miércoles, 19 de octubre de 2016

Diario de un profesor (36)

A veces, escucho a colegas docentes decir: "Me encanta enseñar". Otros, señalan: "Enseñar me relaja". No puedo evitar sonreír para mis adentros cuando escucho aquellas frases. Personalmente, a mi enseñar me cuesta mucho, sufro en el proceso, y si disfruto, es una vez culminada la clase y tras saber que lo hice bien. Con esto no quiero decir que no me gusta enseñar (sí me gusta), pero me cuesta horrores. Recuerdo que en el colegio, cuando participábamos en las olimpiadas deportivas internas, me llenaba de nervios cuando tenía que competir en atletismo, en las carreras de 400 metros y maratón. Era el segundo mejor de mi salón y, por esa obligación de hacerlo bien y ganar, me ponía súper nervioso (cosa que no me sucedía con otros deportes). Lo que quiero decir con esto, es que mis nervios y mi sufrimiento tienen su origen en el miedo a no hacer las cosas bien, a no estar a la altura de las circunstancias, más si se trata de algo que me apasiona, me gusta y me importa. Volviendo a la comparación con el atletismo, una vez, en segundo de media, perdí una carrera (una maratón), a pesar de que me entrené como nunca antes, por mis excesivos nervios. No los pude controlar. Sin embargo, esa derrota me sirvió de mucho. Porque aprendí a perder, comencé a controlar mejor mi ansiedad y mis nervios (como todo deportista  y ser humano) y los tres años siguientes gané la maratón de mi colegio casi disfrutándolo. Espero replicar eso en la enseñanza algún día. Hay que seguir perseverando.

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