Carlos Oquendo de Amat, peruano nacido en 1905, publicó en 1927 su único libro: 5 metros de poemas, y eso le bastó para pasar a la posteridad. Casi 90 años después, se sigue hablando de Oquendo y ese maravilloso libro de poemas que se mantiene fresco, vital y audaz. Inscrito en la escuela vanguardista, leer cada uno de estos poemas -sumado a su original diseño y presentación- resultan como bocandas de aire fresco o como pinceladas de color en medio del gris. Por lo menos yo, mientras leía el libro artefacto, me transportaba con cada poema, con cada verso y estrofa, y viajaba a un mundo mejor, a uno más interesante y creativo. Cada juego de palabras, cada verso que rompía la lógica y planteaba una imagen lúdica, me hacía sentir que las palabras cobraban vida y que lo que hizo el poeta peruano era ARTE, verdadero ARTE directo al corazón. Algunos ejemplos: "Las nubes/son el escape de gas de automóviles invisibles" o "Los árboles cambian/el color de los vestidos" o "...somos buenos/y nos pintaremos el alma de inteligentes" o "Un niño echa el agua de su mirada/y en un rincón/ La LUNA CRECERÁ COMO UNA PLANTA"... Larga vida a Oquendo de Amat y a su libro inmortal.
viernes, 30 de agosto de 2013
domingo, 4 de agosto de 2013
Reynaldo D´Amore (1923-2013)
Foto: Diario Trome
Hoy me enteré que el profesor Reynaldo D´Amore (1923-2013) había fallecido el día de ayer. Dejé
lo que tenía que hacer y acudí a su velatorio en el Hospital Rebagliati.
Mientras manejaba mi auto, las imágenes del pasado volvían a mi mente. La
última vez que lo vi había sido hacía más o menos tres meses. Lo noté
preocupado, cansado, con la mirada ensimismada, con mal carácter. Ahora que me
acababa de enterar que el señor D´Amore había partido entendía y justificaba ya
su preocupación, su crispación de entonces.
Cuando entré a la pequeña sala donde lo velaban, saludé a
Zarela, su fiel secretaria; Paco Caparó, leal profesor del Club y a buen número
de alumnos, exalumnos, compañeros, colegas que conocieron y disfrutaron al
señor D´Amore. Su ataúd estaba allí, iluminado, en medio de varios adornos florales. Me paralicé y me
detuve. No podía dirigirme al féretro, algo me impedía caminar hasta allá, no
sabía cómo iba a reaccionar cuando estuviese frente al cuerpo de mi maestro.
Estuve parado y distante pensando, pensando en ese señor que en el año 52 llegó
al Perú gracias al escritor y promotor cultural Sebastián Salazar Bondy, me
imaginé cuando se casó con su alumna peruana, también cuando fundó al año
siguiente el Club de Teatro de Lima junto con Salazar Bondy. Y luego se instaló
en ese Perú desconocido al que le fue cogiendo cariño y lo hizo su segunda
patria. Aquí fue que sentó sus raíces, que hizo su vida, que tuvo sus hijos,
que desperdigó su talento y pasión a miles de alumnos y discípulos que lo admirábamos.
Era, además, un excelente profesor y pedagogo y las más clara evidencia de eso
fue que cuando se vino al Perú, un grupo de alumnos argentinos se vino al Perú
siguiéndolo. Ese recuerdo, por ejemplo, lo conmovía al señor Reynaldo. Pero no
solo eso, el gran D´Amore no solo enseñaba teatro y oratoria, sino que tenía
una fuerte vocación social y de desarrollo de la persona. Sabía que lo que
enseñaba no solo servía para hacer arte, sino también para mejorar las vidas de
las personas, para que aprendan a ser más ellas mismas. Nunca lo dijo, pero
gracias a él muchos, además de encontrar su vocación, aprendieron a confiar más
en ellos mismos. E incluso, Reynaldo becaba a chicos que no tenían plata, pero
sí muchas ganas de hacer teatro.
Luego de aquellos pensamientos, tomé valor y me acerqué al ataúd
del señor Reynaldo D´Amore. Ahí estaba, su cuerpo tieso, maquillado en exceso,
tanto que parecía irreconocible, y con sus manos cruzadas. Y lo miré
unos instantes. Y le dije y le digo: Gracias, señor Reynaldo,
en nombre mío y en nombre de todos, por todo lo que hizo por nuestro país. Usted
hizo patria, siendo argentino. Usted quiso al Perú y eso se lo reconocemos. Usted fue un ejemplo
de hombre que trabajó sin desmayo hasta el último de sus días y cuando lo cogió
la muerte, ese cruel verdugo, lo encontró peleando y luchando hasta el fin. Su nombre
queda, su obra y enseñanzas también y el Club de Teatro de Lima, su creación,
esa creación que ya tiene 60 años, resultará inmortal. ¡Descanse en paz, maestro Reynaldo D´Amore!
viernes, 2 de agosto de 2013
La lluvia del tiempo
La lluvia del tiempo (2013) es la última novela del escritor
y periodista peruano Jaime Bayly, quien debutó en el mundo de la literatura, en
el ya lejano 1994, con No se lo digas a nadie. Su última novela gira en torno a
la historia real de la hija no reconocida de Alejandro Toledo, quien fue presidente
del Perú, del 2001 al 2006. La novela se enmarca en el 2001, cuando la madre de
la niña Zaraí, Lucrecia Orozco, salió en escena, previa a la primera vuelta de
las elecciones presidenciales y en las que Toledo iba primero en las encuestas,
para pedirle a éste que reconozca a la hija que tuvieron trece años antes. Por
supuesto, el libro de Bayly es una ficción que toma como pretexto aquella
circunstancia. Y a pesar de que solo cambia los nombres de los personajes, que
claramente resultan reconocibles, es una sátira burlona y crítica a la política,
los políticos y los medios de comunicación. En La lluvia del tiempo, los
personajes principales (el candidato Alejandro Tudela –Todelo-, el dueño de
canal 5 Gustavo Parker –Genaro Parker- y
el periodista Juan Balaguer –Jaime Bayly-) son unos pillos sin moral que solo
defienden sus intereses. Y Bayly, a través de la sátira, se burla de aquellos y
los exagera en sus defectos.
Así planteada la novela, las primeras cien o ciento cincuenta
páginas resultan divertidas y ágiles (algo que no se le puede negar a Bayly es
su facilidad para interesarnos en sus historias y divertirnos), pues
desarrollan la anécdota arriba señala, pero a la par cuenta las historias de
cada uno de sus personajes en el pasado. Sin embargo, conforme va
transcurriendo la novela (que tiene 400 páginas), esta se vuelve predecible,
los personajes, al ser caricaturas grotescas de los reales, pierden interés y verosimilitud, el humor
satírico se vuelve demasiado vulgar o de trazo grueso y sin gracia – a pesar de
que Bayly también, a veces, sabe jugar con la sátira con maestría, como en De repente un ángel- y el
libro cae, se desmorona sin remedio. A pesar de eso, en las últimas páginas el
interés se retoma, pero tampoco es un final logrado o bien trabajado
Siento, personalmente, que Bayly ha escrito de corrido esta
novela, casi sin corregir. Siento que esta novela pudo haberla trabajado más.
Haberla dejado reposar un tiempo y vuelto a trabajarla para corregir sus
defectos. También siento que aquí faltó la mano de un editor que metiera tijera
a la novela, en el buen sentido de la palabra. Siento que esta novela pudo ser
mejor si Bayly la hubiese corregido con
más rigor y la hubiese acortado. Y como no hubo nada de ello, La lluvia
del tiempo me parece un libro fallido, malo, una de los peores que he leído de
Bayly, que tiene, en mi humilde opinión, como mejor novela, de las que he leído,
“Y de repente, un ángel”.
Esperemos que Bayly se reivindique en el futuro y que
entienda que lo importante no es cantidad, sino calidad. Y que la premura por
publicar, le puede hacer perder rigor. Su último libro es un claro ejemplo de
eso.
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Jaime Bayly,
La lluvia del tiempo,
Y de repente un ángel
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