martes, 27 de mayo de 2014

Todos eran mis hijos


El domingo fui al teatro Británico, en Miraflores, a ver “Todos eran mis hijos”, del dramaturgo estadounidense Arthur Miller y adaptada por Claudio Tolcachir. La obra es dirigida por Carlos Tolentino y está protagonizada por el argentino Víctor Hugo Vieyra y los peruanos Attilia Boschetti, Sebastián Reátegui, Natalia Cárdenas, Francisco Cabrera, Claudia Bérninzon, entre otros.

La obra se ambienta luego de la 2da Guerra Mundial y el conflicto se centra en la responsabilidad del señor Joe Keller por haber vendido armas defectuosas al ejército estadounidense y que provocó  la muerte de 21 pilotos. Uno de esos pilotos es su hijo (Larry Keller). El Sr. Keller es absuelto en un juicio, pero su socio es encerrado en la cárcel. La historia, sin embargo, inicia cuando Chris Keller (el hijo) anuncia la llegada de Ann (hija del antiguo socio del Sr. Keller) a quien pedirá en matrimonio. Y esto provoca que el pasado turbio del Sr. Keller aflore de nuevo para él y su familia.

Dividida en tres actos, la obra va alcanzando intensidad conforme transcurre. El primer acto culmina con el anuncio de la llegada a la casa de los Keller del hermano de Ann, George Deever, hijo del antiguo socio del Sr. Keller. El segundo acto culmina, por su parte, cuando el Sr. Keller y su hijo se entrampan en una discusión, sobre la responsabilidad de aquel en la muerte de los 21 pilotos. El Sr. Keller termina aceptando su responsabilidad, pero escudándose de que fue un error involuntario y además tenía que sacar adelante a su familia. Finalmente, en el último acto, la verdad oculta por tanto tiempo (la responsabilidad del Sr. Keller en la muerte de su hijo), sale a la luz y desencadena una tragedia.
Como público, uno va a presenciando esa verdad que personifican los actores en el escenario. Y se va envolviendo en la historia y el conflicto que viven. Gracias a las brillantes actuaciones de Víctor Vieyra y Atilia Boschetti y las destacadas del resto del elenco, la historia de Miller y la puesta de Tolentino cobran vuelo y alcanzan tal grado de verdad, que uno como público termina cautivado y emocionado con el clímax y el desenlace de la obra. Al final, cuando el elenco sale a saludar a la gente, no le queda a uno más que pararse de su butaca y aplaudir porque sabe que ese grupo de actores ha dado su vida en el escenario. En suma, ¡no hay que perderse esta obra que va hasta la mitad de junio, de jueves a lunes, a las 8 pm., en el Británico: “Todos eran mis hijos!”

viernes, 9 de mayo de 2014

Escribir nace de una herida

El que escribe lo hace porque tiene una herida. Una herida instalada en el alma, en el corazón. Una herida que nació, tal vez, en la escuela, en la tierna infancia, o en una relación amorosa. Escribir es adentrase dentro de uno y tratar de descifrar cuándo  y dónde se originó esta. Escribir es revelarse contra la realidad. Es tratar de calzar utópicamente nuestros sueños con la chata realidad. Escribir es vivir las vidas que uno quisiera vivir y no puede. Vivir es como una medicina para ese veneno que nos inocula la sociedad con reglas y parámetros estúpidos. Escribir es como el aire para nuestros pulmones. Ese oxigeno vital para poder seguir viviendo con fe. Escribir es una necesidad que corroe las entrañas y la mente y nos lleva a coger un papel y tratar de dibujar nuestra alma afiebrada. Escribir es una catarsis. Una catarsis liberadora, intensa y dolorosa. Escribir es soñar con vencer al tiempo y la muerte. Es buscar al menos una página, un cuento o un libro que viva para siempre, cuando ya no seremos más que polvo. Escribir es como hacer el amor. Es dar todo de uno, entregarse en cuerpo y alma buscando alcanzar la felicidad. Finalmente, escribir es como correr, escuchar tu respiración, el latir de tu corazón y saber que eres libre.

jueves, 1 de mayo de 2014

Una teoria sobre la estatura física y la vida

Creo que el proceso de crecimiento de una persona (sobre todo del hombre) encierra una metáfora de la vida. Hay adolescentes que crecen antes y otros después. Me explico, hay chicos de 13 años o 14 años que crecen antes y ya a esa edad parecen casi hombres: con vellos, incipientes barbas, gruesos, altos. Y otros de la misma edad, que parecen aún niños: pequeñitos, flaquitos, imberbes. Sin embargo, luego, muchos de esos que crecieron antes se estancan y a los  15 o 16 comienzan a dejar de crecer o crecen escasos centímetros. Por el contrario, esos pequeñitos dan su estirón a los 14 o 15  y llegan, incluso, a pasar a aquellos que años atrás les llevaban media cabeza o más. Más aún, hay otros, que crecen después de los 17 o 18 y son casos particulares. Como también hay otros que son altos toda su vida y llegan a lograr grandes alturas. Pues bien, todo eso se ve luego en la vida, al crecer –ya no en centímetros- sino como persona, es decir, a la hora de madurar o hacerse hombre (en el amplio sentido de la palabra). Me explico: hay gente que entre los 25 y 30 ya son hombres hechos y derechos. Personas maduras, padres de familia, con mujer e hijos, trabajo de años y con un futuro prometedor. Sin embargo, hay otros que todavía a esas edades, aún no son hombres, sino jóvenes inmaduros, solteros, sin responsabilidades, apegados a sus padres. Sin embargo, tal como en la estatura, hay gente que entre los 30 y 40 comienza a estancarse, a dejar de crecer como personas, como seres humanos, mientras que aquellos inmaduros (no todos, por supuesto) comienzan a dar su estirón y convertirse en hombres e incluso llegan a superar a aquellos que antes “les llevaban  media cabeza o más”. Es decir, dan su estirón. Pero a diferencia de la etapa de adolescencia, donde uno dejaba de crecer físicamente, aquí el crecimiento dura toda la vida; es decir, llegar a ser un hombre dura toda la vida y depende de uno seguir creciendo o estancarse. Claro, no hay que compararse. Al igual que en el tamaño físico, en el cual siempre encontrarás gente más grande que tú, en la vida también encontrarás gente más grande que tú, pero eso no debe ser motivo de pena o lamento, porque la competencia por crecer lo más que se pueda no es con los demás, sino contigo mismo. Y aunque es cierto que habrá días en que te sientas “pequeño”(que no has crecido nada) y otros en los que gozas de un buen tamaño, lo importante es saber, al final de la vida, que diste tu mayor esfuerzo y creciste lo más que pudiste. Esa es mi teoría!