarillo, Destapes, quien le exige dinero a cambio de no ventilar las fotos de aquel en una orgía. Cárdenas se niega a pagarle a Garro y éste se venga publicando las imágenes en su semanario. La novela cobra un giro radical con la inesperada muerte de Garro y el encierro en la cárcel del ingeniero Cárdenas. A partir de ahí, el peso de la novela consiste en saber quién mató a Garro y por qué.

Como muchos indican, incluso el mismo Vargas Llosa, el tema que "impregna toda la historia, es el periodismo, el periodismo amarillo". Y agrega el Nobel: "La dictadura de Fujimori utilizó el periodismo de escándalo como una arma política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus adversarios. Al mismo tiempo, también está la otra cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede convertirse de pronto en un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de la sociedad. Esas dos caras del periodismo son uno de los temas centrales de Cinco esquinas". Y es cierto, estas dos facetas se reflejan bien en esta novela.

Cinco esquinas es una novela de poco más de 300 páginas compuesta de 22 pequeños capítulos, salvo el capítulo 20 (que es más extenso). Cada capítulo lleva un pequeño título. Personalmente, opino que este libro está relacionado o emparentado con la novela anterior: El héroe discreto. En ambas, Vargas Llosa renuncia a los grandes tecnicismos formales de la mayoría de sus novelas (salvo uno que otro momento) y se dedica a escribir historias sencillas y bien contadas sobre la sociedad peruana, con una prosa bien cuidada, pero que se vale de los diferentes registros del lenguaje. Es cierto, también, que es una novela menos ambiciosa, pero en su "simplicidad" esta novela está bien estructurada y bien escrita. Eso sí, la crítica al regimen de Fujimori y a su asesor Vladimiro Montesinos (el "Doctor") pierde peso y carece de la profundidad que adquiere en la brillante Conversación en la Catedral.  Además, el otro tema de la historia (el erotismo), tiene momentos que están mejor logrados que otros, y la relación lésbica entre los personajes de Marisa y Chabela no llega a cuajar del todo; sin embargo, reconocemos, el riesgo asumido por Vargas Llosa en plantear una relación lésbica y cómo se adentra en el tema del deseo, de la carne (¡nadie pudiera pensar que el escribe sobre esos temas libidinosos apelando a la jerga y a las lisuras más fuertes, es un hombre de 80 años!).

Otro mérito de Vargas Llosa es que, a pesar de radicar hace muchos años en el extranjero, hace una buena radiografía de la sociedad peruana (en este caso, la limeña) y de sus diferente tipos de ciudadanos. Aquí representa de manera verosímil a personajes de clase alta (el ingeniero Enrique Cárdenas, el abogado Luciano Casasbellas y las esposas de ambos), como de la clase baja (la periodista Julieta Leguizamón "La Retaquita", Juan Peineta, etc.); además de describir muy bien aquel Centro de Lima donde se ubica el emblemático barrio de Cinco esquinas.

En síntesis, Cinco esquinas, a pesar de ser una novela menor de Vargas Llosa, es un libro de lectura amena, que está bien escrito y estructurado, y que refleja una época de nuestra historia que no debemos volver a repetir.


lunes, 21 de marzo de 2016

Nunca confíes en mí

Publicada en el 2010, Nunca confíes en mí fue la primera novela del escritor peruano Renato Cisneros luego de publicar 3 libros de poemas y el libro de relatos Busco Novia. Al igual que esta última publicación, Nunca confíes en mí apareció originalmente en la web de El Comercio, en el blog Busco Novia. Como en en los folletines del siglo 19 y principios del siglo 20, cada semana aparecía en el blog un capítulo de la novela (en total, fueron 17 capítulos).

La novela publicada es una versión corregida y editada de los 17 capítulos que aparecieron en la web. Narra la historia de amor entre Amanda y Gabriel, dos antiguos amigos de colegio, que se encuentran después de 15 años. Gabriel, quien estuvo enamorado de Amanda en la época del colegio (ahora ella se encuentra casada y con un hijo, y atraviesa una crisis matrimonial) llega a cumplir su sueño de adolescente: vivir con Amanda una apasionada (y conflictiva) historia de amor.

En mi opinión, esta primera novela, al ser la primera incursión de Cisneros en el género, muestra a un escritor en ciernes, con evidente talento, pero aún descubriendo sus posibilidades y adaptándose al género de la novela. Todavía está a años luz de la madurez que alcanzó con La distancia que nos separa (2015). Sin embargo, Nunca confíes en mí es un libro ágil, entretenido, de rápida lectura y bien escrito. A pesar de eso, a veces se vuelve demasiado sencillo, y al igual que los libros menos logrados de Jaime Bayly, cae en el humor chabacano, en el chiste fácil o en el erotismo ramplón. Con pros y contras, Nunca confíes en mí es un libro que muestra el aprendizaje de un poeta-cronista que aspira a convertirse en novelista y que, inevitablemente, muestra aciertos y desaciertos. Eso sí, el talento y el arte de narrar están presentes y de ahí el valor de esta novela. 

sábado, 19 de marzo de 2016

Diario de un profesor (26)

Al final de cada ciclo, el profesor recibe el resultado de las encuestas, en las cuales los alumnos te califican de acuerdo a tu desempeño. Mi relación con las encuestas siempre ha sido conflictiva. Todavía estoy en proceso de aceptar las críticas, más si las considero injustas o mezquinas. Por eso, trato de revisar las encuestas solo cuando el ciclo ha culminado y he colocado notas, ya que busco mantener la imparcialidad y no indisponerme frente a un grupo. Ahora, por ejemplo, he tenido resultados diversos (pero menores en comparación a otros ciclos) y veo algunas constantes: primero, he obtenido buenos resultados en los grupos más complicados que tuve en el ciclo, aunque valga decir que han votado menos de la mitad. En todo caso, ese buen resultado se puede deber a que de repente me esforcé en mayor medida por sacar adelante dichos grupos. Por el contrario, en otros grupos, con los cuales me llevaba bien y pensaba obtener buenos resultados, he tenido bajos resultados, por no decir malos. Esto se puede deber a que han sido grupos grandes y que el cambio sílabo no me favoreció.

Por otro lado, entre las sugerencias que colocan los alumnos destacan algunas interesantes: "que tenga más sentido del humor", "sus clases deben ser más dinámicas, es muy serio". Aquí sí les doy la razón, me falta trabajar más con el humor. Y para eso debo volver a la raíz: el teatro, el clown, etc. Otros señalan que no me altere y explique con facilidad, "que haga más despacio su clase porque mucho se desespera", que "sea más didáctico". Y también les doy la razón, ya que los nervios a veces me juegan una mala pasada y corro con las palabras, es decir me acelero. En conclusión, y a pesar que algunos resultados no me gustan -por ejemplo, en un salón algunos alumnos indicaron que conmigo no aprendieron "casi nada" o que no soy respetuoso- soy consciente que debo buscar mejorar mi metodología, trabajar con el humor y controlar mejor mis nervios.

Así como la carrera de un deportista, la carrera de un docente está llena de altas y bajas, pero ahí es cuando debemos reinventarnos, mantener viva la llama de la pasión y seguir dando batalla. 


viernes, 4 de marzo de 2016

Punto de fuga



Punto de fuga (2007) es el primer libro que publicó el escritor peruano Jeremías Gamboa (1975), antes de su muy interesante novela Contarlo todo (2013). Este primer libro está compuesto de 8 relatos y tienen como eje común, en su gran mayoría, la temática realista-urbana, de jóvenes con conflictos, complejos y miedos internos. Debo señalar, desde mi punto de vista, que es un libro menos logrado que Contarlo todo y que tal como Mario Vargas Llosa le indicó al mismo Gamboa, parece que a éste le acomoda mejor el género de la novela que el género del cuento.

El libro comienza con dos relatos que no son muy buenos, o que en todo caso no se llega a apreciar del todo el conflicto de sus protagonistas. Me refiero a "El edificio de la calle Los Pinos" y "Nuestro nombre". Sus desenlaces se entienden, pero personalmente no me llego a identificar con el conflicto que sufren o padecen. El tercer relato "Evening interior" es mejor que los anteriores y es el que rompe un poco con la temática de los cuentos del libro. Tiene un afán experimental y se basa en un cuadro de Hopper, en el cual un un hombre, en un restaurante vacío, observa, a través de un ventanal, en otro edificio, a una mujer sola en una oficina. Es partir de este tercer relato que el libro comienza a mejorar y su autor comienza a arriesgar. "María José", el cuarto relato, es más autobiográfico y cuenta el encuentro que tiene, luego de años, con una amiga de la universidad por la cual sintió algo, pero nunca pasó nada. Aquí ya se palpa con más claridad, temas y obsesiones que plasmaría su autor en Contarlo todo.  "Un responso por el cine Colón" y "La conquista del mundo" son cuentos interesantes, bien escritos y narrados, pero que no llegan a ser obras de arte a pesar de que se aprecia el talento de Gamboa. El cuento más logrado e interesante, a mi parecer, es "Tierra prometida" que relata la aventura nocturna, por los barrios de Lima, de dos jóvenes de clase media llenos de temores pero con deseos de ser libres. El último relato "La visita" juega con dos narradores, tiene un afán de riesgo, pero el tema de la muerte no llegar a cuajar en el abrupto desenlace.

Con todo, Punto de fuga es un libro interesante, que muestra a un autor con talento, que ya desarrolla o bosqueja los temas que lo obsesionan  (el conflicto interno por llegar a ser alguien, los miedos, los complejos, las diferencias sociales, la amistad, etc.), y que desarrollará con más pericia, años más tarde, en la muy intesante Contarlo todo.